El filósofo Jacques Derrida escribió que la muerte de una persona es, en cierto modo, el fin de una forma del mundo, el término al que llega una experiencia vital. A lo largo de la historia no sólo los mundos individuales han llegado a su fin sino también el relato compartido, entrelazado de las vidas cuyos destinos van de la mano por el avance del colonialismo, la destrucción y apropiación de los recursos naturales, las guerras, y en nuestro siglo, el fantasma del radicalismo religioso y el terrorismo.
Las naciones de nativos americanos han convivido con esa dolorosa realidad desde el principio de la colonización europea sobre el continente americano: la mayoría de los pueblos originarios fueron exterminados y los “afortunados” quedaron relegados política, racial, social y económicamente en reservas que los confinan a una vida parecida al gueto. ¿Cómo sobrevivir, pues, a una realidad a todas luces desoladora, opresora?
La poeta Joy Harjo nació en 1951 dentro de la nación Mvskoke (Creek) en Tulsa, Oklahoma. Durante su vida ha recibido numerosos premios y distinciones, el último de ellos el premio Wallace Stevens de la Academy of American Poets. En libros como Conflict Resolution for Holy Beings, Crazy Brave, How We Became Humans y Reinventing the Enemy’s Language, Harjo ha incorporado elementos de la poesía moderna occidental junto a símbolos y valores propios de su cosmovisión tradicional, cuestionando los límites de esa posición subalterna en la que el progreso de Occidente ha colocado los saberes de los pueblos originarios.
En una entrevista, Harjo ha dicho sobre la necesidad de escribir:
Siento fuertemente que tengo una responsabilidad con todas las fuentes de lo que soy: con todos los ancestros pasados y futuros, con mi nación de origen, con todos los lugares que habito y que son yo misma, con todas las voces, todas las mujeres, toda mi tribu, toda la gente, toda la tierra, y más allá con todos los principios y finales. Desde un sentido muy extraño, [escribir] me libera para creer en mí misma, para ser capaz de hablar, tener una voz, porque debo hacerlo; es mi supervivencia.
“I feel strongly that I have a responsibility to all the sources that I am: to all past and future ancestors, to my home country, to all places that I touch down on and that are myself, to all voices, all women, all of my tribe, all people, all earth, and beyond that to all beginnings and endings. In a strange kind of sense [writing] frees me to believe in myself, to be able to speak, to have voice, because I have to; it is my survival.”
El poema “Cuando el mundo como lo conocíamos llegó a su fin” (contenido en el libro How We Became Human: New and Selected Poems: 1975-2001) ejemplifica perfectamente esta posición vital de Harjo con respecto a su escritura y nos abre la posibilidad de ver en cada final un nuevo comienzo, de entender que no todas las guerras y rebeliones se libran en el terreno de lo bélico sino también en el del cuidado de los demás, en el amor a los otros y en el contacto con el espíritu de todo lo que está vivo.
Cuando el mundo como lo conocíamos llegó a su fin
Joy Harjo
Soñábamos con una isla ocupada en el rincón más lejano
de un trémulo país cuando se derrumbó.
Dos torres se alzaron en la isla oriental del comercio y tocaron
el cielo. Los hombres caminaron por la luna. Dos hermanos
secaron el petróleo. Luego se derrumbó. Tragada
por un dragón de fuego, por miedo y petróleo.
Devorada entera.
Ya venía.
Estuvimos observando desde la víspera de los misioneros
de ropas solemnes y largas, para ver qué ocurriría.
Lo vimos
desde la ventana de la cocina sobre el fregadero
mientras hacíamos café, cocinábamos arroz y
papas, suficientes para un ejército.
Lo vimos todo mientras cambiábamos pañales y alimentábamos
a los bebés. Lo vimos
a través de las ramas
del árbol que sabe
a través de los guiños de las estrellas, a través
del sol y las tormentas de rodillas
mientras tomábamos un baño y limpiábamos
el piso.
La conferencia de pájaros nos advirtió, a medida que volaban
sobre los buques de guerra en la bahía, estacionados ahí desde la primera ofensiva.
Fue por su canto y palabra que supimos cuándo levantarnos
cuándo mirar por la ventana
el escándalo que ocurría—
el campo magnético perturbado por la pena.
Lo escuchamos.
El barullo en cada rincón del planeta. Cuando
el hambre de guerra creció en aquellos que robarían para ser presidente
para ser rey o emperador, para apropiarse de los árboles, las piedras, y todo
lo demás que se moviera en la tierra, dentro de la tierra
o fuera de ella.
Supimos que ya venía, sentimos los vientos que trajeron informes
desde cada hoja y flor, desde cada montaña, mar
y desierto, desde cada plegaria y canción de todo este pequeño universo
flotando en los cielos del ser
infinito.
Y luego terminó, este mundo que crecimos amando
por sus pasturas dulces, por sus caballos y peces
de colores, por las lucientes posibilidades
mientras soñamos.
Pero luego estaban las semillas que plantar y los bebés
que necesitaban leche y arrullo, y alguno
recogió una guitarra o ukulele de entre los escombros
y empezó a cantar sobre el suave batir
el latido bajo la piel de tierra
que sentimos ahí, debajo de nosotros
un animal tibio
una canción naciendo entre sus piernas;
un poema.
Versión de Javier Raya