Recuperar la figura Richard Hamilton recorriendo la exposición Deseos y necesidades, del MACBA

Por Carla Mallol Güell

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Desde el pasado mes de junio y hasta a finales del mes de mayo (30 de mayo), el MACBA de Barcelona acoge la exposición de las nuevas incorporaciones a la colección del museo, que lleva por nombre Deseos y necesidades, inspirándose en la obra Algunos objetos de deseo de Lawrence Weiner que se encuentra en la entrada del museo. La exposición está dedicada a la memoria de Richard Hamilton, una figura clave para
comprender el arte del siglo XX y de la actualidad. Un maestro de la contemporaneidad. Su arte se encuentra a medio camino, un arte que fluye, tan característico de nuestro mundo posmoderno. Hamilton consiguió fundir arte y realidad, y lo hizo a través del lenguaje prosaico, de la calle, del día a día, de los anuncios publicitarios, de la tecnología, etc. Quizás por esta razón el MACBA decidió homenajear al padre del pop-art, ¿por su contemporaneidad? Pero, ¿qué es ser contemporáneo? ¿Existe tal cosa?

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Parece que el “arte” ha sido, durante siglos, sumiso a leyes tales como la representación, la significación o la verosimilitud, ataduras que lo aprisionaban a su eterna condena: la mímesis, contra la que lucharon los rompedores vanguardistas. Quizás el primer verdadero gesto de emancipación de la realidad fueron los ready­made de Duchamp, de quién Hamilton fue un confeso admirador. Aunque la obra “el urinario” de Duchamp haya pasado a la posteridad como el gran ready­made, en su exposición inaugural brilló por su
ausencia. Fue la obra estrella pese a que nadie la pudiese contemplar ya que fue censurada y yació escondida debajo de una tela. Según cuenta Plinio, en una competición artística entre Zeuxis y Parrasio para disputarse el puesto del mejor pintor de su época, Parrasio pasó a la posteridad gracias a su tela pintada, que consiguió engañar al ojo de su contrincante, quien creyó que se trataba de una tela de verdad. Del mismo modo que detrás de la cortina de Parrasio, siglos antes, yacía la nada; quizás aquello que se escondía debajo de la tela de Duchamp no tenía valor alguno. De hecho, ¿no es acaso la esencia del arte este afán para expresar lo inexpresable? ¿Quizás la no-expresión de Duchamp fue el mejor acercamiento posible a la imposibilidad de expresión subyacente en el arte? ¿O quizás simplemente una provocación? ¿O el primer paso hacia la desacralización del arte? Duchamp destronó al arte, exiliándole de su pedestal
de mármol y arrojándole a la realidad, esa realidad quebradiza que servirá de puzle a Hamilton para sus collages, tal y como atestigua su obra más emblemática, citada hasta la saciedad: Just What Is It That Makes Today’s Homes So Different, So Appealing?.
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Sus obras son un auténtico embrollo: personajes célebres junto con aparatos electrónicos, mobiliarios domésticos y todo tipo de objetos de cotidianeidad, de la mundanidad. Arte y realidad se funden, enlazándose, imbricándose a cada instante. Quizás esta es la razón por la cual el MACBA ha decidido homenajear a Richard Hamilton con su nueva exposición Deseos y necesidades que, según su comisario,
Bartomeu Marí, representa un antes y un después para la trayectoria del museo ya que por vez primera esta exposición ha roto virtualmente con una tradición museística basada en la organización de exposiciones entorno a narraciones o dramaturgias específicas Deseos y necesidades acoge obras de geografías y cronologías muy diversas: desde principios de la década de los 50 hasta hoy, de artistas de la talla de Richard Hamilton – con su emblemática exposición Growth and Form ­ o John Baldessari, pero también visibiliza las nuevas voces del arte catalán y español como la Esteban Vicente, Esther Ferrer, Néstor Sanmiguel, Mireia Sallarès o Patricia Dauder, Dora García o Francesc Abad, sin olvidar la dimensión internacional, gracias a artistas del Norte de África y Oriente Medio como Younès Rahmoun, Sigalit Landau o Walid Raad., entre tantos otros artistas. De este modo el MACBA ha querido ofrecer una lectura abierta y dinámica de grandes obras de nuestra contemporaneidad, reivindicando así la capacidad de cambio, de inestabilidad, de multiplicidad propia del arte postmoderno. Si aquello que nos caracteriza es la maleabilidad, la caducidad constante, la mutabilidad de lenguajes, ¿es quizás nuestro lenguaje el lenguaje del cambio? ¿Cuál es, entonces, el fin del arte? ¿Acaso debe tener un fin? ¿Puede el arte tener un fin? ¿O sería este su final? ¿No es reside la esencia del arte en la búsqueda constante de la infinitud, en su voluntad de expresar lo inexpresable? Como diría Ad Reinhart, “el arte­en­el­arte es arte­en­el­arte.

El fin del arte es el arte en tanto que arte­en­el­arte. El final del arte no es el final”.

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