Enrique Vila-matas, el escritor ejemplar

 

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

vila-matas
daniel mordzinski

“Al principio escribir fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y escribir mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil pero brutal”, escribió Truman Capote en Música para camaleones, ese libro de relatos en cuya introducción el escritor no duda en definir la escritura como un noble e implacable amo del que todo intento de desligarse resulta insuficiente. A Capote la escritura lo encadenó de por vida como también encadenó a Enrique Vila-Matas que ha recibido el Premio de la FIL 2015 que, desde hace un par de años, ha sustituido el antiguo Premio Juan Rulfo. La escritura no sólo encadenó a estos dos escritores, sino que muy pronto dejó de ser algo divertido, algo con lo que fantasear; escribir era algo más que soñar con ser Mastroianni en La notte – “en esa película Mastroianni era escritor y tenía una mujer (nada menos que Jeanne Moreau) estupenda: las dos cosas que yo más anhelaba”- escribir, decía el escritor barcelonés al recibir el premio, es y ha sido a lo largo de todos estos años “enfrentarse a libros difíciles” para llevarlos hasta  “lo más lejos posible, hasta sus límites”, libros que, “al publicarlos, se convertían en callejones sin salida, porque no se veía qué podía hacer ya después de ellos”. Escribir literatura no es escribir, “hay quien escribe y hay quien es escritor”, solía decir Margarite Duras, convertida  literal y literariamente en la Gertrude Stein de un joven Vila-Matas en su estancia en París. Allí escribió la Asesina ilustrada, allí se convirtió en el escritor que siempre anheló ser y allí comenzó una carrera a la que los aplausos y los reconocimientos llegaron tarde. Nadie es profeta en su país, dicta el dicho y nada más cierto que en el caso de Vila-Matas que, como Borges, recibió antes los laureles en tierras lejanas. Vila-Matas fue un viajero lento, puede que el más lento viajero de nuestras letras, pero un viajero que nunca dejó de mirar a ese puerto hacia donde, sin dudas ni vacilaciones, quería llegar. Si los consejos de Margarite Duras, en cuyo altillo parisino Vila-Matas vivió alrededor de un año, fueron los primeros consejos o anti-consejos para escribir que, el por entonces joven escritor, recibió, fue la maestría de Sergio Pitol aquella que determinó la trayectoria de quien hoy es, seguramente, el autor más relevante de nuestras letras: escribe, escribe y escribe, no hagas nada más. Escribió, escribió y escribió siendo fiel a su proyecto literario, siendo fiel a la más alta estimación de la literatura, aquella que no se deja dominar por la sencillez, una “literatura mixta, donde los límites se confundirían y la realidad podría bailar en la frontera con la ficción, y el ritmo borraría esa frontera”. Vila-Matas se adelantó al futuro, su literatura fue la literatura de ese futuro al que apelaba en su discurso, una literatura precursora de sí misma y, por tanto, una literatura que en su construcción no podía esperar los aplausos de aquellos que todavía permanecían en un pasado que parecía no terminar de agotarse.

Elena Blanco
Elena Blanco

“La vida de Vila-Matas me parece una vida ejemplar de escritor” afirmaba hace un par de meses Rodrigo Fresán y no erraba en sus palabras porque a Vila-Matas no le han importado las modas, no se ha dejado seducir por los cantos de sirenas del mercado literario, no ha buscado ni el aplauso ni los premios, a Vila-Matas sólo le ha importado la literatura. No le importaba ir descompasado en el tiempo, pero acompasado por Roberto Bolaño, quien fuera también Premio Juan Rulfo.  Desde esa lucidez tan desdeñada en un país donde a la razón se la sigue acusando de producir monstruos, ya avisaba Bolaño que, si bien se seguirían haciendo novelas sostenidas solamente por el argumento, “después de La invención de Morel, no se puede escribir una novela así, en donde lo único que aguanta el libro es el argumento. En donde no hay estructura, no hay juego, no hay cruce de voces”. El futuro desmintió a Bolaño, como parece desmentir también a Vila-Matas: “las cosas se torcieron y, entre sombras de Grey, ahora triunfa la corriente de aire, siempre tan limitada, de los novelistas con tendencia obtusa al ‘desfile cinematográfico de las cosas’, por no hablar de la corriente de los libros que nos jactamos groseramente de haber leído de un tirón”. La complejidad, el arte difícil que, como decía Octavio Paz, convierte al lector en artista, el arte complejo que no quiere ser mera decoración, el arte literario que no aspira a la rapidez lectora, al más liviano y alienante entretenimiento, todo ello parece quedar todavía postergado en un futuro que no termina de llegar y hace inevitable que, casi a modo de consuelo o de dramático desconsuelo, uno se repita las palabras de Mario Levrero, tras ser preguntado por qué los autores tienden a la depresión: “porque no pueden tolerar la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles”, respondía el autor uruguayo que, sin embargo, parecía olvidar que incluso entre la más amplia jauría de imbéciles se encuentra la lucidez de quien resiste a pesar de todo.

Y es precisamente la palabra resistencia aquella que define la carrera ejemplar de Enrique Vila-Matas, resistencia y riesgo porque, como decía Michel Leiris en La literatura considerada como una tauromaquia, la literatura es arriesgarse, es ser un “escritor de antes”, un escritor que huye de los cantos de sirenas y de los acomodaticios caminos que algunos abren abjurando del verdadero sentido de la literatura –“ el arte auténtico es la cosa y no algo sobre las cosas: no es arte sobre algo, es el arte en sí”. Todavía hay quien se resiste, todavía hay escritores de antes: “un escritor debe tener la máxima ambición y saber que lo importante no es la fama o el ser escritor sino escribir”, apuntaba Enrique Vila-Matas en su artículo Escribir es dejar de ser escritor, escribir es “encadenarse de por vida a un implacable amo, un amo que no hace concesiones y que los verdaderos escritores los lleva por el camino de la amargura”. Hoy, cuando no son pocos quienes han confundido la literatura con un pasatiempo, cuando algunos identifican la cima literaria con los primeros puestos de ventas; hoy, cuando lo complejo es tachado de esnobismo y lo masivo es aplaudido por democrático, las palabras de Enrique Vila-Matas son el liet motiv de todo aquel que aspire a ser y a convertirse en un “escritor de antes”. En ese futuro eternamente postergado espera Vila-Matas, ese viajero lento que, sin embargo, sin concesiones, nos adelantó a todos dejando la estela de la más ejemplar de las trayectorias.

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