Tres te buscan, de Rafael Talavera

tres te buscan

Rafael Talavera (2016)

Tres te buscan

 

Madrid: Vitruvio.

 

Por José M. Prieto (catedrático de universidad y académico de número)

 

“Tres te buscan” acaba de decirme, al entregarme el libro, Rafael Talavera. Es un poeta con más de cuarenta años de trayectoria profesional publicando. Conoce bien su oficio y el presente es un florilegio de tres décadas de inmersión lírica, verso a verso, 1978, 1986, 1989, 2000, 2005, 2006, son los hitos marcados, son muchas las ganas que tiene de hablar por los dedos. Fosforescente el rotulador es el notario.

Y los labios ¿qué dicen? La poesía de Rafael Talavera ha de leerse con voz amable, ha de escucharse porque ha sido escrita oyendo música barroca y música es, también, la cadencia de las sílabas, el acompasamiento de las palabras, son frases que afloran y se traban. Para quien tenga oído es una monodia, para quien tenga solo oreja es una ojeada. Los aretes tiemblan, ensimismados.

¿Qué tipo de poeta es Rafael? Es de los que hacen un viaje interior y con las palabras se descubre. “Abrir, cerrar los ojos. Apariciones, desapariciones” (p. 253)

El primero de los libros, Tres pirámides sin sombra (1978), poco o nada tiene que ver con los restantes. Es un juego de enredo para el lector avisado que mantienen al día su curiosidad de observar el descenso de la luna a la sombra. El segundo (Grial,1986) y el último (Ardiendo yo en tu luz, 2006) tienen un nexo que se avista entre líneas: son dos viajes con requiebros en el maletero. En el breve libro de 1989 (El relámpago en la piedra) las indagaciones líricas son respingos, son lisonjas ecológicas. Breve también es El vuelo de K (2000), pues es tan solo una inicial que se ha quedado con las ganas de una más que tranquila vida intrauterina. Siempre está el tigre (2005) es un extenso libro en el que abundan y cunden las obsesiones y las compulsiones, peculiares y hacendosas de carácter espiritual. Los mamíferos carnívoros andan a la husma y unos cuantos, enamorados, siguen cumpliendo décadas. De ellos se ocupa en Ardiendo yo en tu luz, del 2006, donde sopesa la utilidad de la prosa y de los versos largos para descubrir el encanto que tiene una determinada especie en vías de extinción: los indudablemente casados.

Ninguno de los seis libros es una reiteración del precedente o del que viene después. Este es otro de los empeños del poeta Rafael Talavera, nunca repite su manera de escribir, cambia el menú igual que el comensal. No se lo pone fácil. Las líneas que siguen son un GPS orientador, una invitación a tres fines de semana de esparcimiento enfrascado.

Lo primero que llama la atención en Tres pirámides sin sombra es que se trata de un único poema troceado en cuarenta y dos páginas. Son, pues, percances, apariencias diluidas, cual bolsitas de té, de una enjundia que custodia esa alcancía que es el título, que es el señuelo que atrae a quien cae en la cuenta… y se anima y se entretiene.

“Para enterrar a la Belleza” es el subtítulo y en este catafalco no es neutra la mayúscula pues saca la punta al lápiz de “tres pirámides sin sombra”. ¿Tiene sentido esta revelación o nos ha salido travieso el autor que atusa su barba pulida con canas?

En efecto, se recrea con quien le sigue la corriente y aprehende la presencia del enigma, página a página. Divertido el jugueteo del bromista escritor. Son, faltaría más, tres pirámides trabadas con versos lineales de papel. Inicia cada pirámide con una línea en la primera página y luego dos en la segunda, y luego tres, cuatro, cinco, seis y siete versos que son escalones (cada uno ordenado en su propia cara) y luego, no es casualidad, seis, cinco, cuatro, tres, dos y un verso, base de la pirámide, y luego otro verso aislado del que arranca la segunda y luego la tercera. Se trata de tres pirámides invertidas (de arriba abajo, hoja a hoja, es una hondonada que nunca da sombra) que están truncadas (los versos ascienden uno a uno, intermitentes pues los une el filo fino del papel, y decaen sin paracaídas).

