“Tallest man on earth”, un ventrílocuo de su guitarra

Por: Abel Farré

Se cierran las luces de la Sala Barts y se escucha una sintonía en donde oigo una frase que dice “You say that love never was there for you”; es el Försent for Edelweiss de Häkan Hellström, lo que anuncia la aparición de quien dio su alma para que a partir de cierto día la guitarra hablara por él.

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Así como la leyenda dice que Robert Johnson vendió su alma al diablo en el cruce de la actual autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Missisipi), a cambio de tocar blues mejor que nadie. Estoy seguro que Kristian Matsson vendió su alma en cualquier posible punto de Escandinavia para entregárnosla a nosotros y permitirnos poder sentir la música desde el punto más alto posible.

Pero sin querer jugar con estúpidas palabrejas que me ayuden a presentar a “The Tallest man on earth”, sólo me queda decir que puede haber un antes y un después, cuando uno tiene la posibilidad de ver este músico encima de un escenario.

Músico en letras mayores, porque más que un superstar, nos encontramos con un trovador de la música, con un ventrílocuo de su guitarra. Kristian Matsson nos transmite la sensación que no hay ninguna línea que separe el alma de una guitarra y la de un ser y que la simbiosis de los mismos dan el resultado de algo que no tiene cabida hoy en día en los diccionarios. Pues tal vez “Tallest man on earth” es eso; es algo inexplicable que aparece cada muchos años y que da sentido a que sigamos viviendo en búsqueda de encontrar una sintonía diferente que nos haga sentir algo.

No se si importa que diga que empezó con “Wind and walls”, que siguió con “1904” o que seguro que hizo llorar a más de uno con “Slow Dance”. Y sí, evidentemente que no falto el “The Dreamer” de turno, solicitado a gritos por aquellos eclipsados de las primeras filas. O que con el “King of Spain” la gente se entusiasmaba como si sintiera que le hablaban de algo más cercano.

Pero realmente que importa de todo esto. Cuando un setlist acaba convirtiéndose en esa herramienta de dedición para acudir o no a un concierto, cuando acaba convirtiéndose en nada más que palabras que anuncian si un músico tiene que recurrir o no a sus clásicos para llenar una sala de conciertos; nos sitúa la música al nivel de cualquier empresa de hacer dinero.

Con suma ignorancia, la mía, creo que Kristian Matsson no ha llegado a nuestra vidas para esto, esta claro que come y duerme gracias a ello, pero la sensación que me seduce cuando se sube a un escenario, es que esta allí para contarnos historias que le pasan y en donde el orgullo por escucharle se mezcla con el de él mismo por tener la posibilidad de que le escuchemos.

Kristian Matsson escupe la emoción desde el alma, una alma que incluso después del concierto me pregunto si se encuentra en su interior o en la misma caja se resonancia de cualquier instrumento de seis cuerdas que sujete con sus brazos.

Es cierto que ahora ha cambiado su formato de presentación; con su último disco “Dark Bird is Home”, nos viene a presentar sus historias acompañado de una banda. Según parece necesitaba alguien más a quien abrazarse una vez terminaba sus conciertos, pues se volvía al camerino sin posibilidad de comentar con nadie como había ido al show. Estoy seguro que en esos tiempos se abrazaría a sus guitarras mientras se permitía hacer una orgia llena de sentimiento, en donde daba gracias a “ese” que se erigía como su herramienta de comunicación.

Pero de todas maneras ahora Kristian Matsson salta al escenario adelantado de su grupo, tal vez necesita aun su espacio y no preparado aun para evadirse de su zona de confort, mantiene al resto de sus músicos allí en la retaguardia; eso si mostrándole en todo momento su apoyo.

Ahora le acompañan buenas voces, violín, guitarra, bajo, piano, batería… lo que llevaría cualquier grupo convencional. Pero la verdad es que incluso cuando Kristian Matsson toma el piano como herramienta de expresión, como es el caso de “Little Nowhere Towns”, todo suena diferente, todo suena más adentro, todo suena con más sentido, todo suena más alto sino más grande…

Según decía en alguna entrevista, ahora quería presentarse con grupo para hacer llegar sus mensajes con más fuerza, pero esta claro que los mismos sólo llegarán con más fuerza el día que Kristian Matsson se pueda clonar por el escenario. No juzgo falta de profesionalidad, pues sus acompañantes hacen un gran trabajo; pero la pulsación del instrumento, el tacto, la subida y bajada de volumen del instrumento con toque de elegancia, está solo al alcance de algunos elegidos.

Tal vez tendremos que seguir buscando nuevos cruces de carreteras en donde los músicos entreguen su alma a cambio de poder hacer llegar algo más que música. Gracias Houston Party por acercarnos esta joya.

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