‘Escrito bajo las uñas’, de Jorge Pozo Soriano

MARINA CASADO.

La poesía de verdad sangra. La de Jorge Pozo Soriano está construida sobre cicatrices y sobre una particular forma de mirar el mundo que no se ha olvidado por completo de la infancia. En Escrito bajo las uñas esta circunstancia se refleja ya desde el título y de una manera incluso más evidente que en Hogares impropios, su primer poemario publicado. Insisto en el adjetivo publicado, porque, al igual que pasara con las «Égloga I» y «Égloga II» de Garcilaso de la Vega, el segundo fue el primero. En cualquier caso, las dos óperas primas poéticas de este maravilloso autor han visto la luz en el año 2022 con sendos galardones: Hogares impropios (Valparaíso Ediciones) obtuvo el Premio Provincia de Guadalajara de Poesía José Antonio Ochaíta y, unos meses antes —aunque se publicara por los avatares del destino con posterioridad—, Escrito sobre las uñas había logrado el XV Premio Internacional de Poesía Antonio Gala que organiza el Ayuntamiento de Alhaurín el Grande (Málaga) y de cuya edición se ha encargado, por primera vez, El Toro Celeste con la creación de la colección de poesía «La Baltasara».

Dice el propio Pozo Soriano que Hogares impropios representa al poeta y Escrito bajo las uñas, en cambio, a la persona. Podríamos afirmar que son las dos caras de una misma moneda y que, en efecto, en este «segundo» libro nos hallamos ante una poesía más intimista, en la que la sangre surge de la memoria, principalmente, si bien reconocemos sin ambages la voz lírica, que ya se ha labrado una forma personal. Una voz sangrante, como decía, y también valiente. Porque el poeta no se avergüenza de dibujar su alma con precisión a lo largo de los versos. Conocemos a Jorge Pozo Soriano leyéndolo, pues es capaz de volcar sus miedos, anhelos y pasiones más profundas.

La poética surge de la experiencia personal, pero aspira a una dimensión universal: «No sé si culpar al té o a la magdalena. / El caso es que el olor me ha transportado / a un mundo que creía en el olvido» (p. 24). No puedo evitar sonreír ante este verso, porque aquellos que hemos leído a Jorge Pozo Soriano con profundidad sabemos que para él no existe el olvido; que su poética se levanta, justamente, sobre la memoria, algo que queda demostrado ya desde el segundo poema del libro, un homenaje a sus referentes poéticos: «Que hablen los poetas […]. / Recuperemos las voces de aquellos / que ya plasmaron en papel la deuda / a la que siempre llega el corazón, / por mucho que se esfuerce en evitarlo» (p. 21). Este segundo poema se integra ya dentro de las tres secciones que componen el libro.

La primera sección, «Abismo», llega después de «Vértigo», un poema cuyos tres últimos versos podrían brillar incluso de manera independiente: «[…] buscar la inmortalidad en el paso del tiempo, / sin más razones que vivir / por no morirnos antes de la hora» (p. 15). Ya lo dijo Federico García Lorca: «Lo que más me importa es vivir». Y vivir es arrastrarse, también, al precipicio, al «Abismo» de las preguntas incontestables acerca del mundo y de la existencia. Pozo Soriano se hace muchas: «¿Cuánto hemos de escarbar para reconocernos, / para llegar al fondo de todas las tinieblas / que nos han ido devorando? / […] ¿Qué será de nosotros cuando el final se acerque?» (p. 25); «¿Dónde llegará el último rugido?» (p. 29). Hay, en estas preguntas, un deseo, consciente e inconsciente, de reafirmación en el universo, de búsqueda de la propia identidad.

En la segunda sección, «Frontera», la voz poética se vuelve más introspectiva, más visceral. Surgen los gritos, la rabia: «Transformar ese dolor en costumbre / y coserme con alambre los labios» (p. 35); «En la oscuridad solo somos huérfanos / arrancados sin piedad de la cuna» (p. 37). Encontrar la propia identidad, pues, supone un dolor, que al mismo tiempo es el origen de la poesía: «Estamos hechos de huecos vacíos, / con la profundidad / de las aberturas volcánicas» (p. 41). A pesar de que, como ya he mencionado, la experiencia íntima es fundamental, la abundancia de metáforas en la poesía de Jorge Pozo Soriano me impide concederle el grado suficiente de sobriedad para poder calificarla de «poesía de la experiencia», porque también es crucial esa aspiración a la universalidad.

En la tercera sección, «Retorno», advertimos una suerte de tregua con la existencia. La voz poética, consciente de su lugar en el mundo, habla desde una mayor serenidad: «No existe relación más duradera / que la que mantenemos con el padecimiento» (p. 53); «Sabe más el dolor de lo corpóreo / que toda la elevada metafísica» (p. 59). Reconoce la importancia de la infancia, a la que vuelve: «Los niños hacen del mundo un sueño» (p. 52); «Volver al estado inicial / de forma cíclica, / hasta perder tantas capas de piel / que nos encontremos desnudos, / en medio de una casa abandonada» (p. 54); «Solo el retorno es la respuesta. / Volver a pasar por el corazón. / Buscar el inicio de sus latidos, / esos primeros balbuceos / cuyo eco retumba en la consciencia» (p. 56). En este sentido, el poema «Plenitud» ofrece una detallada reflexión acerca de esa identidad completa que se buscaba en las secciones anteriores: «La vida, nuestra vida, / no es tan solo lo que somos. / También es lo que fuimos, / lo que proyectamos en el futuro, / los deseos y los recuerdos. / Existimos en realidades múltiples, / inexplicables desde la ruptura» (p. 63). Esas «realidades múltiples» pasan, necesariamente, por la memoria. Tal y como he comentado, la memoria es el comienzo y el fin de esta poética, y ocupa, asimismo, los últimos versos del libro: «Como herencia nos quedan los recuerdos. / La herida no solo sangra en la infancia» (p. 68). La herida, como la poesía, avanza por los años. Ya dijo Emilio Prados que «Un solo día ha sido todo el tiempo».

Con un estilo impecable, elaborado, tendente a la condensación y frecuentemente atravesado de citas —que, sin pretenderlo, esbozan al lector una idea del enorme fondo de lecturas de este autor—, Jorge Pozo Soriano ha trazado un poemario redondo, álgido e inspirador; una obra poseedora de una madurez asombrosa para un poeta que, todavía —digan lo que digan las edades límites de los premios españoles— es joven. Escribe desde una sencillez honda que nos conduce a sentirnos inevitablemente identificados, sin caer en la simplicidad ni en el retorcimiento. Y esto, amigos, es únicamente el comienzo de todo lo que nos tiene reservado para el futuro.

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