Pedro Simón: «Ponerse del lado de los vencidos debe ser una manía que me han enseñado desde pequeño en casa»

Siniestro Total

Pedro Simón

Fronterad (Librerantes)

Por Telmo Avalle (telmoavalle)

siniestro-totalPedro Simón (Madrid, 1971), que solo esperaba de sí mismo hacer bien su trabajo, va convirtiéndose en el cronista que mejor ha pormenorizado la crisis económica en España. En un lenguaje particular y un estilo narrativo que a todos llega, lleva desde 2012 midiendo sus estragos en rostros humanos y en paisajes devastados; despejando las cifras y datos para hallar las vidas echadas a perder y los porvenires cariados. Ese contar la crisis del lado de los vencidos ha merecido numerosas portadas del periódico para el que escribe, además del premio Ortega y Gasset por la serie La España del despilfarro. En esa serie de reportajes, ilustrada por Alberto di Lolli, hace un recorrido por las construcciones demenciales que jalonan el mapa de la geografía española. Apenas un amasijo de acero y hormigón, aquel rastro de aspiraciones disparatadas conforman la molesta memoria de unos años infames.

Aunque ni lo escrito asegura ya lo perdurable, todavía compromete. Fronterad, una publicación hospedada en la nube, se propuso recuperar las crónicas de Pedro Simón de la hemeroteca para convertirlas en un relato continuo y dotarlas de cierta inmortalidad en ‘Siniestro Total’ (Fronterad, Librerantes, 2015).

Con prólogo de Julián Hernández, líder del grupo Siniestro Total, epílogo de David Gistau y fotografías de Carlos García Pozo, el libro estampa la realidad de contrastes que ha terminado imponiendo la crisis económica. Un retrato descarnado y doloroso, más auténtico incluso que Peligro de Derrumbe’, la novela que publicó Pedro Simón hace algunos meses. Asomarse a ‘Siniestro Total’ es palpar el corazón malherido de la sociedad. Es ofrecer una resistencia a favor de los débiles.

Charlamos con Pedro Simón en la terraza de un bar de Madrid. Comenzamos siendo tres y terminamos por ser siete, lo que podría haber sido tomado como una concentración espontánea, aunque minoritaria.

Decía Gabriel García Márquez que la crónica es un cuento de verdad

Estoy muy de acuerdo con esa definición. Me gusta otra que dice también que el periodismo narrativo es literatura bajo presión. Hay todo un campo más allá de la ortodoxia del periodismo, de la noticia o la entrevista, y que dan pie a la creatividad. Creo que ahí la crónica es la campeona de todas ellas y que el periodismo tiene que informar, evidentemente. Tiene que formar ciudadanos. Tiene que investigar. Y sobre todo, aparte de todo esto, creo que el periodismo tiene que emocionar y en la era del ocio tiene que entretener. Eso lo hace sobre todo la crónica, y me parece muy sano que el cronista esté obsesionado porque la literatura de no ficción no sea una cosa aburrida. Eso es lo que te diría.

Tú has ahondado mucho en la crónica.

A mí es lo que más me interesa de todo. Hay dos cosas que me mueven en esta profesión: una es la pasión que me genera este oficio y otra es el compromiso. Creo que donde mejor encaja eso y hay un poco más de rienda suelta para la libertad creativa es ahí. Yo en la habitación de mis hijos tengo puesta una frase de Picasso que dice: «Desde niño dibujaba como Rafael, pero tarde toda mi vida en aprender a dibujar como un niño». Creo que en el fondo está hablando de periodismo, porque fíjate que es verdad que para al principio la ortodoxia es saber dibujar como Rafael. Lo academicista. La noticia bien construida, sin tonterías y sin adjetivos. Pero cuando tienes esa gimnasia muy hecha y muy ganada, muy vencida y lograda, creo que te puedes lanzar a hacer lo otro. El alarde un poco más literario que es una crónica de zancada larga. Pero sólo cuando has hecho eso, porque sino te vas a pegar una hostia seguro. Entonces creo que entre lo ridículo y lo sublime hay solo un milímetro y si te tiras a hacer eso sin esa gimnasia detrás pues seguramente harás el ridículo.

