¿Quién mató a la novela?

Por Jesús Gil Vilda.

libroSi nos encontramos ante el final de la Historia y de las ideologías, ¿cómo no va a haber muerto la novela? Llevan varias décadas profetizando sobre su final, pero ahora ha llegado. Y me atrevería a decir que tenemos motivos para sentirnos liberados. Ya no tendremos que dar explicaciones de por qué no nos hemos leído Guerra y paz ni El Quijote. ¿O es que acaso alguien querrá parecerse a esos mendigos que leen libros de papel mohoso en el metro? Ya no tenemos que reservar una pared de nuestros diminutos apartamentos para esas invasoras un poco petulantes llamadas novelas. Ahora ocupamos esa pared con una televisión gigantesca para ver vídeos de gente dándose tortazos en YouTube o de niños prodigio o de mascotas más listas que sus dueños.

El momento histórico que estamos viviendo, las transformaciones sociales actuales son diferentes de las de los dos siglos anteriores. Los occidentales ya no vamos a matarnos los unos a los otros en guerras identitarias, coloniales o ideológicas; ya no vamos a intentar robarnos los recursos los unos a los otros; ya no viviremos grandes convulsiones sociales ni bélicas, genocidios, guerras, dictaduras cruentas, choques ideológicos… Bueno, y si algo de eso ocurre, ¿quién quiere saberlo de antemano? ¿Para qué sufrir si no podemos hacer nada por evitarlo? A la porra con George Orwell, Ray Bradbury y Aldous Huxley. Agoreros. Aguafiestas. A la porra con Tolstói, Thomas Mann y Camus. No os necesitamos. No os queremos. La Historia ha terminado y ya solo un plácido devenir de acontecimientos nos aguarda.

Bueno, también había otro tipo de novelas, es verdad. Yo recuerdo que entraba en aquellas librerías tan bonitas, eso hay que reconocerlo, y las miraba todas allí expuestas, con sus colores y sus ilustraciones. Las que tenían tapa dura solían contar historias de mujeres titánicas y bellísimas que conseguían todo lo que se proponían en la vida. Luego había otras con laberintos y mapas y catedrales sobre hechos históricos, o eso parecían, con mucha acción y sexo y personajes con infinidad de recursos que siempre salían airosos. Después, otras me contaban cómo un inspector de policía o la heredera de una gran mansión tenía que resolver el misterio de un cadáver enterrado hace muchos años o de una serie de homicidios misteriosos. La de horas que me habré tirado leyendo esas cosas. Luego, de algunas hacían películas o series de televisión. En realidad, no recuerdo mucho de ninguna de ellas.

¿Y cómo ha sucedido? ¿Murió de muerte natural o alguien la mató? Si no estoy equivocado, fuimos los hombres, los varones, los primeros en dejar de leer novelas. Nos pasamos a los videojuegos y a las series, algunos, los más osados, a los ensayos sobre política y economía, en el fondo, otra forma de ficción. Y después fueron las mujeres, las principales lectoras, según decían las editoras (también mujeres en su mayoría), las que se pasaron al WhatsApp y también a las series. Y en los metros ya solo se veían dispositivos de pantalla táctil acariciados por dedos índices y pulgares. Y algún pordiosero con un libro muy grueso.

Recuerdo que no resultaba fácil separar el grano de la paja en las librerías, que todo eran novelas adictivas desde las primeras líneas, o bien capitales, necesarias, valientes… Y no sé cuántas hipérboles más. He oído que en las editoriales empezaron a proliferar los ejecutivos salidos de MBAs y que los departamentos de marketing y ventas decidían promocionar novelas que ni tan siquiera habían leído. He oído que se distinguía entre  autores “comerciales” y “literarios”, para no llamarlos “ligeros” y “amigos” respectivamente. He oído que nadie leía ya los suplementos culturales de los periódicos y que empezaron a no pagar a los que allí escribían. He oído que ninguna nueva generación reemplazó a los autores de la Transición. Pero, ¿quién puede saber con certeza lo que sucedió? Seguramente fue un imponderable, una fatalidad, las leyes de la selección natural.

No cabe lamentarse ni sentir nostalgia. Otras portentosas aventuras ociosas nos aguardan: inmersiones en realidades virtuales, series de televisión interminables, el martilleo constante de las redes sociales, los videojuegos o el cine de efectos especiales. No pasa nada, que nadie se alarme. El pensamiento profundo estaba sobrevalorado. La novela cumplió con creces su cometido durante dos siglos. Acudamos todos a su entierro y a otra cosa.

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