La heterodoxia de Antonio Lucas

 Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

vidasDecía Guy Talese, autor de Frank Sinatra está resfriado, semblanza periodística y a la vez relato de incuestionable valor literario, que “el periodismo necesitaba mentalidad literaria”. En unos días en los que el debate entre ficción y no ficción, tan inagotable como agotador, es objeto de reiteradas mesas redondas y conferencias, las palabras de Talese se imponen a la polémica, sobrepasando la distinción en torno al estatus de realidad de los géneros, para apelar a la escritura en sí misma y al ineludible compromiso que ésta demanda. Poco o nada tiene que ver el compromiso con la escritura, la tozuda obcecación ante un texto que, siempre y en cualquier circunstancia, deberá ser el más excelso, con las fronteras, tan débiles como el propio estatuto de realidad, entre la ficción y la no ficción, entre “lo real” y ese “efecto de lo real” al que hacía referencia Roland Barthes en su ensayo, hoy de particular actualidad, sobre el carácter ficcional de la escritura historiográfica. Discusiones genéricas a parte, hoy el periodismo parece seguir reclamando aquella mentalidad literaria y, como entonces o puede que incluso más, en este proceso de deterioro al que aludía, con más exclamación que reflexión Baricco en su Los bárbaros, son pocos aquellos que, como por entonces Talese, se imponen a la planicie de la escritura.

Dora Maar
Dora Maar

“El periódico ha sido siempre una extraordinaria madriguera de escritores”, comentaba el pasado mes de octubre Antonio Lucas, y, sin duda, así ha sido en su caso: El Mundo, el periódico donde lleva casi dos décadas escribiendo a diario, ha sido la madriguera de este periodista y poeta, conceptos que en Lucas se combinan con naturalidad poco común en un tiempo de categorizaciones y etiquetas excluyentes. Como Talese, Lucas se impone en el arte de la escritura: no importa si se trata de columnas de opinión, de perfiles narrativos o de poemas, en cada uno de los textos de Lucas se observa una incuestionable voluntad de estilo que, no sólo hace de Lucas un autor –en toda la vastedad que dicho término implica- reconocible a través de su textos –algo, no común, como bien señalaba Fresán, en un momento de homogeneidad narrativo-discursiva-, sino que convierte sus textos periodísticos en prosas que bien merecen el apelativo de literatura. Y de la misma manera que sus artículos periodísticos trascienden hacia la literatura, Vida de santos (Círculo de tiza) trasciende la mera recopilación de perfiles y semblanzas, publicadas por Antonio Lucas a lo largo de diversos años cada domingo en El Mundo,  para proponerse como un texto que, con una textura ensayística, apela, desde la heterodoxia propia de toda relectura, a los textos hagiográficos medioevales. Lejos del moralismo del género hagiográfico, que se definía por su didactismo y por el carácter “ejemplar” de sus narraciones, Antonio Lucas ofrece un repertorio de santos laicos, de mujeres y hombres cuya  “santidad” reposa en la heterodoxia de sus vidas y en la excepcionalidad, alejada de cualquier dogma y sustentada en la más alta concepción de libertad y autonomía, de sus obras. La heterodoxia de estos personajes es el eje narrativo que permite a Lucas trazar un recorrido histórico-cultural a través de los siglos XIX y XX, a través de los momentos estelares, en palabras de Zweig, y de los puntos de inflexión representados por este variado repertorio de personajes que, como la Olympia de Manet, miraron a los ojos a la férrea y moralista sociedad burguesa para enfrentarse a ella, para mostrarle sus contradicciones, su hipocresía y para desviarse, liberándose de corsés estéticos, ideológicos y morales. “Ellos reivindican su propia vida, se dan la extremaunción y la utilizan como rebeldía e insurrección contra ese molde que establece un código de conducta que no aceptan”, señalaba Lucas durante la entrevista que le realizó Edu Galán. Su reivindicación se convierte, asimismo, en la reivindicación del propio Lucas: el yo del autor va delineándose entre los retratos de sus santos, el yo narrador, formalmente externo y narrativamente omnisciente, se dibuja a lo largo de las páginas haciendo de Vidas de santos un retrato intelectual del propio autor.

Rimbaud
Rimbaud

Con mirada compasiva, pero no complaciente, devolviendo las luces y las sombras a estos personajes, reconvertidos en personas, con sus debilidades y sus logros, personas cuya excepcionalidad no los hace inmunes a las debilidades humanas, Antonio Lucas consigue huir de la tendenciosidad y de la mitomanía, porque Vidas de santos, en su carácter más reivindicativo, no es una colección de semblanzas, sino una lectura crítica de una historia cultural mal contada, de una historia, la oficial, llena de omisiones, escrita demasiadas veces desde la acomodación y del vanagloriado consenso: “poetas, novelistas, cineastas, actrices, músicos, cantaores, forajidos de la normalidad, paseantes de infiernos sucesivos, de paraísos artificiales, de realidades estropeadas”, escribe Antonio Lucas a modo de introducción, “algunos de ellos ayudaron a hacer la Historia y otros son necesarios para completarla”, señala el autor que rehuye de los denominados protagonistas para ir a los márgenes porque, como bien sabía Baudelaire, es desde los márgenes de las grandes avenidas, desde los pasajes poco transitados, desde donde se observa y se construye la historia, desde donde los poetas, aquellos rechazados de la academia, hicieron el posible el presente que es hoy. De ahí que Lucas dedique un apartado a las mujeres, ninguneadas y escondidas tras las espaldas de hombres que, en verdad, poca o ninguna sombra les hacían, mujeres heterodoxas que, como señala el propio autor,  “tuvieron la osadía de enfrentarse a un mundo-macho”. Ellas resumen el carácter de Vida de santos, en su heterodoxia se resume el propio carácter heterodoxo del libro de Antonio Lucas: esquivando el género de la recopilación, formulándose como un retrato intelectual del propio autor y proponiendo una lectura desviada –esa lectura que, en palabras de Harold Bloom, es la lectura de todo poeta fuerte que se desvía del predecesor para imponerse sobre él- no sólo de la propia tradición hagiográfica, sino del género de la semblanza, Vidas de santos es un ensayo crítico en torno a los protagonistas de la historia cultural y social de Occidente, un ensayo que, como su término indica, ensaya una relectura desde los márgenes y desde la combinatoria, nada casual y en constante diálogo, de individuos que desde posiciones y ámbitos diversos han construido en sustrato cultural, entendiendo cultura como la expresión de un todo modo de vida, de un presente, el nuestro, que, sin embargo, todavía tiene mucho que aprender de estos santos heterodoxos, precursores de su tiempo e incluso del nuestro.

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