¿No va siendo hora de jubilar el término «novela gráfica»?

Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)

El término «novela gráfica» fue utilizado por primera vez en 1964 Richard Kyle en el número 2 de Capa-Alpha, un fanzine publicado por la Comic Amateur Press Alliance, y durante las dos décadas siguientes se va usando de forma esporádica hasta consolidarse en 1978 a partir de la publicación de Contrato con Dios de Will Eisner. En aquel momento Eisner, que entendía que los cómics eran un medio a través del cual narrar y no un género específico, vio en el término «novela gráfica» la manera de que el público distinguiera entre las historias serializadas de superhéroes y su trabajo, que narraba cuatro historias acerca de la vida en el Bronx en los años 30. En ese sentido, el término «novela gráfica» era poco adecuado para describir el libro de Eisner, que de ser algo sería más bien una «colección de relatos gráficos». Pero hasta cierto punto tenía sentido usarlo. Lo que Eisner buscaba era que su libro tuviera legitimidad cultural, distanciándose además de los cómics de superhéroes de los tebeos infantiles y de los cómics de humor, que culturalmente tenían una consideración nula.

Contrato con Dios de Will Eisner

Ahora bien, ¿de verdad tiene sentido seguir distinguiendo entre cómics y novelas gráficas en la actualidad? Las diferencias que se suelen argumentar para distinguir unos y otras son muy endebles, subjetivas y bastante discutibles. Se suele decir que los cómics son historietas cortas publicadas en serie de forma periódica mientras que las novelas gráficas son obras completas. Sin embargo, ¿tiene alguna base diferenciarlos utilizando este criterio? ¿Acaso no sería como decir que las novelas por entregas que se publicaban en el siglo XIX son menos novelas? ¿Alguien pondría en duda que Oliver Twist, Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, Los miserables, Madame Bovary, Crimen y castigo o Los hermanos Karamázov, todas ellas publicadas por entregas, sean novelas? Pongamos las cartas sobre la mesa: lo que todas esas diferencias pretenden encubrir es que los cómics tienen un menor valor artístico y cultural. Ese es el sentido con que nació el término y con que lo usó Eisner en su día.

   Teniendo esto en cuenta, ¿tiene sentido mantenerlo? En los años 80 el concepto siguió consolidándose, con libros que hoy en día nadie dudaría en calificar obras maestras de la literatura: Maus de Art Spiegelman en 1986, El regreso del Caballero Oscuro en 1986 o Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons en 1987. Años después, en 1992, se producía un verdadero hito: Maus se convertía en el primer cómic en ganar un Premio Pulitzer. Con los años seguirían publicándose las que se consideran las grandes obras maestras del género: Black Hole de Charles Burns, Persépolis de Marjane Satrapi, The Sandman de Neil Gaiman, From Hell de Alan Moore, Building Stories de Chris Ware, Predicador de Garth Ennis, Ghost World de Daniel Clowes, Hellboy de Mike Mignola o Asterios Polyp de David Mazzucchelli, solo por nombrar algunas. Así hasta llegar a March, una trilogía gráfica sobre el Movimiento por los Derechos Civiles de los Estados Unidos, que el año pasado fue el primer cómic en ganar el National Book Award.

March

La situación es la siguiente: cada vez es más frecuente que obras que se suelen etiquetar como «novelas gráficas» ganen premios prestigiosos o queden finalistas, muchas de ellas llegan a convertirse en auténticos bestsellers, obtienen críticas serias de medios como el New York Times o Forbes o son objeto de estudios académicos. Ya no es extraño que obras de autores como Robert Crumb o Charles Burns se exhiban en exposiciones de museos y galerías de alto nivel. ¿Alguien se atrevería a considerar que ciertos libros de Neil Gaiman estén por debajo de otros simplemente porque tenga el formato cómic? ¿Por qué seguir manteniendo una etiqueta que se creó de la necesidad de justificar algo que ya no necesita justificación?

   Es más, utilizar el término «novela gráfica» en muchos casos es incluso incorrecto o inexacto. Ya lo era para el libro de Eisner, que estaba formado por cuatro relatos, y lo es cuando se sigue manteniendo con libros que no son propiamente ni novelas ni ficción. Es lo que ocurre cuando se vuelca al formato cómic la biografía de algún personaje histórico, que pasa con muchos escritores. Hay una necesidad de llamarlo «novela gráfica» para prestigiarlo, cuando el término más exacto sería «biografía gráfica». Pero, ¿para qué usar tantas etiquetas? ¿Por qué no simplemente llamarlos a todos «cómics»?

   A partir del reconocimiento obtenido por March, el escritor y dibujante Glen Weldon propuso en una entrevista para NPR desechar el término «novela gráfica». «Los cómics no son ni arte visual ni prosa. Son un medio que surge de la tensión entre imagen y texto. Los creadores con talento pueden jugar con esa tensión de maneras absolutamente únicas», dice Weldon. Flaco favor le hace al cómic usar el término «novela gráfica» porque lo único que se consigue es perpetuar ese sentimiento de inferioridad frente al resto de literatura que lo originó. Cumplió su función cuando fue necesario pero en la actualidad ya no lo es. Es por eso que deberíamos desterrarlo de nuestro vocabulario y acercarnos a los cómics libres de prejuicios, asumiéndolos como las piezas fundamentales de nuestra cultura que son.

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