¿Y tienes esa gimnasia?

Yo no sé si la tengo. Lo que sí he hecho es mucho periódico de provincia. Mucha información pura y dura. Y seguramente he hecho mucho el ridículo. Lo que pasa es que creo que para tratar de sentirte bien escribiendo tienes que leer mucho. Creo que la profesión del periodista tiene que ser leer más que escribir. Escuchar más que hablar. A pesar de que yo esté ahora haciendo lo contrario.

Bueno, estamos aquí para eso.

Claro, pero sí que creo que es un poco eso. Mucha gimnasia de ortodoxia para luego tratar de hacer algo que esté construido sobre cimientos de verdad, porque sino se nos va a ver el cartón.

Publicas ‘Siniestro Total’, donde haces una crónica de la crisis económica en medio de una crisis de prensa.

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Bueno, es que una de las mayores crisis económicas que ha habido aquí es la de nuestro gremio. En los últimos años de la crisis 14.000 compañeros se han quedado sin curro. Y luego hay otro porcentaje elevadísimo que salieron de tener contrato decente para pasar a tener un contrato en el que están ganando menos de la mitad que antes. Y eso tiene mucho que ver con la libertad de expresión. Un periodista que gana poco dinero es un periodista que tiene miedo. Miedo a perder su trabajo. Miedo a no llegar a final de mes. Y tener miedo casa muy mal con tratar de decir la verdad todos los días, porque estás más expuesto a que esos miedos te acaben traicionando.

¿Vas en contrasentido al contar la historia del lado de los vencidos?

Lo más importante del periodismo es la mirada. Todas las cosas están contadas y por tanto creo que lo importante es la mirada con la que nosotros acometemos algo. A veces es a través de la mirada de un niño o de una maestra. Yo la mejor crónica que he leído sobre un autobús escolar en el que murieron muchos niños fue la historia que contaba su maestra. Fue una crónica que hizo un compañero. Por eso te digo que la mirada es muy importante en el periodista, casi es lo más importante. Pensar desde qué balcón te quieres asomar a la historia. Con eso ya tienes mucho ganado. Ponerse del lado de los vencidos debe ser una manía que me han enseñado desde pequeño en casa. Tampoco quiero ser maniqueo. Creo que se pueden hacer muy buenas historias hablando sobre los vencedores.

¿Por qué?

Es mucho más complicado hacer periodismo escribiendo sobre los poderosos que escribiendo sobre los perdedores. Porque el poderoso llama la consejo de administración de un periódico. El poderoso dice que retira la publicidad. El poderoso se queja a tu director. El pobre diablo que está en la calla ni siquiera va a tener acceso al periódico el día siguiente. Lo que pasa es que nos consuela y satisface más irnos a la cama pensando en las buenas personas que somos. Pero se puede hacer buen periodismo hablando de una cosa y de otra. Lo importante es que sean cosas que tienen cosas detrás, no caer en ese manierismo como un reportaje de relojes en Madrid. No digo que no sea interesante, que lo es, pero a mí no me interesa.

¿Cuál es tu propósito entonces?

Mi propósito es hacer bien mi trabajo, llegar a casa, estar con mis hijos, llegar a final de mes, tomarme una caña con unos amigos como hacemos ahora. No puedo ser yo tan cretino de decir que quiero ser la voz de nadie.

¿Ni profesionalmente?

No, tampoco. Yo lo que trato es de hacer mi trabajo honestamente. Como un oficinista. Lo mío no es más heroico, pero creo que es gente que tiene cosas que decir y merece ser escuchada. Y que el altavoz siempre se lo damos a la misma gente. Para explicarnos a nosotros mismos hay que hablar de todo eso. De lo que nos da miedo ser.

Si desgranamos el libro nos encontramos con la serie de ‘La España desesperada’, la materia prima de ‘Peligro de Derrumbe’, tu novela.

