Cuando el amor baila fuera de la sincronía o la danza de Sharon Eyal

Por Eloy V. Palazón

 

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En 2013, el joven poeta Neil Hilborn presentó su poema OCD Love en el concurso Rustbelt Regional Poetry Slam. Inmediatamente, el vídeo de su lectura, lleno de fuerza, emoción y diversión dio la vuelta al mundo, creando gran expectación. Una de esas personas que se sintió atrapada por la potencia del poema fue la coreógrafa israelí Sharon Eyal, quien debutó el pasado 19 de septiembre en el Sadler’s Wells de Londres, tal vez el teatro de danza contemporánea más importante de Europa, con una obra fuertemente influida por el texto.

Cuando tienes Trastorno Obsesivo Compulsivo en realidad no tienes momentos en silencio.
Incluso en la cama estoy pensando.
¿Cerré las puertas? Sí.
¿Me lavé las manos? Sí.
¿Cerré las puertas? Sí.
¿Me lavé las manos? Sí.
Pero cuando la vi, la única cosa en la que pude pensar fue en la curva de horquilla de sus labios.
O la pestaña en su mejilla.
La pestaña en su mejilla.
La pestaña en su mejilla.

 

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Y es que, como dice el primer verso del fragmento anterior del poema, OCD hace referencia al Trastorno Obsesivo Compulsivo. Tal vez es que el amor y esa obsesión no pueden sino ser dos caras de la misma moneda, dos aspectos de un mismo movimiento. Y al fin y al cabo, ese es el modo de expresión privilegiado de Sharon Eyal: el movimiento. Porque ella no es una coreógrafa, según dice, sino que trabaja con el movimiento como fuente, da igual que éste provenga de la danza clásica, de la contemporánea (nombre que reconoce no saber muy bien a qué se refiere pues es demasiado ambiguo) o los simples movimientos cotidianos. OCD Love, su debut en la casa de la danza londinense, es una exploración de todas estas fuentes con la lujosa compañía en directo del músico Ori Lichtik y seis bailarines de enorme expresividad y fortaleza técnica. Dentro del cuerpo de baile, destacable es el trabajo de Gon Biran, de extremada dificultad en el plano técnico. Tiene presencia y carácter, además de una especial musculatura, sobre todo en el tren inferior, que destaca la violencia de sus movimientos. Su solo es verdaderamente imponente.

Ori Lichtik, formado  en clubs y raves y, por tanto, procedente del underground, activa los trastornados cuerpos de los bailarines con una amplia variedad de estilos pero es el techno el que mejor funciona. Los primeros 20 minutos, un solo femenino, funciona a medias, al menos lo hace gracias al formidable despliegue motor de la bailarina, pero el aspecto sonoro, relegado a un segundo plano, no adquiere toda su potencia sino en una segunda parte (aunque no haya partes en este continuo fluir), cuando los golpes de la electrónica desvelan de forma clara ese juego de sincronía/disincronía en el que los cuerpos se encuentran inmersos. Clarísimo se ve ese juego en la diferencia entre el tren inferior de los bailarines, bastante homogéneos entre sí, y el tren superior, más orgánicos y fluidos, más individuales y fuera de la sincronía. Hay, pues, una tensión entre lo común y lo particular, entre lo homogéneo y lo individual, hay un juego de negociación, que es al fin y al cabo lo que suele ser el amor.

No puedo.
No puedo salir y encontrar a alguien nuevo porque siempre pienso en ella.
Normalmente, cuando me obsesiono con algo, veo gérmenes introduciéndose en mi piel.
Me veo a mí mismo atropellado por una infinita línea de coches.
Y ella fue la primera cosa hermosa en la que me he estancado.
Quiero despertar todas las mañanas pensando en la manera en la que agarra el volante.
Cómo mueve la llave de la ducha como si estuviera abriendo una caja fuerte.
En cómo sopla las velas.
Cómo sopla las velas.
Cómo sopla las velas.
Cómo sopla las velas.
Cómo sopla…

Ahora sólo pienso en quién estará besándola.
Me deja sin respiración que la pueda besar una sola vez. ¡A él no le importa si es perfecto!
Deseo tanto que vuelva, que…

Dejo la puerta abierta.
Dejo las luces encendidas.

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Es, sin duda, un excelente debut para una compañía, L-E-V, que a pesar de ser joven, unos tres años y medio, ya comienza a apuntar bastante fuerte en el panorama internacional de la danza. Y es que las más de dos décadas que Sharon Eyal pasó en la compañía Batsheva no los ha despreciado, pues además de estar presentes en el código genético de su movimiento, le ha servido como trampolín para darse a conocer como una de las figuras que más van a dar que hablar.

 

19 y 20 de septiembre. Sadler’s Wells (Londres)

Creadores: Sharon Eyal y Gai Behar

Artista sonoro: Ori Lichtik

Luces: Thierry Dreyfus

Vestuario: Odelia Arnold

Bailarines: Gon Biran, Darren Devaney, Rebecca Hytting, Mariko Kakizaki, Leo Lerus, Keren Lurie Pardes.

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