'Un día como un tigre', de John Porter

Por Ricardo Martínez Llorca
Un día como un tigre. Alex MacIntyre y el nacimiento del alpinismo ligero y rápido.
John Porter
Traducción de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel
Madrid, 2017
315 páginas
 

Lo enigmático del título queda resuelto a las pocas páginas de comenzar el libro. Sobre la lápida de Alex MacIntyre, fallecido a los veintiocho años en el Annapurna, se ha cincelado el refrán Más vale vivir un día como un tigre que mil años como una oveja. Alex es un tigre. Como lo es su compañero de cuerda, John Porter, autor de esta biografía y, digámoslo ya, autobiografía escondida, para la que ha necesitado la distancia de años, de décadas. Ellos son los tigres, una acusación que el propio Porter confiesa que contiene una trampa: ¿Quiénes son las ovejas?

El libro se concentra en la época en que el alpinismo en el Himalaya dejó a un lado las grandes expediciones, para concentrarse en la velocidad. No para batir récords, sino por cuestiones de seguridad: cuanto menos tiempo esté uno en las grandes alturas, menos riesgos corre. Fatalmente, la muerte de Alex vino como consecuencia de una piedra que le golpeó el casco, no por faltar el respeto a la montaña. Sí, se convirtió, en palabras del respetado Doug Scott, en un chico ambicioso, hasta el punto de transformarse en su propia némesis. Tras años de formación y demostración de unas cualidades atléticas innatas, no concedía terreno a los más débiles. Los motivos, según Porter, eran la seguridad. El aspecto era la superación hacia la fama: si se adaptaba al ritmo de quienes no podían seguirle, no pisaría la cumbre.

De esta manera, se expone un momento crítico en la historia del alpinismo, sobre todo en el Himalaya. Montañeros potentes demostraban lo que se podía hacer en un nuevo estilo, ligero, eficaz, frente a lo que se venía encima, la maldición de las expediciones comerciales y la saturación de la montaña. Sin importar quién fuera el culpable o a quien le acompañara la razón, los malos rollos vinieron a instalarse en las expediciones y entre expediciones. Porter lamenta la muerte del espíritu de la montaña, a la par que se impone el alpinismo puro, el más ligero, en el que Alex demostró que, de haber vivido más tiempo, se habría convertido en el capitán del barco pirata. De ahí que a lo largo del libro se intercale la historia del alpinismo, desde la primera cumbre en el Mont Blanc hasta los récords increíbles de Uelli Steck.

Hubo una época crítica, la mejor, la que se echa de menos, en la que se convivía con pureza en la montaña, pero no se buscaba protagonismo, fama. Se aceptaba que uno fuera un tigre, pero no que se presumiera de ello. En ese tiempo, era preciso dar los pasos poco a poco: de la escalada local a los Alpes, de los Alpes a las incursiones en el Himalaya, y de ahí hacia la cima. Incluso el viaje en sí era parte de la aventura. Los alpinistas recurrían a trucos para superar las barreras fronterizas, llegando a falsificar pasaportes, y las aproximaciones, conviviendo con la gente del lugar, eran tan vivas como la propia escalada. Pero la cosa no quedaba ahí. El modo de vida fuera de la montaña también era marca de la casa. Alex, un tipo con una melena descomunal, rizada, que de estirarse le llegaría a las rodillas, era conocido como Dirty Alex. Le traía sin cuidado los modales básicos de convivencia, y eso parecía formar parte del tigre o del juego a ser tigre.

Porque este libro, imprescindible para los incondicionales de la montaña, esconde hacia el final un debate sobre el que estaría bien llegar a un acuerdo mundial. Es el debate sobre los pocos tigres y las muchas ovejas. Sobre los sueños y la realización de los sueños. Sobre lo turbia que todavía es la relación entre ambos mundos. Sobre qué es el mundo real, y la maldición que pesa sobre esa palabra: realidad. Como si la realidad fuera exclusiva de las ovejas. Porque Alex, o una parte de Alex, parecía vivir en el mundo del Principito, donde la ilusión se instala. Como si la ilusión solo fuera buena compañía para quienes pueden entregarse a ella, cuando la ilusión ya es un bien en sí, también para las ovejas. De ahí, por ejemplo, el éxito del cine, que nos permite vivir otra realidad en carne propia. Y ya va siendo hora de que se llegue a un consenso. Los demás no sé cómo lo han resuelto. En cuanto a mí, desde hace tiempo tengo muy claro que no puedo vivir la ilusión, el sueño, en primera persona, por razones de salud. Así pues, me queda realizarlo a través de los demás. Por eso leo libros como éste.

https://www.culturamas.es/blog/2017/02/05/luz-en-las-grietas-de-ricardo-martinez-llorca/
 

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