Sí, de hecho en el libro hay dos capítulos que empiezan exactamente igual que dos capítulos de la novela. Fue una gamberrada que hice y también un ejercicio de pereza, porque como no se me ocurrió por dónde empezar el capítulo tiré por ahí. Ya en el segundo párrafo comencé a contar otra cosa. Y sí, aquí en ‘Siniestro Total’ está la materia prima con la que construí ‘Peligro de Derrumbe’. Esa novela era ficción y este libro es una crónica, un cuento que es verdad. Pero también es verdad que todo ese andamiaje y esa estructura está en el periodismo.

Leyendo ‘Peligro de derrumbe’ uno todavía duda de qué es ficción y qué realidad, pero aquí está claro.

Aquí todo es realidad. Y hay cosas que son mucho más bestiales aquí que en ‘Peligro de Derrumbe’.

¿Y éste sí puedes releerlo?

Sí puedo, sí.

¿Éste no te duele?

Lo venía releyendo en el metro porque sabía que Ana Pastor me iba a preguntar cosas sobre él en la presentación. Más que doler me jode un poco cuando tengo una pila de cuadernos al lado del ordenador y cada cierto tiempo hago criba para tirarlos. Cuando abro un cuaderno antiguo, empiezo a ojearlo y veo un teléfono de una historia que a lo mejor está aquí, que fue protagonista en la portada del periódico durante un día y han pasado años sin que volviera a saber nada de esa persona. Entonces tengo la tentación de llamar y saber qué fue de ella. Porque los periodistas a veces nos comportamos como turistas: vamos a un sitio, hacemos una foto, la colgamos en Facebook, decimos que somos la hostia y nos vamos a nuestra casa. Y luego el fin de semana siguiente, con los colegas, comentamos cómo ha molado esto. El periodista tiene que ser otra cosa. Tiene que volver de vez en cuando, porque muchas veces volviendo es donde están las mejores historias. Esto lo he visto alguna vez en Gervasio Sánchez, que hizo ‘Vidas minadas’, que era gente amputada por las minas, y un tiempo después él volvió para saber qué había sido de sus vidas. A mí ese ejercicio de periodismo me interesa mucho. No lo frecuento mucho, pero alguna vez he hecho algo. Me parece un ejercicio de honestidad. Muchas veces el protagonista tiene la impresión de que vamos, le sacamos el tuétano, ponemos sus vísceras al sol, le cerramos las tripas con un cordón y nos vamos. Pero esa persona se queda ahí. Entonces hay que volver por un ejercicio de honestidad y también de buen periodismo. De repente el hombre que estaba en la calle recogiendo colillas del suelo ahora es un profesor de instituto. Eso es una historia.

¿Adónde volverías?

A mi infancia, si pudiera. Periodísticamente, bueno, decir dónde volvería sería un poco cabrón, porque puedo hacerlo y no lo estoy haciendo. Con lo cual no te sabría decir. Por decirte alguna… (Piensa) Mira, a Santa Cruz de Tenerife. A la fábrica de yogures La Celgan. En el libro se cuenta la historia de un matrimonio con una niña de catorce años que, por circunstancias de la vida, terminan durmiendo en esa fábrica derruida. Entre ratas, drogodependientes y basura. La niña sale un día del colegio y los padres la meten en el coche del abuelo para que duerma con él. Me acuerdo cómo contaba la madre que la niña lloraba por las noches y que no paraba de hacerle preguntas. Con catorce años se despertaba en medio del horror… El padre se llamaba Sergio. Me gustaría llamarle, saber cómo le va, si ha salido de esa, que espero que sí, y contar su historia. Una historia es volver a los sitios. Podría hacerse una serie sobre qué fue de aquello y volver a recontar esas historias.

Sería una buena manera de cerrar la crisis.

Sí, aunque alguna sorpresa nos llevaríamos.

Y todavía habrá historias peores.

Sí, hay historias que no contado y detalles que he obviado porque sino la gente no se lo iba a creer.

