Desde Londres: 887 o la fuerza de la memoria

Por Eloy V. Palazón
 

Robert Lepage es uno de los nombres más conocidos de la escena contemporánea. Procedente de Canadá y director de la compañía Ex Machina, Lepage se sube en su obra 887 al escenario del Barbican (Londres) hasta el día 10. La escena se convierte en el espacio de la memoria, de la suya en particular, pues es la única presencia humana encima del escenario, y de la del país de Canadá en general.

La obra comienza con una anécdota. Han invitado a Lepage para recitar un poema en un festival de poesía: se trata de Speak White, de Michèle Lalonde, de tres páginas de largo, y tiene problemas para memorizarlo. El poema habla de cómo los esclavos de las plantaciones negras del norte de América eran obligados a hablar “blanco”, es decir, el lenguaje de los “señores” blancos. Este nombre fue después utilizado en Canadá para referirse al inglés como lengua dominante (un hecho que se traslada de manera visual a la bandera, donde el color rojo simboliza la predominancia de la lengua inglesa). Este hecho le lleva a hablar de su infancia y también de la situación política de Canadá. De alguna manera, ambas historias están unidas, van de la mano. De esa imposibilidad nos lleva al 887 de la Avenida Murray, el número de su edificio, en los años 1960 en el Quebec y de la amnesia colectiva: “no siempre se puede recordar correctamente pero se puede estar interesado en de dónde viene uno y cómo las cosas empezaron”. Pero la memoria también es sonora, cuando suena Bang Bang (My Baby Shot Me Down). A partir de ahí todo es un torrente de hechos históricos que se mezclan con vivencias personales y con el hecho de la memoria como clave para saber qué somos.

Los escenarios cambian gracias a la versatilidad del bloque de edificios, que gira sobre sí mismo y alberga tanto la cocina del apartamento de Lepage, como un coche. Además, el director canadiense se ayuda de maquetas, muñecos, cámaras móviles, proyecciones que consiguen una escenografía muy dinámica en la que los cambios de escena son apenas perceptibles.

Lo interesante es que, a pesar de hablar de eventos importantes, de gran calado histórico para su país, lo hace desde una historia pequeña. La resonancia entre el gran relato y la narración personal tejen un telar de vivencias que van más allá de lo que uno pueda leer en un libro de Historia. Lepage devuelve el teatro a ese origen de cuantacuentos, pues se ha puesto en la piel de un trovador actual que cuenta las hazañas de su país a partir de historias pequeñas.

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