Crumbs (2015), de Miguel Llansó

 

Por Miguel Martín Maestro.

crumbs cartelImagino que dentro de unos años algún estudioso del cine español analizará por qué en la primera década del siglo XXI los jóvenes directores españoles situaron muchas de sus reflexiones en paisajes postapocalípticos o directamente apocalípticos, incluso por qué situaron sus acciones en lejanos países como los rodajes de Sergio Caballero, Miguel Ángel Giménez y este Miguel Llansó, que cambia las deprimidas repúblicas soviéticas por el no menos paisaje desolador de Etiopía. Y será interesante saber el porqué de irse a rodar a Etiopía, aunque seguramente la razón sea más prosaica y menos romántica de lo que queremos imaginar, seguro que el espíritu de Corto Maltés no se ha perdido entre el material de rodaje español, ¿o quizás sí?

Crumbs retoma, o reelabora, un personaje previo de un corto del mismo director, Chigger Ale, donde un Hitler etíope es objeto de bromas y burlas a cargo de los asistentes a un bar de la ciudad hasta que es rescatado por una amazona nazi espacial digna de la serie Elsa, usando al mismo actor. Sitúa su acción en un mundo donde el amor ha desaparecido, donde sólo nacen niños por desidia o por desliz, y donde nuestro protagonista emprende “el camino” en busca de respuestas, de soluciones a un mundo donde se vive con miedo sin saber por qué, ocultos y a la carrera, como los humanos del planeta de los simios, colocando los avatares de un desplazamiento lleno de sinsabores, de esfuerzos, en pleno territorio de la ciencia ficción. Autores como Adán Aliaga, Ion de Sosa o Sergio Caballero, han retratado la sociedad contemporánea española desde la alienación de un futuro sin respuestas y sin salida, desde el 2020 en el que Rajoy sigue gobernando hasta el paisaje fantasmal y lleno de zombies vivientes (en el sentido empleado por Jarmusch en su última película) de Benidorm en una revisitación de Blade Runner. Ahora Miguel Llansó escoge un paisaje ya apocalíptico de por sí como es Etiopía, un discapacitado físico como héroe, una embarazada enamorada que reza al dios Michael Jordan hasta que renuncia a él y en cuyo altar las botellas vacías de Coca-Cola son un síntoma de lujo y de ornato referencial, una reivindicación de los objetos de uso cotidiano del siglo XXI; una bruja que lee el futuro a cambio de la copia de un mega hit de Michael Jackson, un mundo en el que todo es objeto de trueque y donde los nazis están presentes para eliminar cualquier vestigio de amor o sentimiento.

Como todo lo romántico termina siendo prosaico, lo cierto es que el director trabajó en la embajada de España en Addis Abbeba, y allí tomó contacto con el país y las posibilidades de alternar el trabajo con la afición de rodar, no obstante un paisaje tan ruinoso, tan apocalíptico, en un país que vive en el apocalipsis continuo del desgobierno, transforma la película en algo irreal, apegada a lo cotidiano se transforma en plena fantasía futurista a golpe de resonancias sobre 2001 de Kubrick, a episodios dignos del Herzog más enfermizo de Fitzcarraldo, un mundo en el que parecería que Michel Gondry o Spike Jonze han participado introduciendo minúsculos mundos perceptibles desde una taquilla en la que conseguiríamos encontrar a Papa Noel en un parque temático prehistórico abandonado, un papa Noel burocratizado y descreído, como todo aquello que observamos en el recorrido de nuestro sufrido atleta del sentimiento. Todo se puede reducir a reivindicar el amor en un mundo paralelo tan real, tan real, que parece inventado. Viejas locomotoras que vivieron días mejores, ancladas en estaciones desiertas y sin tráfico, compiten con naves espaciales que vigilan nuestras torpes deambulaciones. Crumbs puede analizarse como un esperpento “friki”, y sin embargo, encierra muchas verdades en su interior, sazonadas por el absurdo de una historia aparentemente sin sentido. Nada más lejos de la realidad, en Crumbs se encierra la verdad de muchas vidas, en las que, faltando lo material, lo trascendente es lo que no se puede comprar, nadie es más rico que quien es amado, los sentimientos no pueden anularse pese a que se intente, día a día, anular nuestro pensamiento, preámbulo del sentimiento.

Por el camino habrás podido sonreír, incluso soltar alguna carcajada, siempre con la culpa interior de no poder olvidar el verdadero sufrimiento de las personas que habitan los paisajes locales de la película (recomiendo leer entrevistas al director para tomar conciencia de lo que puede ser un país desestructurado como Etiopía, cómo te puede desaparecer el material, cómo te pueden rodear hombres armados de kalashnikov exigiendo más dinero, quienes creyeron que el equipo de rodaje era etíope y no occidental, cuál es la realidad de esas locomotoras, qué poco vale la vida en África, cómo el actor pudo morir tras emborracharse con licor local una noche o cómo uno de los miembros del equipo pudo ser rescatado de unas arenas movedizas). Crumbs es una sátira de nuestra sociedad de consumo, el pop-art quiso ensalzar una lata de sopa o una fotografía repetida hasta la saciedad en diferentes colores, no sé si Llansó quiere reírse de nuestra sociedad de consumo o alabarla, proponer Carrefour como el templo industrial del mejor producto del siglo III antes de la guerra que acabó con la civilización, y el amor no deja de ser flipante, como la película: no es ninguna tontería esta pequeña película, grande si se analiza su contenido.

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