Sitges 2015: Love (Gaspar Noé), La juventud (Paolo Sorrentino), Macbeth (Justin Kurzel)

 

Por Jordi Campeny.

Sitges2015Uno se da cuenta de lo rápido que pasa el tiempo en función de sus eventos anuales importantes. Cada fiesta de fin de año, cada viaje de agosto, cada cumpleaños, cada visita anual a tu ciudad extranjera, cada Festival de Sitges, etc. Parece mentira que haya pasado un año entero, con sus cuatro estaciones, desde el último periplo fantástico en las costas de Sitges. Y sin embargo, el transcurso despiadado del tiempo nos ha arrojado a un nuevo festival y nos ha dejado ya en la otra orilla. Parece surrealistamente lejana la idea de Sitges 2016. Sin embargo llegará, con el inquietante sabor de que ha llegado pronto; de que un año es un suspiro.

La 48 edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya nos ha dejado múltiples e inagotables propuestas. Uno tiene la sensación de haber vivido un Festival especialmente intenso, variopinto, de difícil definición –aunque su acento recae en lo fantástico, con los años los límites del festival se van ensanchando y moviendo, manteniendo su esencia–. Como siempre, hemos disfrutado de cine excelente y mayúsculo, de cine correcto y entretenido, de cine malo y abyecto. En el palmarés de este año, obviando por completo las grandes producciones de distribución asegurada, el jurado del Festival se ha decantado por la competente obra americana de género The Invitation (Karyn Kusama). El premio especial del Jurado ha recaído en un notable descubrimiento, la sugerente The Final Girls, de Todd Strauss-Schulson, que también cosechó el premio al mejor guión.

Podríamos detenernos a hablar de muchas de las propuestas que hemos disfrutado este año. Por ejemplo, la española La novia, de Paula Ortiz, espléndida en su primer tramo y fallida en el segundo, en la que la directora revisita las Bodas de sangre de Federico García Lorca. Consigue ser profundamente lírica y lorquiana por momentos; en otros se le va la mano y lo lírico pasa a ser… otra cosa. También cabe mencionar la película alemana Victoria, de Sebastian Schipper, un deslumbrante experimento de estilo –rodada en un único plano secuencia de dos horas y media de duración– en el que una chica –la actriz catalana Laia Costa– deambula junto a unos recién conocidos por las calles de Berlín. La película empieza siendo casi una estampa de cinéma vérité para acabar convirtiéndose en un tenso y agónico thriller. Lo mejor, indudablemente, su radical atrevimiento formal. Lo peor, quizás, la intrascendencia de su fondo.

Vamos a detenernos brevemente en tres propuestas que, si bien se hallan ligeramente alejadas del género, supusieron tres vibrantes puntos álgidos de este certamen. Propuestas mayores y de calidad. La primera de ellas, lamentablemente, difícilmente encuentre distribución en los cines de nuestro país. Las otras dos, sí; está previsto su estreno para finales de año:

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LoveLove (3D), Gaspar Noé

El argentino residente en Francia Gaspar Noé se mueve cómodo por los territorios de la experimentación y la provocación. En 2002 noqueó al respetable con la salvaje Irreversible, cuya escena de la violación de doce minutos ininterrumpidos permanece en la retina del espectador trece años y mil atrocidades después. Love, que se promociona como “la primera película porno en 3D”, fue acogida con tibieza y rechazo por una parte considerable de la crítica en el pasado Festival de Cannes. A pesar de ello, es innegable su poder de hipnosis y fascinación, y constituye un claustrofóbico documento sobre los estragos del amor tóxico y apasionado.

Love, de tintes autobiográficos, propone una desconcertante experiencia para el espectador, y está estructurada a partir de flashbacks que van componiendo un puzle de más de dos horas de duración de apabullante impacto estético y plástico.

Más allá del debate alrededor del carácter provocador –o no– de sus escenas de sexo explícito –con un primer plano de un miembro erecto eyaculando a la platea incluido–, el interés de la película reside más en el trayecto interior de sus personajes; en mostrarnos cómo el amor, mal llevado, puede enjaularnos y aniquilarnos. El plano final de esta experiencia sensorial que firma Noé resulta revelador: dos amantes, en sus inicios, abrazados en una bañera roja prometiéndose amor eterno. La paulatina destrucción llegará después. Quizás Noé haya captado lo que es el amor en su punto álgido: una promesa y un final a la vez, un lienzo rojo, una eyaculación. Una petite mort.

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youthLa juventud (Youth), Paolo Sorrentino

Con La grande bellezza, el italiano Paolo Sorrentino pareció tocar techo. Aunque vista por algunos como ególatra y snob, la película contó con el aplauso mayoritario de crítica y público y se alzó con los más preciados galardones, entre ellos, el Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa.

No era fácil mantener el listón y la aceptación, y no han faltado quienes –probablemente los mismos– vapulearon su nueva propuesta en su presentación en Cannes. Ni caso. Que nadie cometa la temeridad de seguirles el juego y perderse Youth.

Distinta y a la vez parecida a su predecesora –parecida en esencia, en composición, en ideas, en explosión expositiva–, La juventud supone una experiencia enormemente gratificante, conmovedora y catártica.

La película muestra el retiro en un balneario de los Alpes suizos de un compositor y director de orquesta (majestuoso Michael Caine), junto con su buen amigo, un director de cine que busca su último –y quizás único– momento de gloria (un igualmente mayúsculo Harvey Keitel).

La película habla de música, y habla de cine. Pero, por encima de todo, habla del paisaje inerte que va quedando a nuestras espaldas mientras vivimos. O morimos. Si miramos atrás, desde  el prisma de los últimos años, puede que sólo veamos un solar desvencijado con unos pocos –poquísimos– destellos de luz.

Sorrentino nos ofrece, con su proverbial y grandilocuente sentido de la estética, una obra de arte formada por sucesivos cuadros en movimiento, perfectamente coreografiados, que invitan a la reflexión y a la búsqueda de pequeñas ideas o verdades esenciales. De atmósfera más onírica que realista, con sus habituales trazos fellinianos, y con un paisaje visual y sonoro privilegiado y desbordante, Youth envuelve, emociona y zarandea. Estalla con furia ante tus ojos y enardece el alma. Llega para quedarse.

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MacbethMacbeth, Justin Kurzel

Kurosawa, Welles y Polanski dejaron el listón muy alto en sus respectivas aproximaciones al inmortal Macbeth. El director australiano Justin Kurzel vuelve al inhóspito invierno escocés shakespeariano y nos ofrece un relato poderoso, estilizado, visceral e impecable. Mención especial a la soberbia fotografía de Adam Arkapaw, a la personal e imponente realización de su creador y al trabajo de sus dos protagonistas: unos titanes llamados Michael Fassbender y Marion Cotillard, cuyos matices, quiebros emocionales y entrega merecen todos los aplausos y galardones.

Puede que este Macbeth no alcance las cotas de excelencia que rozaron los directores antes mencionados, pero hay varias voces autorizadas que aseguran que sí. No cabe, es de suponer, un elogio mayor.

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