Deliciosa Natalia Sánchez en «Ninette», de Miguel Mihura

Por Horacio Otheguy Riveira

«Ninette y un señor de Murcia» es un gran éxito internacional de Miguel Mihura desde su estreno en 1964, bajo la férrea censura franquista. Una obra llena de detalles insólitos, en muchos aspectos revolucionarios, que sedujo a medio mundo a través de su protagonista: una muchacha que se enamora de un hombrecillo pusilánime y lo atrapa entre sus preciosos y ardientes muslos. Una obra luminosa en tiempos oscuros. No es la mejor función de un gran hombre de teatro, pero sí la que más se representa en el mundo de habla hispana. Todo gira en torno a un personaje femenino tan potente que cuando no está en escena se echa de menos. Gran interpretación de Natalia Sánchez.

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Los hombres son necesarios, los novios no.

 

Miguel Mihura (1905-1977) dedicó a la mujer la mayor parte de su amplia producción, creando personajes femeninos en los que la capacidad de seducción, el ingenio para el amor, la supervivencia cotidiana, y un infatigable sentido del humor las han convertido en parte estelar de la historia del teatro español.

Su obra maestra, Maribel y la extraña familia (1959) dejó un nivel de exigencia altísimo que no recuperó en las obras posteriores, aunque todas ellas resulten muy interesantes.

En 1964, Ninette y un señor de Murcia fue un exitazo con impactante eco en Montevideo, Buenos Aires y Ciudad de México, donde actores españoles y nativos la representaron durante mucho tiempo. También tuvo similar éxito su continuación, Ninette, Modas de París, en 1966 (José Luis Garci unió las dos en una película, Ninette, 2005).

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Mihura fue un comediógrafo brillante al que le daba mucha pereza escribir, pero como solía ser director de sus propias obras se ponía a ensayarlas antes de tener el final. El último acto o las últimas escenas las llevaba a último momento. Fue un hombre de teatro que se convirtió en personaje insólito que se descubre melancólico y divertido a la vez en un libro de memorias de contagiosa vitalidad (Mis Memorias, Temas de Hoy, 2003). Después de las Ninette estrenó la comedia policiaca (le entusiasmaba este género) La decente, en 1967, y en 1968, Sólo el amor y la luna traen fortuna —las dos dirigidas por él mismo—, y se retiró.

En 1977 enferma y meses más tarde muere en su piso de Madrid —como él quería—, y se convierte en un clásico «posibilista» de los interminables años bajo el franquismo, y también en leyenda, en un tesoro sin explotar. Demasiado poco se representa su prolífica obra (recomiendo su Teatro Completo editado por Cátedra con una magnífica introducción y edición de Arturo Ramoneda), en todo caso un portento de ingenio en tiempos difíciles a los que él aporta un conocimiento muy profundo de las relaciones hombre-mujer. Amante de las dulces prostitutas como de las mujeres de rompe y rasga (Sara Montiel asegura en sus Memorias que tuvieron un espléndido affaire).

De manera que el amor, la seducción, siempre corren por cuenta de mujeres encantadoras, divertidas, algo locas, disparatadas, lo mismo en una intriga policiaca que en un seudomelodrama. Se mire por donde se mire, en este contexto Ninette y un señor de Murcia cuenta con personajes demasiado estáticos para la imaginación del autor, con un desarrollo muy lineal, con escasa diversión, sobre todo en comparación con otros textos propios, pero fundamentalmente nace un personaje inédito en el teatro español de entonces, y probablemente inexistente aún hoy: Ninette, una chica que avasalla al recién llegado, le estrena en el amor sexual (virgen también ella), en fascinantes e inesperadas locuras de tarde a tarde, encerrados en un cuarto sin ventanas la preciosa muchacha y un tipo corriente y muy cortito… haciéndole prisionero hasta empujarle a casarse en un doble juego de delicias sin fin y responsabilidades indeseadas.

Las sonrisas y unas pocas carcajadas que despierta Ninette y un señor de Murcia están cargadas de entrelíneas, de simbolismos, de angustias de tragicomedia española: el murciano «de derechas» que sólo trabajó con su tía en una tienda de catecismos y otros artículos católicos, heredó la tienda y ¡300 mil pesetas! que ansía despilfarrar en París, donde tiene un amigo, y donde se supone que reside el pecado a troche y moche, de día y de noche…

Pero donde le alojan encuentra a un matrimonio encantador de rojos muy rojos con el retrato de Lenin en la pared, y una hija que decide «merendarse» al recién llegado y encerrarle entre sus muslos y entre cuatro paredes para siempre. Una trampa muy gozosa en la que cae, irremediablemente sumiso, un vendedor de catecismos y otros objetos religiosos, que se lamenta no poder volver al Casino del pueblo a contar sus pecados de París, porque Ninette, «que está muy rica» es algo muy distinto, una  mujer jamás imaginada.

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De izquierda a derecha: Jorge Basanta, Julieta Serrano, Miguel Rellán, Natalia Sánchez, Javier Mora.

 

La comedia triunfa por Ninette y, por tanto, por la actriz que la representa. Los demás personajes se ven en manos de actores inspirados (Jorge Basanta, el incauto provinciano; Javier Mora, el hombre gris que vive de aparentar; los padres: maravillosos veteranos Miguel Rellán y Julieta Serrano) que deben jugar con personajes planos y reiterativos sin desarrollo realmente interesante.

Sólo Ninette da de sí, el único personaje que evoluciona en escena y hoy como en aquellos 60 «tan franceses» impone una sexualidad libre, al principio ingenua, preciosa, irresistible, que va incorporando otras características menos juguetonas a medida que transcurre la acción. Ante este panorama, el estilo que impone Natalia Sánchez (a quien ya aplaudimos como víctima de circunstancias sociales adversas en Amantes en 2014, y en La pechuga de la sardina en 2015) tiene el valor de una composición admirable: desde el pulido acento francés (que tantos horrendos momentos nos ha ofrecido el doblaje cinematográfico) hasta los más mínimos detalles de encantador autoritarismo. Siempre seduce, cautiva, y es el centro todopoderoso de la comedia con su punto lascivo y el angustioso drama que acaba generando en Armando, el tontorrón atrapado sin salida, el zángano felizmente devorado por su reina (para el que Jorge Basanta aporta con gran acierto una inquietante ingenuidad).

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— Si tú no quieres casarte conmigo, pues me caso con tu amigo.

— ¿Con quién?

—  Con Armando. Es muy simpático. Y muy guapo. Y yo a él le gusto mucho y siempre me dice que tengo mucho dinero…

— Lo que te dice es que estás muy rica.

— Es la misma cosa.

— No es lo mismo, Ninette, no es lo mismo…

 

 

Ninette y un señor de Murcia

Autor: Miguel Mihura

Dirección: César Oliva

Intérpretes: Julieta Serrano, Miguel Rellán, Javier Mora, Jorge Basanta, Naalia Sánchez

Escenografía: Daniel Ruiz Zurita, Antonio F, Riquelme

Iluminación: Pedro Vera

Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa. Hasta el 14 de febrero de 2016.

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