La primera es áurea: “¡oro, oro y aquí se quedará!” (p. 17), “Mas oro es, y aquí se quedará” (p. 29) y dos páginas después la pista: “¡Oro, busca a tu siervo!”. La segunda es solar y este es el verso llano que sirve de enlace: “¡Sol, oro en mi cabeza! Más sombrío es tu siervo” y se desciende a la segunda pirámide, con el flequillo asomándose peldaño a peldaño, y se remonta, y en el reborde plano se topa con una “¡larva de plata, herida nocturna de mi cuerpo!”.

Argéntea se exhibe, pues, la tercera pirámide, desnivelada y plateresca cuando alcanza la llanura aluvial “en la noche incorpórea. Oh plata ennegrecida:/ descifraré, en tus runas, tus palabras, mis alas” (p. 57 y 58).

¿Es un tramposo este poeta? Al menos, sabe hacer trucos y el ingenio está en pillarlos entre párrafos acróbatas. Trabaja por planos imaginarios, como los de la catedral de San Pablo en Londres. Pocos saben que la segunda cúpula más grande de Inglaterra es falsa, está pintada, así lo quiso el arquitecto, Sir Christopher Wren (1632-1723), de piedra solo es lo que se ve. Detrás, magia figurativa.

Rafael es de Cuenca y algo sabe y mucho de casas colgadas sobre un barranco. En 1971 discernía ya muy bien qué se traía entre manos al obtener el reconocimiento, público y notorio, a la sombra del premio Adonáis con Tres poemas y calcomonías recién cumplidos los 21 años. Se alejó de la tertulia que conducía Gerardo Diego (1896-1987). “Al maestro hay que enterrarlo” dicen muy seguros los mejores discípulos zen. Y también de estas prácticas que son marciales sabe él.

Grial es el título de alucine, que es siempre un reclamo, una mirilla. ¿Son ganas de curiosear las que alienta Talavera para conseguir que lo lean? Se trata de un libro veraniego, de un viaje sentimental, escrito poco antes de ponerse al volante cuando lo que obliga a caminar es el alba.

Casi todos los versos son de arte menor, es decir, parco se pone verbal, procura decir lo justo pues se trata del diario de un caballero andante, la fantasía llamada cáliz, llamada eucaristía que puso a rodar un poeta del siglo XII, Robert de Bouron. De su obra se conocen tan solo fragmentos y fragmentos viajeros son los que apuntala también Rafael. Caballerescos son ambos cuando cuentan sus peripecias: “metido en su armadura/el caballero bebe/ su amor despacio”(p.64).

El Grial está dedicado a esa Paloma viajera que es la esposa: “roja eres y oval/en el beso/mariposa disuelta en la zarza de agua” (p.65). Los lagos bávaros configuran el entorno donde anidan al paso y se atemperan con las aves acuáticas que reposan por ahí y se crían. El poeta combina instantes emocionales con minucias coyunturales que son acicates en la transformación creciente que es el enamoramiento maduro: “febril me lanzo sobre nieblas/ y transparencias/ mi espada rasga un telón de mosquitos” (p.72).

Tristísimo parecía el elfo que encontraron en su camino y fue motivo suficiente para una coartada “vi tu caballo y vi/arder la espada el yelmo” (p. 69) ¿Dónde? “en la linterna mágica” (p. 69).

Y el amor? Resplandece absoluto/ en el cubilete/entre los dados” (p. 76). El caballero y la dama arrobados por una contemplación magnificente “rebaño/vertical// pastan nubes/ no son nubes// son visiones” (p. 89). Errabundos fantasean “bajo los plataneros de sus párpados” (p. 90).

