Carol (2015), de Todd Haynes

 

Por Jordi Campeny.

Carol1Carol debería haberse hecho en los años 50, década en la que transcurre su acción. Época dorada de Hollywood, los 50 constituyeron un estallido de gran cine y dejaron para la posteridad directores y obras maestras que son pura historia del medio. El melodrama americano halló en directores como Richard Brooks, George Stevens, Elia Kazan o, sobre todo, Douglas Sirk, sus máximos exponentes. La gata sobre el tejado de zinc (1958), Al este del edén (1955), Un lugar en el sol (1951), Escrito sobre el viento (1956), Tiempo de amar, tiempo de morir (1958) o Imitación a la vida (1959) son sólo algunos de los títulos más relevantes de un tiempo, de un lugar, de un género, de una particular y apasionada manera de entender –y amar– el cine. A esta ilustre lista podríamos añadir Carol, este clásico de los cincuenta que tiene la ínfima particularidad de haber sido rodada en 2015.

El cine y la sociedad de entonces tenían sus códigos y sus terrenos vedados. Patricia Highsmith logró publicar la novela en la que se basa la película en 1952; una historia de amor prohibido entre dos mujeres, de tintes autobiográficos. Su adaptación a la gran pantalla, por aquel entonces, hubiera sido impensable. Han tenido que pasar 63 años. Los melodramas americanos de entonces, mayúsculos y vibrantes, narraban arrebatadas historias de amor entre hombres y mujeres, de la misma raza y, como mucho, de distinto escalafón social. Los vínculos interraciales o, no digamos ya, entre personas del mismo sexo, no hallarían su espacio en el cine hasta décadas después y normalmente se veían abocados a un destino trágico (Brokeback Mountain, Ang Lee, 2005).

El director Todd Haynes sitúa por segunda vez su acción en la época dorada americana para poner su acento, de nuevo, en una pasión homosexual. La primera fue en 2002, con Lejos del cielo, y vuelve a hacerlo ahora, con la más contenida, pero hermosa, perfecta, Carol. La particularidad de Carol, lo que la hace única y casi un clásico instantáneo, es su condición de ser, en pleno 2015, una película de inconfundible sabor a melodrama de entonces. Dicho de otra forma: lo que la hace especial es parecerse a tantas otras; parecerse a un clásico de Sirk pero con dos mujeres sintiendo y amando como lo hacían John Gavin y Lana Turner, por ejemplo. Son dos mujeres que no luchan, como estamos acostumbrados a ver, contra su naturaleza; luchan más bien contra una sociedad hostil que pretende castigar esta naturaleza. En plena era conservadora de Eisenhower, Therese (Rooney Mara) y Carol (majestuosa Cate Blanchett) entienden y aceptan quiénes son y se abandonan paulatinamente a una pasión que crece a fuego lento bajo la piel que habitan. La película es el triunfo del amor entre dos mujeres con todos los condicionantes en su contra. Es, precisamente por su contexto y su resolución, un paso más hacia la normalidad.

carol3Por encima de este fondo, de estas –digamos– consideraciones éticas, cabe destacar su diseño de producción; su exquisita estética. Carol es también un triunfo de la forma. Su puesta en escena es sobria y elegante; de un delicioso clasicismo. Sus secuencias y fotogramas –algunos de ellos recuerdan a las pinturas de Edward Hopper–, su maravillosa fotografía y espectacular tratamiento de la luz, sus ángulos y planos de vibrante elocuencia –con estos márgenes de aire que dejan aplastados a un lado a sus personajes– y su uso del color –estos habituales contrapuntos de rojo, que remiten al Vértigo hitchcockiano– se erigen como bazas formales principales de un trabajo primoroso que se sitúa entre lo mejor del 2015.

En un presente y época de ritmo trepidante y de acciones solapadas que se digieren y olvidan a velocidad supersónica, en un marco como el actual que está definitivamente enfermo de evidencias y explicitud, se agradecen propuestas sensibles, inteligentes y contenidas como Carol, donde los temblores interiores no explotan como un volcán, sino que van colándose por las costuras con cremosa sensualidad. Carol fluye con cadencia ante tus ojos, eriza levemente la piel, se manifiesta sin estridencias. Y conquista el corazón.

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