El recuerdo como un martillo

Tomado de: Blog 7 faros
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Por: Juan Camilo Parra

“Recordar cansa, esto es algo que no nos enseñan, la memoria es una actividad agotadora, drena las energías y desgasta los músculos”. Escribió Juan Gabriel Vásquez en su libro El ruido de las cosas al caer, premio Alfaguara de literatura en el 2011. Y tiene toda la razón, el ejercicio del recuerdo no es más que un morir lentamente, un salto al vacío que nos altera el corazón, un músculo que funciona como metrónomo que toma velocidad dependiendo los instantes de la vida y que nunca, tiene un ritmo uniforme, pues es tanto lo que gira esta ruleta de la existencia, que no hay  momentos totalmente estables y los controversiales, sólo son una muestra para decirnos que estamos vivos, ¡reacciona!

Lo más curioso del caso, es que aunque el recuerdo sea un desgaste total, la buena literatura está conformada de eso, de recuerdos dolorosos y alegres, melancólicos y cómicos, la buena literatura siempre pisa esa delgada línea entre lo real y la ficción. Murakami el escritor asiático, siempre ha dicho que para poder escribir sus novelas necesita sumergirse en lo más profundo de sus recuerdos, de sus sentimientos para poder construir las escenas con una “veracidad” que enrede y emocione al lector, que el efecto catarsis sea efectivo. Aunque dice él, que este ejercicio puede ser peligroso, pues a nadie le gusta escarbar en la “caja negra” de su ser. Por eso novelas como Tokio Blues muy admirada y reconocida por la crítica literaria, logra generar en el lector un dolor profundo, una zozobra inexplicable, es como sentir siempre que los días están grises.

En el caso de Juan Gabriel Vásquez de quien ya había escrito una breve semblanza, siempre ha buscado en sus novelas el recuerdo de un hecho significativo que lo lleve a narrar una historia quizás ajena a su experiencia pero con tintes que lo mantienen como si fuera un protagonista. Y es que eso es lo que intentó Vásquez con El ruido de las cosas al caer, buscar en sus recuerdos cuando fue la vez que visitó a escondidas la hacienda Nápoles, el zoológico privado del narcotraficante ya fallecido Pablo Escobar Gaviria. Y el afán de la búsqueda de este recuerdo se dio con la noticia en el 2009 que uno de los hipopótamos escapó de la hacienda y luego, fue capturado y desmembrado por el ejército de Colombia. Ese hecho tal vez aislado, lo llevó a las dos décadas más peligrosas y dolorosa de Colombia, los 80 y 90 fueron para los colombianos, los momentos de terror y desespero. Pues nunca se sabía cuándo una bomba iba a estallar en cierto parqueadero o centro comercial, cuándo se iba a tomar la embajada de tal país o cuándo iba a desplomarse los aviones por culpa de bombas escondidas en la bodega. Nunca antes después del Bogotazo, el país había vivido tanto miedo y terror.

La novela no habla del narcotráfico, no es una novela de esas para contar cosas amarillistas y mal narradas de la historia de la coca en Colombia. No, la novela es la historia de un hombre que por cuestiones inexplicables, quedó enredado en la vida de otro hombre con un pasado oscuro y que debe ser descubierto pasando por eso que duele tanto, los recuerdos. Y es aquí cuando Vásquez hace un ejercicio de autognosis, el cual, le sirve para andar en esa cuerda floja en donde se mezcla la ficción y la realidad, el asunto está, en no caer totalmente en ninguno de los dos lados. Santiago Gamboa escritor colombiano comentaba en alguna entrevista que si la novela no tenía una narración perfecta de los hechos reales, el lector jamás creería la historia y eso afectaría al autor, pues lo convertiría en un agente completamente externo de su creación.

La buena literatura es así, un zambullirse en aguas turbias y frías que con el braceo constante para buscar la orilla, las aguas se vuelve diáfanas hasta el punto, de convertirse en el mejor o peor momento de la existencia pero en ese crucial instante, se logra entender el pasado, el presente es claro y el futuro con su juego de manipulación, sigue siendo un misterio. El recordar es la única herramienta para descubrir que estamos vivos y que la historia está viva, por esa razón, Cien años de Soledad es un recuerdo vivo de la historia de Colombia, más allá de esa etiqueta de realismo mágico, es una novela sobre la historia de Colombia. Por eso un fragmento muy famoso es el tren que pasa con sus vagones llenos de muertos, muertos y muertos que solo tienen una explicación: la masacre de las bananeras. Si nos vamos un poco más al norte, en México la novela que transcribe o que trata de mantener la historia de eso que fue la revolución mexicana fue: La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Ni que decir de La ciudad y los Perros, La fiesta del chivo, la Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa o los cuentos de León Tolstoi Todo esto no es nada más ni nada menos, que el afán y la necesidad de no olvidar aunque esto nos desgaste por dentro.

@juancamilo_17

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