El vicio más sano del mundo

Fotografía tomada de https://www.flickr.com Auto: Stefan Hochst
Fotografía tomada de https://www.flickr.com
Autor: Stefan Hochst

Por: Juan Camilo Parra

@Juancamilo_17

Hace algunos meses había leído el libro de Juan Gabriel Vásquez: El arte de la distorsión. Un libro de ensayos en el cual el personaje principal es el lector, en donde todo gira en torno al mágico mundo que se construye mediante la lectura. En ese navegar de páginas me encontré con una frase que llamó mi atención y que desde aquel entonces, se quedaría en mi mente andando de un lado al otro buscando una salida de forma afanosa hasta que empecé a escribir este texto y he podido calmar su afán delirante, su ambiciosa intención de contar en estas palabras sobre el vicio más sano del mundo: la lectura.

La frase de la que hablo la encontramos en las primeras páginas y es la siguiente: “La lectura de ficción es una droga; el lector de ficción, un adicto”. El escritor bogotano tiene toda la razón, la lectura (no sólo la de ficción) es un vicio que se incrusta en lo más profundo del alma, en las venas, en la mente, y es tan adictivo que sobrepasa cualquier estado de ánimo porque nunca satisface la necesidad, porque una sola dosis diaria no es suficiente, porque es tan dominante que cualquier instante y lugar es propicio para abrir el libro y dejarse llevar por unas cuantas frases, párrafos, hojas, capítulos.

Este vicio es el más sano del mundo porque tiene la pequeña responsabilidad de cambiar mentalidades, de abrir mundos, cerrar ventanas por las cuales ya no entra ni un mal tiempo, es la lectura la herramienta para pintar paredes que parecían ya derrumbarse pero que de un momento a otro, empiezan a adquirir vida propia. Porque como también comenta Juan Gabriel Vásquez: “la literatura es el lugar donde nadie quiere convencernos de nada: el lugar donde somos verdaderamente libres”. Y somos libres porque de nosotros también depende el viaje que iremos a emprender cada vez que abrimos, compramos, releemos y encontramos un libro, ahí la aventura está garantizada si entramos con la actitud del buen lector que es la de dejarse hechizar.

Dejarse hechizar como un niño, dejarse sorprender y llevar casi de una manga de la camisa, del cinturón del pantalón, del cordón del zapato. Es deslumbrarse con las cosas, las preguntas y los hechos que transcurren a medida que se van pasando las páginas y se terminan las hojas. Pero este tal hechizo sólo puede llegar gracias a un buen hechicero: el novelista, el cuentista, el poeta que con gran estrategia mezcla los elementos que ha encontrado para narrar su idea principal que al comienzo, parece no ser viable pero que luego va tomado forma, como el arte de la orfebrería que practicó después de muchos errores en la alquimia el Coronel Aureliano Buendía. Es un trabajo manual de mucha paciencia y atención para no desfigurar nada, para no desviar nada, para no quedar en nada.

Con un buen hechicero vale la pena dejarse caer en la ficción, dejarse fundir por las historias que se cuentan en diferentes ritmos y texturas. El hechicero un hombre tal vez encerrado que no para de leer y escribir, ha creado un mundo que no es tan abrupto y fastidiosamente racional como el de nuestro diario vivir. Ese mundo entre reuniones y la oficina, entre el carro horas y horas, entre atascos y noticias que dan rabia por lo inhumanas o absurdas, por los tiempos cambiantes que no dejan respirar y sesgan la ilusión de pensar y ver diferente, de ser distintos. Porque a la final esa es la razón por la cual leemos, la de poder ser otros en esas horas de soledad frente a la hoja blanca con miles y miles de letras que nos seducen, que nos obliga de buena forma a despejar éste mundo caótico y sentir que todo puede ser diferente, por esa razón un lector es conocedor de mundos, de lugares y situaciones que sólo le son presentadas ante sus manos sin moverse de la silla del estudio, del living o de la habitación, es viajar gratis, sin aguantar filas en aeropuertos, ni estar pendiente del reloj, es la dicha de ser un adicto, es la dicha de tener el vicio más sano del mundo.

¿Y después de terminar la última página y cerrar el libro qué? Es la mejor parte de todas, es cuando el lector se queda por unos segundos que a veces se convierten en minutos en la contemplación del final, es un tiempo respetable e importante porque el lector ha quedado en shock, ha sentido una cachetada de diversos calibres porque nunca quedará satisfecho con el final, porque nunca entenderá muchas de las acciones y juzgará al escritor, al personaje principal, a tal y cual situación que le generó sospecha y decidió guardarla para saber el desenlace. Entonces nacen dos caminos que se comunican constantemente y que seguirán ahí sucumbiendo fuertemente la cabeza y el corazón del lector. El primer camino es que jamás será el mismo, ha transitado tanto que mirar atrás le da pereza y no quiere, así que su vida cambia y sigue por ese sendero al cual fue lanzado y que no le incomoda. El segundo camino es de saber más, el típico adicto que busca más para saciarse, así que va de un libro a otro, de un autor al otro y así, sin saber por qué y para qué lo hace, simplemente es algo que se sale de sus manos, es algo que inconscientemente lo obliga a entrar a librerías y comprar libros, a ahorrar para el siguiente, a seguir la vida del autor y conocer datos que ni el propio agente editorial sabría de su escritor.

Y así se arma esta cadena, este bello vicio de la lectura que muchas veces se ha visto frágil, se ha visto débil por los nuevos tiempos, pero siempre hay un grupo que resiste y le pone la cara al asunto, saca pecho, lucha con fuerza hasta llegar a caminos que les asegura larga vida. Es un acto subversivo como diría Juan Gabriel Vásquez, porque cada vez que un lector empieza o termina un libro, está destruyendo su mundo de ignorancia y creando un hombre diferente.

 

 

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