“Una serie de catastróficas desdichas”: entre la genialidad y lo absurdo

Por Virginia Garza

Analizamos «Una serie de catastróficas desdichas» que ya se puede disfrutar en la plataforma Netlix y que consta de ocho capítulos para esta primera temporada.

Tras el enorme y polémico cartel de Narcos en la Puerta del Sol madrileña, una de sus apuestas más fuertes (cuya tercera temporada se estrenará a finales de año), Netflix se propone triunfar en el panorama español con el gigante cartel de su nueva y potente oferta seriéfila: “Una serie de catastróficas desdichas”.

Con una primera temporada de 8 capítulos, con una duración de unos 50 minutos cada uno, nos presenta de nuevo la infortunada historia de los hermanos Baudelaire. Y digo de nuevo porque esta historia no solo es la adaptación de una serie de libros juveniles escritos por Lemony Snicket (pseudónimo de Daniel Handler), sino que también es una visión muy diferente de la primera adaptación de estos libros: la película del mismo nombre estrenada en 2014 y protagonizada por Jim Carrey.

Entonces, ¿qué es lo novedoso que ofrece Netflix en esta última adaptación? A simple vista, podríamos decir que el mayor atractivo de esta serie es su actor protagonista. Neil Patrick Harris, famoso por interpretar al ligón Barney Stinson en Cómo conocí a vuestra madre, no es solo uno de los productores ejecutivos que se encuentran detrás de esta producción sino que también interpreta al Conde Olaf de forma magnífica, casi eclipsando al resto de los actores de esta serie. Sin embargo, una vez que te adentras en cada uno de los capítulos de esta serie, descubres que hay mucho más…

Pero vayamos a la trama, para aquellos que aún no conozcan esta historia. Todo comienza con un terrible incendio, que convierte en huérfanos a los hermanos Baudelaire. Tras este desagradable incidente, estos van a parar al cuidado del Conde Olaf. Este promete cuidarlos como si fueran sus propios hijos, pero lo que pretende realmente es quedarse con su fortuna al cumplir Violet, la mayor de ellos, los 18 años. A partir de ahí, todo lo que viven estos tres hermanos es un infierno.

Quien haya pensado que esta serie es para niños no puede estar más equivocado. Esta serie es para aquellos que están hartos de las historias previsibles con finales felices. Por esto pienso que, desde el principio, saben enganchar al público al que se dirigen con un guión original y una ambientación muy acorde con lo que ofrecen, pues está llena de escenarios y paisajes muy oscuros y misteriosos. Esto, unido a las intervenciones de Lemony Snicket como narrador de cada uno de los acontecimientos que ocurren, es sinceramente de diez.

Sin embargo, a medida que van avanzando los episodios, te encuentras como espectador ante una trama demasiado repetitiva y surrealista que conduce casi a lo absurdo. Además, la acción se alarga a veces más de lo debido, haciendo que los 50 minutos que dura aproximadamente cada episodio se hagan interminables.

Pero es muy curioso que, a su vez, esta serie crea la necesidad de querer seguir viéndola. No sé si es por su guión, tan ingenioso y absurdo como divertido o por la trama, que deja demasiadas incógnitas a resolver. Por esto creo que es necesario que cada persona juzgue por sí misma con qué aspecto se queda de esta nueva producción de Netflix. En mi caso, sin duda, me quedo con la ambientación, el misterio que la envuelve y, sobre todo, con los hermanos Baudelaire, tan tiernos como inteligentes.

 
 

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