La noción de que la mayor parte del universo está compuesto de algo llamado “materia oscura” no es extraña para los aficionados a la divulgación científica, aunque no sea necesariamente algo fácil de explicar: ¿cómo asegurar que hasta el 90% de lo que existe en el universo es, en realidad, algo que no puede verse pero que sin embargo sabemos que está ahí gracias a sus efectos sobre el universo visible?

Vera Rubin fue una de las mentes científicas más importantes del siglo pasado, lo que quedó de manifiesto gracias a su sobresaliente trabajo para demostrar y describir la existencia de la materia oscura. Durante las décadas de 1960 y 1970 Rubin trabajó con el astrónomo Henry Ford estudiando el comportamiento de las galaxias espirales, específicamente las estrellas exteriores: ¿cómo era posible que las estrellas en el centro de una galaxia así como las exteriores se movieran a la misma velocidad? Eso no tenía sentido según la teoría gravitacional de Newton; sin embargo, así lo demostraban las observaciones.

La existencia de la materia oscura fue propuesta en la década de 1930 por el astrofísico suizo Fritz Zwicky como una teoría para explicar las inconsistencias gravitacionales en el comportamiento de las estrellas. No obstante, esta teoría no fue probada sino hasta que apareció Rubin, lo cual no fue una casualidad, pero sí algo sumamente improbable dado el contexto histórico en el que trabajó.

Desde niña, Vera Rubin sintió una gran pasión por la ciencia, pero a medida que progresaban sus estudios se hizo evidente que la astrofísica era un campo dominado exclusivamente por hombres. Fue la única mujer graduada en astronomía en Vassar en 1948, y no pudo entrar a estudiar el doctorado en astronomía de Princeton simplemente porque la institución no aceptaba mujeres en esa época. De este modo, Rubin fue —realmente sin quererlo ni buscarlo, pero tampoco evadiendo la responsabilidad— una gran abogada por el derecho de las mujeres a hacer ciencia.

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Y es que, al igual que la luz y la materia oscura, el conocimiento y la ignorancia parecen distribuidos con gran inequidad en el mundo. Rubin escribió que “en una galaxia espiral, la proporción de materia luminosa y oscura es alrededor de un factor de diez. Ese tal vez sea un buen número para la proporción de nuestra ignorancia respecto a nuestro conocimiento. Ya salimos del jardín de niños, pero estamos más o menos en tercer año”.Aunque en el futuro sería elegida para la Academia Nacional de Ciencias gracias a sus contribuciones, hizo el doctorado cuando ya había nacido su primer hijo y estaba embarazada del segundo. Fue la primera mujer en ser admitida en diversas instituciones y centros de investigación que eran terreno exclusivo de hombres. Al igual que la materia oscura —que explica por qué las estrellas exteriores de una galaxia se mueven tan rápido como las que están en el centro— el sexismo en las ciencias era algo evidente pero que nadie se atrevía a cuestionar ni trataba de explicar. Fue por ello que Vera Rubin trabajó siempre bajo tres principios (propuestos en su libro Bright Galaxies, Dark Matters):
1) No existe ningún problema en ciencias que pueda ser resuelto por un hombre que no pueda ser resuelto a su vez por una mujer.
2) A nivel mundial, la mitad de los cerebros son de mujeres.
3) Todos necesitamos permiso para hacer ciencia, pero, por razones profundamente enraizadas en la historia, este permiso se le otorga más a menudo a hombres que a mujeres.

Vera Rubin será recordada como una guerrera que se atrevió a cambiar el estado de cosas al incursionar en terrenos inexplorados: las matemáticas que explican la aceleración de cuerpos celestes lejanos a grandes centros de gravedad y la idea preconcebida en el siglo pasado de que las mujeres no podían hacer ciencia. Su vida y su trabajo fueron elocuentes demostraciones de que aunque no veamos algo sus efectos no dejan de sentirse a nuestro alrededor.