El Loco ha vuelto a Barcelona

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Por Arnau Palou

“El loco y la camisa” se ha instalado de nuevo en Barcelona. Le gusta el público catalán. El año pasado ya estuvo en la Sala Vilarroel y en el teatro Romea tras una larga temporada de representaciones en pisos y teatros pequeños de la provincia de Buenos Aires. Des del pasado jueves uno de octubre hasta este domingo día once se puede ver en el Almeria Teatre ( calle Sant Lluís 64), un escenario ideal para habitar durante poco más de una hora en el sí de una familia nuclear argentina de clase trabajadora.

Su drama: esconder al hijo del mundo exterior. Un loco con  impredecibles ataques de decir la verdad. Verdades como cuchillos  clavados a  los cuerdos de la obra, y al público en general.  Se trata de una tragicomedia costumbrista desarrollada en una escenografía minimalista y estática, ambientada  con una estética de estar por casa. En el sentido literal de la expresión. No hace falta música, ni luces, ni demasiado atrezo. El loco representa las miserias ocultas de una familia arquetipo. Es un conflicto universal. Y es que, ¿quién no tiene algún secreto oscuro dentro de su familia?

La inteligencia y la eficacia del guion, lleno de subtexto, frases indirectas y  falsos diálogos,  sumado a una interpretación expresada desde las tripas  consigue transmitir sentimientos de todo tipo al espectador, quién, subido en una montaña rusa, no puede controlar sus emociones más primarias. El lenguaje corporal juega un papel imprescindible en este viaje hacia lo visceral. No es una obra física pero los movimientos están calculados al milímetro, llenos de matices verosímiles, de caricias, de miradas conmovedoras.

La narración destaca por su fluidez. A lo largo del relato se tratan temas como  el mobbing,  el “buen” gusto de las clases dominantes, la infidelidad… y otros temas profundos donde uno se posiciona y, sobretodo, siente.

El público entra  catarsis en cada escena de manera orgánica a través del poder de las palabras y de los silencios significativos, organizados a la perfección por su director Nelson Valente. Cada diálogo hace avanzar la historia, pero si el movimiento o el gesto ya funcionan, se evita la palabra. La comunicación dentro de la obra siempre tiene una intención: hacer cuestionar al público si vivir en la mentira no es la auténtica locura.

Beto, el hijo, lucha para encontrar la verdad a través de una conducta disparatada e imprudente. Y todos  lo tratan de loco, menos la madre que muestra  un amor incondicional por su hijo. El temperamento imprevisible de Beto provoca continuos golpes de efecto al espectador, quién no puede bajar ni un momento de esta montaña rusa diseñada por la compañía Banfield Teatro Ensamble y tripulada por Nelson Valente.

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