Yo no soy nadie: Están leyendo mi canción.

Por @oscar_mora_.

transprose-kitaptan-müzik-¿Qué te gustó más, el disco, o el libro? No se trata de un caso de sinestesia, sino de música para libros. Mucha gente se declara incapaz de escuchar música mientras lee, porque la letra se mete en la escritura y le impide concentrarse. Con los escritores es todavía peor: son legión los que no solamente no se ponen música, sino que necesitan el más absoluto silencio, siendo uno de los casos más extremos el de Nabokov, para el que las condiciones ideales de escritura eran el último piso de un edificio alto (para evitar los pasos de los vecinos de arriba y el tráfico de la calle) y las ventanas cerradas para no escuchar ni siquiera el viento entrando. Aunque hay libros que piden a gritos una banda sonora, y es cada vez más habitual que los escritores incluyan en redes sociales las canciones que les acompañaron durante la redacción, el camino inverso lo lleva recorriendo desde hace años una banda cuyo nombre lo dice todo: The Bookshop Band. Todas las canciones de este grupo indie están basadas en libros y personajes literarios, y aún más, solo dan conciertos en librerías y espacios similares. Véanlos en acción

https://www.youtube.com/watch?v=4CoONIC1UJc&list=PLewBa-Pa4pueueuh1v1s_eBj4txGrQIMt (A shop with books in)

Sensiblero y cursi, eso es innegable. En su Bandcamp encontrarán más, y quizá con melodías menos azucaradas.

Pese a que la mente por sí misma es un generador suficientemente potente de imágenes que no existen y sonidos que no se han producido, a veces no es suficiente. Cuando el narrador es lo bastante bueno, uno es capaz de meterse en la historia y alienarse del resto del mundo hasta el punto de pasarse varias paradas de metro, olvidarse de hacer la cena para los niños o llegar tarde a una cita clandestina. Si uno es alumno de la Hedon Primary School, incluso puede participar en su concurso Reading in unusual places (caballo incluido).

La visión de la portada de Las luminarias, de Eleanor Catton me retrotrae a los monótonos trayectos en autobús en los que la leí casi íntegramente; cada vez que cojo el grueso lomo de Tom Ripley me acuerdo inmediatamente de los dos veranos consecutivos en que lo leí en una hamaca con un ojo puesto en mis sobrinos jugando en la piscina; Las Brujas son varios ratos de recreo sentado en el pupitre hasta que el maestro me echaba del aula. Curiosamente, con los libros leídos en formato electrónico me cuesta más hacer estas asociaciones, supongo que tiene que ver con que el formato de lectura es más impersonal e intercambiable: en el mismo contenedor caben todos los ebooks, mientras que cada libro en papel es una pieza única. Punto para el papel.

Lo que avanza la lectura digital es en el tema del que venía a hablarles, y del que invariablemente me había desviado: bandas sonoras para los libros que leemos. Aunque prefiero que los sonidos que acompañan a la lectura sean los del entorno, entiendo que la experiencia se ve enriquecida con la música, y así lo han pensado autores y editoriales, que publican las listas para la lectura. Desde hace unos años, contamos con Booktrack: la aplicación que permite insertar en el libro electrónico las canciones que seleccionemos, ajustando su ritmo al de la lectura. Para las autoediciones, es una manera de dar un bonus a los lectores, y para los clásicos es una manera de aportar una visión colaborativa, booktracklogocomo encontrar un libro subrayado y ya leído, como poner sutiles notas sonoras a pie de página. Y, rizando el rizo, está TransProse, un proyecto a caballo entre lo artístico y lo literario. En TransProse se analiza la semántica de cada parte del texto, determinando la densidad de ocho emociones (alegría, tristeza, ira, disgusto, expectación, sorpresa, confianza y miedo), cada una modulada por dos estados, positivo o negativo.

Para los que viven atrincherados en el libro en papel, no lo vean como un retroceso o una concesión inútil a la tecnología. Piensen que, igual que de adolescentes grabábamos cintas de casette para la chica que nos gustaba, ahora podremos regalar libros con banda sonora particular. Y si todo sale bien, con el paso de los años poder decirle a nuestra pareja cuando entremos en una biblioteca: “Mira, están leyendo nuestra canción”.

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