A Lullaby to the Sorrowful Mystery, de Lav Diaz (IBAFF / FILMADRID)

 
Por Rafael S. Casademont.
El Festival IBAFF (Ibn Arabi International Film Festival, que celebró su octava edición la segunda semana de marzo) nos permitió el lujo de dedicarle el día a una única película de larga duración tal y como ocurrió el año pasado con la ganadora Homeland, Iraq Year Zero (reseña aquí). A Lullaby to the Sorrowful Mystery, de Lav Diaz, merecía tener ese espacio privilegiado pese a su alargada duración. Ahora, el Festival FILMADRID la vuelve a proyectar. La cinta de ocho horas y seis minutos es una muestra de compromiso y valentía, tanto por parte del autor como por parte de quien la programa. Pese a la exigencia temporal de su duración, estamos ante una obra ideal para comprender por qué este autor filipino de películas interminables es uno de los cineastas más admirados del mundo, ganador del Leopardo de Oro en Locarno o del León de Oro en Venecia entre muchos otros reconocimientos, esta cinta ya había pasado antes por festivales como el de Berlín o San Sebastian. Lo único que hace falta es atreverse.
La cinta aborda diversas historias cruzadas en torno a la revolución filipina contra los colonos españoles en 1896 y 1897. Realizada mediante largos planos secuencia donde la cámara parece observar agazapada, quieta solo hasta la necesidad verdadera de hacer algún movimiento, las escenas de la película se suceden una tras otra con un simple corte, arrastrando todas las historias y a sus personajes consigo en un montaje en continua alternancia. Rodada en blanco y negro y con un formato de cuatro tercios, la película cita directamente al pasado histórico, generando realismo mediante la dilatación temporal y la naturalidad de las acciones de los intérpretes a la misma vez que invoca el aura de lo mágico mediante la inclusión de los mitos y leyendas filipinas, la continua presencia de humo y neblina en la fotografía y la sobresaliente estética creada por la fuerte luz artificial contra la cámara de las escenas nocturnas. El sonido también guarda estrecha relación con ese efecto realista y, a la misma vez mítico, que consigue construir A Lullaby to the Sorrowful Mystery. Compuesta en su totalidad por sonidos propios de la naturaleza que rodea y llena las imágenes, la presencia de este, a priori, simple sonido ambiente se declara tan fundamental como manifiestamente artificial, abandonando al silencio más absoluto a la imagen o apareciendo como un discreto apuntalamiento para reforzar el momento dramático de una u otra acción.
Con una primera mitad más centrada en los colonos españoles y el inicio de las historias principales, es en la segunda parte donde la película alcanza su más bella esencia. Con todos los personajes perdidos ya en la inmensa selva, el suceder de las escenas y la extensa duración nos hacen partícipes de ese viaje a la deriva. Entonces se despeja cualquier duda o intención crítica en contra de la extensión de la duración. Queda demostrado, mediante ese estado de trance y suspensión temporal que atraviesan tanto el espectador como los personajes por esa selva tan real como mitificada, que la duración también es y da forma al relato. Una vez dentro del juego, rotas todas las reticencias previas, la impaciencia de mentes acostumbradas a planos de tres segundos e historias de hora y media, es donde la pantalla parece respirar y las historias que veíamos inconexas o incomprensibles en un sentido lógico acaban por comprenderse de la forma más complicada, la sensorial. De esta forma, Diaz logra una inmersión total en las imágenes, conseguida no solo por el majestuoso uso del sonido y de la imagen, sino también por la dilatada duración.
Desde luego, la obra de Lav Diaz retrata muchas cosas fundamentales, tanto del pasado de Filipinas (sus héroes y mitos nacionales, su forma de ser y de vivir, sus paisajes y sus creencias religiosas) como de España (la del imperio colonizador y sangriento, la de la decadencia de un final cercano) y de toda una época (asistimos de nuevo al nacimiento del cine de los Lumière y al final de todo un siglo) pero, por encima de su relato histórico, queda la forma, la estética y el estilo de una obra y de un cineasta cuya experiencia de visionado se siente como un viaje iniciático hacia ese lugar indescriptible e intangible de la fascinación artística.

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