“Meditar”, en un contexto religioso/budista, no es lo mismo que “meditar” sobre un problema, en el sentido de considerarlo lógicamente; probablemente se trate más bien de una práctica que tiene como fin disolver la barrera psicológica entre el yo “interno” y el mundo exterior, aunque a menudo se utilizan palabras como “compasión” y “desapego” para describir estas emociones.

La meditación parece asimilarse a los deportes o a las prácticas de fitness en las ciudades occidentales; sin embargo, lo que ocurre en el cerebro durante las sesiones de meditación (y especialmente lo que le ocurre a nuestras neuronas a largo plazo) apenas comienza a vislumbrarse desde el punto de vista científico.

Zoran Josipovic es neurólogo de la Universidad de Nueva York y también un monje budista, quien durante los últimos 10 años ha enfocado sus esfuerzos en tratar de entender lo que ocurre a nivel orgánico en los cerebros de prominentes monjes, observándolos a través de máquinas de resonancia magnética durante sesiones de meditación:

La investigación sobre la meditación es muy promisoria, pues señala una habilidad del cerebro para cambiarse y optimizarse de maneras que nunca antes creímos que fueran posibles. 

Una de estas habilidades es la añorada “reprogramación” neuronal, o dicho de otro modo, la práctica continua de meditación tiene efectos a largo plazo que modifican la estructura y funcionamiento del cerebro. Según el neurólogo Richard J. Davidson, la práctica de meditación en los monjes budistas “tiene un efecto en el cerebro similar al que tienen la práctica del tennis o el golf para mejorar el desempeño.”

¿Pero cómo opera esta transformación en el cerebro? Por una parte, hay que entender que nuestro cerebro tiene una función de neuroplasticidad, que es básicamente lo que nos permite aprender algo y mejorar en ello; la idea es que mientras más hacemos algo, nuestro cerebro mejor lo aprende. Sin embargo, esto puede ser un arma de dos filos, pues si estamos expuestos a personas, sentimientos o situaciones negativas durante largos periodos, nuestro cerebro modificará su estructura para responder a esa hostilidad, y a la larga se fija en esa emoción.

Lo que ocurre con los monjes es que su práctica de meditación (“decenas de miles de horas”, según Davidson), es que la neuroplasticidad se favorece, permitiendo que el cerebro se reorganice y sea capaz de crear nuevas conexiones neuronales. Esto implica que tendremos mejor nuestra capacidad de resiliencia al aprender de experiencias negativas, y enseñar al cerebro a ver con compasión todo lo que lo rodea.

El neuroeconomista Brian Knutson afirma que “existen muchos neurólogos investigando el mindfulness, pero no tantos estudiando la compasión. La visión de mundo del budismo puede proveer información potencialmente interesante sobre los circuitos de recompensa subcorticales involucrados en la motivación.”

Y mientras la ciencia avanza paso a paso para explicar cómo funciona nuestro cerebro, un monje en alguna parte medita por la liberación de aquellos que no conoce y nunca conocerá —tú y yo incluidos.