Una paloma sin hiel“se aleja es bella su curva/ parece enamorada” (p. 94). Distraídos retozan y “el fuego es tan rojo y tú no lo ves// el fuego es tan bello y tú no lo ves// el fuego es tan dulce y tú no lo ves” (p. 107).

Finalmente la albricia, “contemple el caballero/ su sueño en este mundo: mire arder/ las calientes cerezas y la tarde// busque espejismos donde los hubiere// no saque el pie de la cama/bajo ningún pretexto” (p.111).

Veinte años después publicó Ardiendo yo en tu luz donde rinde homenaje al amor maduro de hazañas en común. La paloma es la esposa. El estilo cambia y escribe, a placer, en prosa 35 de las 50 páginas; en las quince restantes se aúpan versos de arte mayor y versículos canónicos. Estaba hablador. Inicia así otra etapa literaria, y se significa a sabiendas con matices exultantes. “El corazón es un extranjero: un turista, un autómata, un bobo; un combatiente que regresa al campo de batalla, hoy oculto bajo la alfombra del trigo” (p. 290). Las suyas son frases que se enlazan, que se alargan. Monólogos estimulantes en un marco idealizado “bajo un cielo sobrevenido/ un amor como una montaña” (p. 272).

En este horizonte lírico testifica “cada edad construye su único amor” (p.270) y se explaya y reconoce que ha merecido la pena adentrarse, por sexta vez, en una década. Donaire tienen, pues, los requiebros dicharacheros de este libro. “Nuestra tienda de campaña era un barco a la deriva por un río atado a tierra y enronquecido. En el puente de mando, dos locos bien bebidos, tú y yo, de guardia toda la noche… Fue una noche encantadoramente peligrosa” (p.307). Y, cómo no, en la tramoya, el lecho nupcial: “Rosas rojas carnales, lluvia inaugural de pétalos sobre las sábanas de escarcha”. Aquella mañana… //// ¿Recuerdas? Nos mirábamos desde ópalos en llamas, temiendo el apagón de la vida iluminada” (p275).

¿Se trata, pues, de un epitalamio? “En un cuarto de hotel se deslumbró a si mismo nuestro amor// París, océano y bajel de nuestro amor” (p. 289). Tálamo sí que hay y al dios Himeneo eleva, alborozado Rafael su rogativa “en el luminoso día de nuestras bodas/ concédeme este baile de agua” (p. 305).

Ya que cuajado está el instante de madurez “cada edad construye su único amor” (p. 270) y lo que incuba es un álbum de recuerdos: “Al principio son palabras dichas a medias, con luna a babor y luego a estribor” (p. 274). Al vaivén de dos suspiros, “el juramento de fidelidad dice: hasta que la vida nos separe“ (p. 298) definitivamente, decisivamente,

En El relámpago en la piedra sondea Rafael el meollo que une a las semillas con las palabras. El salvoconducto lo suministran las hojas impresas que tan solo son celulosa degradable. “Hago un hoyo en la tierra/ para que crezcas y florezcas” (p.121). Con su mano de ilusionista “por la verde ensalada del paisaje” (p. 125) combina versos de arte menor y mayor para poner de relieve un hecho “es la tierra, que ha escalado el cielo” (p. 124). Para quien no esté seguro subraya que “infinita es la duda/que precede a/ un/ parpadeo” (p.142)

El vuelo de K es un drama absurdo en verso puesto que así lo atestigua Rafael en la página 145, pero es también una indagación maniática anímica: “lector, ¿cómo buscarías, tú, tu alma?” (p.148). Por eso uno descubre que en el trasfondo lo que fulgura es esa matriz que es la “madre, adorada. Sigo siendo tu niño: me he visto/ en un feliz relámpago en tus brazo; más temo que haya sido sólo un bonito sueño” (p. 162). El culmen es la calma que subsiste chupándose el dedo porque no se ha nacido aún.

