‘Historias de Ámsterdam’, de Nescio


Por Ricardo Martínez Llorca

Historias de Ámsterdam

Nescio

Traducción de Goedele de Sterk

Elba

Barcelona, 2016

224 páginas
Historias de AmsterdamSi recordamos lo que somos, un trozo de vida, la literatura debería estar al servicio de esa memoria, no de la propia literatura. Decir que “todos los días habíamos sentido un anhelo de no se sabe qué. Y a la larga nos pudo la monotonía”, es expresar lo que somos. Mierda: somos esa gente que no sabe lo que quiere, pero tenemos que serlo en plural, tenemos que serlo junto a alguien; somos la masa gris, un carro de tiempo al que podemos llamar destino, pero para que tenga sentido o para sobrevivir, necesitamos que un puñado de gente nos acompañe. La idea es puro existencialismo, sí. Pero del que nos atañe. No es necesario matar a un desconocido en una playa para montar un relato existencialista. Basta con un mediocre con aspiraciones a poeta, harto de lo cotidiano, que cree conservar para sí unos versos bellísimos escritos en un papel:

Tengo el corazón muerto,

Cuán pesado se me hace cargar con él.

Todo un tópico que tira al fogón. Pero Nescio, seudónimo de Jan Hendrik Frederik Grönloh (Ámsterdam, 1882 – Hilversum, 1961), no puede resistirse a la tentación de condicionar ese gesto: “El fuego no estaba encendido, puesto que era verano”. A continuación, el poetilla actúa en consecuencia: “Estaba tan enfadado con todo, vivo o muerto, que interrumpió su erotismo sin fin para redactar un libro agrio que enseguida le catapultó a la fama”. Este relato, El poetilla, es el más largo del volumen Historias de Ámsterdam, una recopilación de narraciones que se componen a partir de una vida, como si Nescio creara su alter ego, el narrador, y junto a él un grupo de sosias que le acompañan en el tránsito por el mundo. Porque a medida que van pasando las páginas, los protagonistas van envejeciendo.

Pero Nescio sólo nos muestra fragmentos ligados por elipsis temporales de mayor o menor espacio en el calendario, pero de idéntico significado en la historia de las vidas que refleja: no pasa nada. Sucede lo que deberían haber sido vidas. Y Nescio se detiene en gestos comunes a los que, como en el caso del poeta arrojando un papel para que se incinere en una chimenea apagada, les confiere el golpe de efecto de lo vulgar. Todo resulta tan real en estos relatos que no cabe lugar a otra interpretación que no sea creérselo, creer que si no nos cuestionamos si la vida merece la pena, es por pereza. Por eso sus personajes pretenden meterse algunos ideales en el bolsillo, ser bohemios o morir en el intento. De ahí la sencillez con que están escritos, porque son relatos de un observador, y para el observador el mundo entero está frente a sus ojos. Y en este caso, en Ámsterdam, donde se combina la resignación o la lucha contra la resignación a la felicidad doméstica, con la floja pero tozuda creencia de que existe en algún lugar la felicidad apolínea. Pero en Holanda, parece decir Nescio, no encontraremos el paisaje idílico, sino su parodia. En lugar del flaneur que disfruta del vagabundeo por las calles, el bohemio de Nescio pasea su derrota sin saberlo.

 

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