Un hombre llamado Ove (2015), de Hannes Holm

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Todo el interés que ha despertado esta película sueca es fruto de su nominación al Oscar como mejor película en lengua extranjera, un galardón que finalmente le arrebató El viajante, de Asghar Farhadi, y que como ya comenté en la reseña correspondiente no me pareció tan interesante. De hecho, Un hombre llamado Ove es superior a varios niveles. Quizás esta última sea menos incisiva y no va repartiendo tortazos a escala social –los contextos son diferentes, Irán, Suecia…– pero responde satisfactoriamente como retrato individual de un ser humano con cierta complejidad interna.
Es la historia de un cascarrabias entrado en años que parece disfrutar gritando y echando la bronca a la gente, como si fuera dueño y señor de todo lo que le rodea. Un hombre de carácter agrio que verá cómo su visión de la vida cambia tras la llegada de una familia nueva al vecindario. Hará migas con la mujer del matrimonio, que es persa y cuyo carácter, si bien se parece en algunas cosas, es muy diferente en otros aspectos.
Si Un hombre llamado Ove destaca por algo, es por su capacidad para retratar la vida de un hombre mayor de forma equilibrada y bien elaborada, utilizando flashbacks cuando es necesario, en momentos muy puntuales que a su vez elaboran un tejido muy interesante entre presente y pasado y que en ningún momento resulta forzado o un recurso banal cuyo objetivo es adornar la estructura narrativa. La fotografía está muy cuidada, dando riqueza a todo el conjunto, y las actuaciones, especialmente la de Rolf Lassgård, son bastante sólidas.
Es evidente que a lo largo del metraje hay varios clichés y lugares comunes que se podrían haber evitado, pero Holm es capaz de compensarlos incluyendo momentos muy genuinos. Sí que es cierto que hay varios excesos que resultan bastante irritantes, como algunos arrebatos del propio Ove o su bondad exacerbada en determinadas situaciones. No obstante, la dimensión emocional de toda la película resulta muy auténtica y es lo que quizás hace a Un hombre llamado Ove verdaderamente relevante a nivel cinematográfico. El impacto emocional traspasa la pantalla y golpea en el pecho del espectador, algo que muy pocas películas son capaces de conseguir.

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