A veces podemos pensar que la actividad artística o creativa es en esencia individual. El Génesis de la tradición judeocristiana nos muestra a un Dios cuya decisión de crear al mundo es tan vehemente como la propia soledad en que se encuentra. El doctor Fausto se nos presenta como uno de los hombres más sabios de la historia, pero también aislado de sus semejantes. Y es posible que en el romanticismo se haya redondeado esa impresión del artista como un personaje que necesita apartarse para ejercer su talento.

Sin embargo, si a lo largo de su historia el ser humano ha demostrado fortaleza por su capacidad de cooperar y trabajar en conjunto, el arte y la creatividad no son la excepción. Las obras del pensamiento son casi siempre colectivas, por más que su factura parezca el ingenio de un solo hombre. El diálogo es quizá el ejemplo más elemental de este rasgo esencial de la naturaleza humana: ¿Quién de nosotros puede concebir una vida en la que nunca mostrara a otro aquello que lo asombra? ¿Qué sentido tiene una invención, una fantasía, cuando no se comparte?

En el arte, la colaboración ha sido un comportamiento constante, un movimiento natural de quienes si bien podrían considerarse extravagantes y peculiares, al final buscan instintivamente reunirse con otros como ellos, afines en la intelectualidad y quizá también en la rareza. De ahí los grupos artísticos, las corrientes, los movimientos; también, con mayor intimismo, las amistades, quizá más discretas pero igualmente fructíferas al momento de poner en juego las necesidades de la creatividad.

Compartimos ahora un breve atisbo a algunas de estas duplas, grupos y amigos que al compartir y dialogar encontraron un elemento indispensable y potenciador de su labor artística.

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Borges y Bioy

La amistad de estos dos escritores es bien conocida, aunque quizá menos que los trabajos que acometieron juntos. Primero Borges fue para Bioy Casares un maestro, pero poco a poco esta relación viró hacia la camaradería y la complicidad. De sus años en común destacan los cuentos policíacos protagonizados por Bustos Domecq (un detective sedentario, según una de las reglas fundamentales del género), la Antología de la literatura fantástica (en la que participó también Silvina Ocampo) y el monumental Borges, el diario que consigna los encuentros cotidianos entre ambos escritores y el notable e incesante ejercicio literario que realizaban cada vez que se reunían.

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El trabajo del editor

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La figura del editor condensa una parte importante de la naturaleza colaborativa de la literatura. Se sabe, por ejemplo, que estilos emblemáticos como los de Ernest Hemingway, Francis S. Fitzgerald o Raymond Carver no hubieran conseguido tanto reconocimiento de no ser por la guía de sus editores: Maxwell Perkins en el caso de los dos primeros, Gordon Lish el de Carver. Otros también legendarios como Franco Maria Ricci y Gaston Gallimard en Europa, o Arnaldo Orfila y Joaquín Díez-Canedo en América, asumieron ese lugar discreto y sin embargo decisivo por el cual un escritor se suma a otro y otro hasta conformar esa polifonía única que tienen ciertos sellos editoriales.

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John Cage y Merce Cunningham

La relación entre John Cage y Merce Cunningham produjo un vínculo emocional y creativo que tuvo gran impacto en el mundo de la música y la danza, el ámbito de acción de cada uno, respectivamente. Entre los muchos experimentos e intervenciones que realizaron en estas disciplinas destaca la introducción del concepto de “azar” en las coreografías de Cunningham musicalizadas por Cage, bajo la idea de que la interpretación podía ser contingente (en ambos casos) y también, que las dos disciplinas podían convivir, pero no bajo las reglas estrictas de la pretendida

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Poesía colaborativa

Durante varios siglos la poesía fue un motivo de reunión más que de soledad, incluso en términos autorales. En la disputa en torno a la identidad de Homero, por ejemplo, alguna vez se supuso que ese nombre era sólo una comodidad histórica para designar a varios rapsodas que contribuyeron en la composición de la Ilíada y la Odisea. Pero incluso sin recurrir al enigma o a épocas remotas, este espíritu colectivo de la poesía se puede encontrar en formas como el renga japonés o el célebre “cadáver exquisito” ideado por los surrealistas franceses.

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Warhol y Basquiat

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En el arte pop del siglo XX, una de las duplas más inesperadas surgió cuando Andy Warhol decidió apadrinar a Jean-Michel Basquiat, un joven que por su talento pasó de realizar graffitis en las calles de Manhattan a exponer en galerías y museos. Gracias a esta relación Warhol y Basquiat mostraron, de otra manera, que las fronteras entre distintas manifestaciones creativas son más móviles y flexibles de lo que a veces suponemos.

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Imágenes:

John Cage ay Merce Cunningham, 1965, foto por Jack Mitchell.

Jorge Luis Borges y Franco Maria Ricci, 1977

Jean-Michel Basquiat y Andy Warhol, 1986

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