Dedicado a su hija (al parecer una plegaria filial) Siempre está el tigre y ésta, no es casualidad, es la palabra que más se repite -89-, al menos una vez por página, y en una brilla por su ausencia. ¿Cabe atisbar que tienen algún nudo gordiano? “el tigre es milagro de juventud” (p. 252), “un resuello que se suelta para que dé la vuelta al mundo” (p. 231). “Ahí es donde el tigre se hace hombre” (p. 252).

Rafael afirma que es su libro más pesimista, pero admite otras lecturas. De entrada se identifica: “soy un tigre que pinta un cuadro abstracto” (p.249). Con poderío es “un tigre alado/ un tigre conmovido, / el tigre enamorado… / un tigre de carne con su hueco” (p. 251) “y sus ojos cazando en la noche/ fingen la vida eterna(p. 169). “Mientras el cuerpo aguante” (p.170) asume riesgos, “pero el santo se gira/ y encara al tigre con el alma en ristre(p. 170). Con su sola presencia, por su entereza, “desde su elasticidad de una pieza” (p. 187), “ruge y bosteza en el hombre” (p. 232) y en ronda asombra, con desdén, a la muerte” (p. 212),

A lo largo y ancho de Tres te buscan no hay una voz dominante pues es un florilegio que reseña tres décadas de poesía biográfica trotamundos. El Rafael Talavera de 1978 no es el de 1986 y tampoco el del 2006. Ahora bien ¿subyace algún núcleo ubicuo? Sí.

Se escuchan los pasos de Baltasar Gracián (1601-1658) pues Rafael evita la descripción directa de las cosas que emergen en el haz de interrelaciones y correspondencias que mantienen. Hay una fuerte dosis de conceptualismo, sin sobredosis, en Tres te buscan. En sus seis libros abundan las palabras y expresiones cultas. Utiliza los recursos lingüísticos para optimizar la eufonía. Aquí y allá emergen las alusiones a mitos que trepidan por su ánimo en vilo. Es su manera de entender la elocuencia poética que hunde sus raíces en el culteranismo que propició la generación del 27 y que alimentaron varios poetas de la generación del 50: sus versos bordeaban la metafísica. En Pallaksch del 2013 ocurrió su eclosión.

No es un poeta introvertido Rafael. No tiene el ego inflamado, pues el muy personal pronombre yo tan solo aparece en 44 frases (su variantes mi en 77, mis en 36 y en 111 me). No es un narciso que sólo se acuerde de sí mismo y de sus querencias, pero sabe y tiene claro lo que quiere y lo dice abiertamente“ con gran lujo de entonaciones graves en su rugido: yo/ no vengo a resolver problemas, ni a decir blablablá: yo vengo exactamente/ sólo a desayunar, señoras, señores, y me vuelvo a la selva. Veamos qué hay…/” (p. 172). Está de paso, es un caballero nómada. Tampoco recurre al plural mayestático, el pronombre nosotros aparece 26 veces.

¿Es, acaso, un poeta extrovertido? En este libro el pronombre aparece 21 veces (y sus variantes ti 9 y 29 te), es decir, no es un liante confidente. Tampoco se enreda ni hace una timba con el lector. El pronombre él se menciona 23 veces y 16 ella. No se dedica a contar historias ajenas en tercera persona.

Captura de pantalla 2016-05-25 a la(s) 13.43.23Rafael no es de los poetas que entienden que el mundo interior es un cristal, que todo lo refleja y se descubre fuera verbalmente. El sol está lejos y cuenta y canta lo que se vislumbra a través de las ventanas iluminadas que son los ojos que escudriñan. Él es “un tigre/ de colores pintando un cuadro abstracto” (p. 252).

Tres te buscan son seis en uno. Está bien escrito, lo cual es un logro erudito en el siglo XXI. Lúcido y equilibrado, en su punto de señorío. Es una persona de palabra: amable es vigorizante. Más pronto que tarde tiene su encanto entretenerse leyendo a Rafael Talavera. Aquí y ahora, más que recomendado les queda, pues tienen el santo de cara.

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