Crudo (2016), de Julia Ducournau

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Julia Ducournau pierde la virginidad como guionista y directora de largometrajes con Crudo –visto lo visto, seguro que esa expresión no le molesta–. Ducournau presenta una historia de iniciación en la que una joven da sus primeros pasos en la Universidad al mismo tiempo que descubre su lado más oscuro. Una película que viene con un hype y una estrategia de marketing bastante potente tras los supuestos desmayos y huidas de la sala en varios países. Ni tanto, ni tan calvo… Sí que se trata de una obra temáticamente original y con muchos destellos, pero también tiene momentos caprichosos y provocativos de manera gratuita y algunas carencias en su construcción.
Si buscáramos referentes cinematográficos, en Crudo hay toques de Gaspar Noé y Takashi Miike. El primero de ellos es compatriota de Ducournau y se caracteriza por la provocación sin límites, hasta el punto de que quizás sea lo único que sobresale en sus películas –todo el mundo recuerda la famosa violación… ¿y qué más?–. Miike es el maestro del gore, un malabarista de la sangre, salvaje y cómico al mismo tiempo. Crudo se desplaza peligrosamente entre la provocación gratuita a lo Noé y los malabarismos sangrientos y tragicómicos de Miike, alcanzando sus cotas más altas cuando se acerca al director japonés.
No hay duda de que Crudo tiene escenas muy genuinas y que se busca por todos los medios cierta originalidad, y desde aquí mi enhorabuena por conseguirlo. No obstante, esto se convierte en un arma de doble filo, pues da la sensación de que la película ha sido construida precisamente así, como un ensamblaje de escenas singulares, provocativas, a las que se ha intentado dar una dirección a posteriori. De tal manera que esas escenas resultan muy interesantes por sí solas, pero cojean a la hora de amoldarse a un conjunto y reducen la consistencia de la obra. En otras palabras: la mayoría de escenas sólo impactan en el momento en el que se ven, no cuando se piensa en la película desde una perspectiva global; son puñetazos que duelen pero que no tienen tanta repercusión en el resultado final del combate.
Dos de los puntos negros de la película son el tono y los personajes. En primer lugar, muchos tramos presentan deficiencias en el manejo del tono, principalmente porque Ducournau no invierte en un tono definido, quiere moverse en zigzag entre el humor y el terror, y no deja tiempo suficiente para pasar de uno a otro, lo que desconcierta al espectador y minimiza la intensidad de algunas escenas. Falta desarrollo previo antes de llegar a un clímax humorístico o de terror, es contraproducente saltar de uno a otro de forma tan radical. En segundo lugar, los personajes carecen de desarrollo psicológico y emocional, como si fueran meros vehículos para generar escenas provocativas. En ningún momento se reflexiona sobre lo que supone ser de esa manera o se aprecia un cambio psicológico o emocional coherente con la situación.
También se echa en falta una reflexión más profunda sobre los hechos. Intuyo que intenta establecer una relación entre el canibalismo y la ambigüedad sexual, pero falta indagar más en la cuestión. ¿El canibalismo sería como una nueva tendencia, equiparable a la bisexualidad, que a ojos de la sociedad se mostraría como algo negativo? Veo varios hilos colgando pero no encuentro un tejido sólido. Algo asoma, pero con demasiada indefinición. Me hubiera gustado que los mordiscos, la sangre, el terror, caminaran hacia algún lugar más complejo. Echo de menos un núcleo, una idea central a la que se dirijan las provocaciones.
Desde el punto de vista de la provocación… la gratuidad con la que se incluyen escenas provocativas resulta deleznable, es tan evidente lo que se quiere producir en la audiencia que me genera rechazo. La protagonista regurgitando pelo, una chica chupando el ojo a un chico… ¿todo esto para qué, por qué y de dónde viene? Si el objetivo es causar sensación, tenemos para rato con películas como A Serbian Film (2010), de Srdjan Spasojevic, o algunas del ya mencionado Takashi Miike (Audition, 1999; Ichi the Killer, 2001), que presentan bastante más contenido gore. Si se trata de entrelazar extrañas filias con alguna reflexión interesante, The Addiction (1995), de Abel Ferrara, muestra una reflexión social a través del elemento del vampiro, o Taxidermia (2006), de György Pálfi, más repugnante que gore, que pone las escenas a disposición de algo más grande y significativo.
Quería mencionar el final –atentos al spoiler– ya que una de las escenas, la de la cárcel en la que se solapan las caras de las dos hermanas a través del cristal, está copiada de la obra maestra El infierno del odio, de Akira Kurosawa. Además, el final es tremendamente inverosímil, pues que una niña de 18 o 19 años no haya visto nunca el pecho de su padre… Y si esto fuera así, debería remarcar este hecho con anterioridad para que el final no fuera tan artificioso.
A todo esto, a pesar de puntualizar muchas cosas negativas, Crudo me ha parecido una obra interesante, por encima de la media. Las actuaciones son bastante buenas, el metraje mantiene el interés de principio a fin y el apartado estético está muy cuidado. Aunque no llega a ser una gran película, sí que presenta elementos originales, resulta refrescante y es un buen ejemplo de valentía para el cine que está por venir y que debería intentar buscar nuevos caminos.
 

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