Necrópolis

necropolis

Necrópolis (Marcos Prior, Astiberri, 2015)

Por Gema Nieto @GemaNieto81 

Pocas veces la forma, el estilo narrativo, ha estado tan puesta al servicio del contenido como en el cómic que nos ocupa. En Necrópolis, una trama mínima se desarrolla con todo tipo de formatos distintos: dibujos ausentes de texto durante páginas, entrevistas, tuits, viñetas menguantes que dan cabida a testimonios de gente miserable o paisajes abandonados de una ciudad inhóspita que es trasunto evidente de nuestro país. Y cada una de las formas elegidas es perfectamente coherente con el mensaje que se enuncia en cada momento, hasta tal punto que no podría transmitirse de otro modo o bajo otra figuración.

Cada uno de estos capítulos cortos nos va mostrando una panorámica general de la corrompida ciudad de New Poole mediante la breve y gráfica disección de todas sus parcelas: medios de comunicación, políticos, vecinos, parados de larga duración, millonarios inseguros, etc., hasta configurar, como se refiere en el subtítulo, un «Retrato de grupo con ciudad» en el que ésta queda al fondo a la vez que lo invade todo.

En esta ciudad descompuesta, podrida, de líderes ridículos, discursos vacíos, vidas insignificantes y moral hipócrita, caben las críticas a todos los sectores, especialmente a la prensa, los partidos en campaña electoral (debería ser obligatorio leer este cómic antes de ir a votar, de hecho parece haber sido escrito explícitamente para una jornada de reflexión) y los poderes fácticos especialistas en generar shock y paranoia en una sociedad degenerada e ignorante, ausente de luz. No es casual la elección del motivo de los apagones como clave de inicio.

Precisamente desde este mismo inicio un argumento en apariencia de suspense oculta una realidad no tan metafórica y evoluciona concediéndole lugar a un subtexto obvio en el que convergen otras líneas más escurridizas. El interés por la resolución de este suspense se abandona pronto aunque la puesta en escena resulta verdaderamente inquietante. Pero el lector ya sabe que ése no es el verdadero asunto. La trama se formula en apenas cuatro trazos, los justos para ponernos en situación de alerta. Y ese clima de constante desasosiego se despliega en cada viñeta. El ser humano se presenta como un ciudadano vulnerable y desinformado en un entorno hostil, sin luz, enfrentado a algo poderoso e ignoto que está más allá de su comprensión y de su alcance pero que lo determina todo. Marcos Prior desarrolla así una tesis sobre el terror, no tanto sobre el terrorismo, en el que el pánico y el absurdo se retroalimentan en un bucle desenfrenado (el miedo genera más miedo) hasta llegar a un desenlace descorazonador, nítido y, sobre todo, coherente en su explícita falta de cierre.

Interior 1Desde el principio se nos sitúa en un punto extremo, sin tibiezas ―en New Poole se cometen asesinatos en masa cada vez que hay un apagón―, y se nos fuerza a construir un estado mental de resignación que nos conduzca a una sensación de inevitabilidad. Aunque la situación es exagerada y brutal, para los personajes se convierte en algo común y cotidiano, del mismo modo que para nosotros también lo sería (de hecho, ya lo es). No abandonaríamos la ciudad aunque esos sucesos se repitieran día tras día hasta anestesiarnos y nos obligaran a vivir instalados entre la inseguridad y la desidia. El de los habitantes de New Poole, que conviven con los crímenes igual que con el tráfico o los horarios laborales, es un terror cómodo, que hemos asimilado junto con nuestras rutinas. Algo exagerado, llevado al extremo, ya no nos perturba. Nos insensibiliza para todo excepto para seguir prestando atención desbocada a unas cadenas de televisión que ponen el morbo y la audiencia por encima de unas vidas humanas que no significan nada. En su búsqueda de necesarios chivos expiatorios a los que culpar de la desestructuración social valen tanto las familias monoparentales como cualquier desgraciado que pase por el lugar equivocado en el momento equivocado.

Pero, a mi juicio, lo mejor de todo viene ahora: creemos, desde nuestro soberbio y burgués egoísmo y nuestra cortedad de miras, que la manera más audaz de crítica es la realizada a través de obras literarias rompedoras, cómics insurgentes o artículos incendiarios. En un maravilloso giro que demuestra una vez más lo alejada que está la trama de la preocupación principal del autor, Necrópolis se convierte en irónica metacrítica que se burla de su inútil pretensión social y cuestiona su propia efectividad como denuncia. Hacia la mitad de la historia se nos presenta al creador de un superhéroe que lucha contra las injusticias de New Poole y cree que así cumple su objetivo como dibujante de la manera más eficaz. Sólo nos vengamos y denunciamos a través del papel, lo cual no tiene ni en lo más mínimo las consecuencias reales que desearíamos. El ciudadano de pie puede tener la tentación de tomarse la justicia por su mano pero se limita a proyectar ese deseo en figuras y alegatos de ficción. Quizá el que dispare de verdad se convierta en héroe, o quizá reciba una condena unánime, pero en cualquier caso allí estarán los partidos políticos para sacar rédito de su error o de su acierto.

Interior 2En último término, lo que el autor parece gritar es: «No seáis víctimas, ENFRENTAOS». Su obra es un alegato por la reacción, una reivindicación de la implicación frente al inmovilismo, pero siempre bajo el prisma de una acción real y no una crítica inútil, como la del mindundi del metro que es el único que se atreve a empuñar un arma frente al abuso, quién lo diría, evidenciando así la estupidez de quien intenta arreglar el mundo a golpe de tuits.

En resumidas cuentas, Necrópolis es una gran idea, con un desarrollo altamente gráfico y dinámico, sobre cómo se condena nuestra civilización, cómo nos aliamos con las mentiras y manipulaciones de los medios, cómo nos volvemos cómplices alienados de las estructuras del poder hasta llegar a justificarlas: ya no es sólo la paranoia que nos vuelve a unos contra otros mientras los verdaderos responsables quedan siempre ocultos e impunes tras los apagones que ellos mismos provocan ni que nadie haga nada durante los asesinatos por miedo a ser las siguientes víctimas. Es que los crímenes se convierten, en la mente de todos, en actos de limpieza necesaria.

Una obra que reconcilia al lector con las distopías sugerentes y sobrias sin renunciar al impacto visual de algunas escenas violentas muy bien encajadas. Un gran ejemplo del género, con un ambiente de pesadilla donde prima la sugestión por encima de los efectos y que tendríamos que leer todos antes de este domingo.

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