«El crédito» en 3ª temporada: una gran función que mejora con el tiempo

Por Horacio Otheguy Riveira

El altivo director de un banco convertido en una piltrafa en manos de su desgraciado cliente. Las sorpresas van encadenadas hacia un final sorprendente. Encadenado de carcajadas en las que lo que parecía ser no es y lo que podría suceder sucede pero mejor de lo esperado, y en definitiva una visión esperanzada en la que hay que jugarse el todo por el todo si se quiere cambiar lo que la sociedad ofrece.

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Una experiencia teatral formidable en la que un grupo de estupendos profesionales se han unido a lo grande, en profundidad, hallando en la compleja filigrana de la comedia aparentemente disparatada la fórmula de la felicidad: confiar en que, de una manera o de alguna otra, el monstruo que da o descarta los créditos tiene los pies de barro, es vulnerable… y para demostrarlo, una ingeniosa trama que apasiona, gracias a una producción formidable.

Dos grandes actores con un magistral director ante un autor experimentado que no deja de investigar nuevas fórmulas, hacen posible que El crédito mejore con el tiempo.

Ya en su tercera temporada puedo asegurar que me he reído y he reflexionado con mejores elementos de juego que la primera vez. No queda otra que una recomendación abierta y jubilosa: la guerra acaba de empezar y siempre se puede encontrar el punto débil del poderoso que nos come el hígado o se muestra implacablemente rácano; siempre hay alguna arista por la que se desliza su tembleque, y en ese momento debemos estar alertas… y atacar.

Por un lado o por el otro, profundizando o dejándose estar en la comedia alocada, se mire por donde se mire aquí hay gran teatro, divertidísimo y socialmente muy crítico, en un juego de talentos fuera de serie al servicio de una apuesta sin dobleces.

En medio de una crisis económica que no cesa, sale En busca del crédito perdido un hombre culto, apasionado del lenguaje, que protesta por los extranjerismos que nos invaden, hecho una piltrafa, al borde de la depresión («no tengo móvil, me lo han cortado, estoy en las últimas»), se lanza a una aventura sin igual: una lucha nunca vista, disparatada, absurda, que provoca carcajadas porque el tipo parece que no se entera de lo que vale un peine, y sin embargo, la espiral de emociones entre carcajadas deambula en la cuerda floja de la tragicomedia, presentando al temible director de un banco como un tigre de papel, un monstruo con los pies de barro.

Y es que el «pobre hombre», Antonio Vicente, le anuncia al señor Director una catástrofe en su vida si no le da el crédito. Simple y llanamente hará uso de su don extraordinario para seducir a su esposa, lo que convertirá su vida en una pesadilla.

— ¿Pero usted conoce a mi esposa?

— Acabo de ver su foto sobre esta mesa. Es muy guapa.

— ¿Pero usted se cree que soy idiota?

— La encontraré por la calle, le haré un chiste, y poco más. Es que tengo un don.

— Será don gilipollas…

Pero ambos hombres se habrán de sorprender de sus capacidades y sus desastres a través del azar, de las penurias del sistema, y los miedos y frustraciones que pueden transformar la vida del verdugo de todos los días negándote, simplemente, otro crédito más.

La dramaturgia de Jordi Galcerán se enriquece alimentándose de sí misma, a través de personajes reconocibles y trascendentes. Cualquier detalle de la vida cotidiana se entrelaza con otro inesperado y los diálogos parecen venir solos, pero vienen siempre acompañados de un trabajo de mucha elaboración hasta encontrar la síntesis perfecta, el envión imprescindible para que la montaña rusa indicada en la primera escena no pare de enviarte a un sorprendente viaje por un teatro de gran eficacia: Burundanga, El método Grönholm, Fuga… Con un aporte «extra» en la creación de Laura, la esposa del director, un personaje ausente, de la que sólo sabemos por lo que se dice de ella, y más aún por sus conversaciones telefónicas. También Burundanga se apunta un divertido personaje femenino a través de un teléfono, pero muy breve, con peso, pero muy breve, en cambio aquí tiene un desarrollo imprescindible para el avance y resolución de la trama.

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Carlos Hipolito, Luis Merlo, Gerardo Vera: un trío de ases para un gran texto de Jordi Galcerán.

Lo mejor que se puede decir de dos actorazos como Carlos Hipólito y Luis Merlo, por primera vez juntos, es que su trabajo es tan bueno que invita a ver la obra varias veces, y siempre hay lugar para sorprenderse, descubriendo matices que se habían pasado, y cuando llega el desenlace se renueva el deseo ferviente de que no sea verdad, de que no acabe. Porque, entre otras cosas, el broche final hereda los mejores toques de los maestros de la comedia cinematográfica Ernst Lubitsch y Billy Wilder.

EL-CREDITO-OKEl crédito

Autor: Jordi Galcerán

Director: Gerardo Vera

Ayudante de dirección: Eduardo del Olmo

Intérpretes: Carlos Hipólito, Luis Merlo

Escenografía: Alejandro Andújar

Diseño del cartel: Diego Martín y Javier Franco

Fotografía del cartel: Sergio Parra

Diseño audiovisual: Álvaro Luna

Teatro Maravillas

 

 

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