La serie de ‘La España del Despilfarro’ os mereció a Alberto di Lolli y a ti el Premio Ortega y Gasset. ¡Qué demencia lo que contáis allí!

Imagínate. Hicimos 8000 kilómetros con el coche durante varios meses, recorriendo un poco la España del despilfarro. Y sí, hay cosas que por mucho que las describas son para ver. Una pista de esquí seca, de doce millones de euros, en un pueblo de ochenta habitantes ubicado en medio de la Meseta Castellana y donde ni siquiera hay bar. Puentes de setenta millones de euros en Talavera de la Reina. El más atirantado de Europa, que iba a ningún sitio. Esto tendría gracia o sería indiferente si no fuera porque está hecho con la pasta de todos. Hubo un ejercicio de saqueo de las arcas públicas para favorecer a los empresarios que financiaban las campañas políticas de quienes estaban en el poder. Todo eso hemos pagado todos nosotros. Una espiral en la que unos pagábamos, en el sentido más amplio de la palabra, con nuestros puestos de trabajo, nuestro dinero, y otros se lo llevaban.Fuera de aquí, a Suiza. Yo hablaba de Derrochistan y Precariostan, de lo bien que gastamos el dinero en este país.

¿Se ha acabado la crisis?

No, lo que hay es un cambio de modelo. El otro día me contaba Vicente Romero que no ha habido ninguna profesión que se haya desvalorizado tanto como el periodismo. Decía que él, por un reportaje fotográfico, ganaba 500 euros hace diez años, pero que ahora el mismo trabajo se paga por 90 euros. No hay ninguna profesión que haya ido tan atrás. Con lo cual yo creo que estamos nosotros, los periodistas, capacitados y autorizados para hablar de la crisis, porque sabemos lo que ha sido. La mayoría de compañeros están trabajando gratis y hay otros que ganan sueldos precarios. No hace tanto aquí se ganaba bien. Donde antes ganabas 2.000 euros ahora pasas a ganar 800 euros. Donde antes tenía cuarenta días de indemnización por despido ahora tienes veinte. Donde antes tenías vacaciones pagadas ahora se está cuestionando para seguir el modelo americano. Todo esto con un paro estructural de más del 25% por ciento y con gente de más de treinta años que ya no es joven, que no ha conseguido trabajar o está todavía en la situación de una generación perdida.

¿Hemos aprendido algo?

No, casi nada. Conozco a tíos que están ahora mismo volviendo a pedir un crédito que no pueden pagar, que están volviendo a comprarse un coche cuyas ruedas valen 400 euros ,cada una, y hacer el capullo cuando hace cuatro años te estaban pidiendo dinero. Creo que no hemos aprendido demasiado.

Mailer, Steinbeck o Chirbes. ¿A quién hay que leer más?

Steinbeck. Creo que lo explica todo. Tanto lo explica que (lee un extracto del libro) en «‘Las uvas de la ira’ el californiano dejó escrito en 1939 lo que pasó, lo que pasa y lo que probablemente termine pasando . Las líneas que siguen no son solo las del escritor. Fíjate que moderno, y en el 39. Suponga que usted debe emplear un trabajador, y que sólo un hombre desea el empleo. Debe pagarle lo que pida. Pero suponga que hay cien hombres, ofrézcales solamente diez céntimos y se matarán unos a otros». Esto es lo que está viviendo España. Steinbeck.

Rafael Chirbes te dijo que «los malos siempre ganan. Y, entre los malos, el peor de todos».

Es un buen final para esta entrevista. A los lectores siempre hay que darles un buen final porque han tenido la decencia de llegar hasta aquí y no se me ocurre mejor frase. Voy a cerrar yo con otra frase, si te parece. Estando un día en Denia tomando una cerveza con Chirbes, yo le pregunté: ¿qué es lo que nos queda si todo es horrible, si lo malo siempre gana? Y me dijo: «Lo único que nos queda como seres dignos y decentes es mantener a raya el mal en la puerta de casa para que no entre. Y sobre todo no colaborar con él».

Y así cierra el libro y esta entrevista.

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