'El corrector', una obra de RIcardo Menendéz Salmón

Por Claudia BM.

Portada del libro ‘El corrector’

Escribir una novela que trate de forma directa el horror vivido el 11 de Marzo de 2004 sin degenerar en un ensayo político o una manifestación del morbo parecía una misión imposible. En 2009 el escritor natural de Gijón, Ricardo Menéndez Salmon, logró dicha hazaña. Lo hizo con la novela “El corrector”, un alegato a los sentimientos más profundos e intrínseco de los hombres a través de una historia humana, pulcra, sencilla y sincera.

Utilizando los atentados de Madrid como telón de fondo  Menendéz Salmon nos narra la perspectiva de Vlad, un corrector que en el momento en el que se produjeron las primeras deflagraciones se encontraba sumido en la corrección de la novela “Los demonios” de Dostoievski. A través de la vida del personaje, de su  mujer Zoe y de su rutina frente a la costa de Santander, nos adentramos en un conjunto de reflexiones que van incrementándose a lo largo del libro. El estilo del autor, siempre cargado de comparaciones y paralelismos, se pone de manifiesto en esta obra en la que consigue construir una historia poética, diáfana y, a la vez, terriblemente cruda. Sin caer en el exceso político ni tampoco regodeándose en el drama narrado desde primera línea, encaja lo atroz de los atentados desde una perspectiva abrumadoramente lejana. Mostrando como el efecto de la onda expansiva sacude de lleno la consciencia de ese corrector que, en su remanso de paz literario, atestigua como su país ha sido herido de muerte de forma inesperada.

Hay quienes la tachan de fría e insustancial, en mi opinión “El corrector” es una novela arriesgada. Lo virtuoso del escritor gijonense es la capacidad de crear una novela corta que tenga como eje central lo acontecido el 11-M y que sirva como reflexión sobre lo que prima frente a la muerte; lo que prevalece ante la nada; lo importante en contraposición de lo indispensable; nuestros sentimientos más profundos llevados a ebullición por ese hachazo homicida que nos dieron a todos los españoles aquel día de invierno. En el momento en que te enfrascas en su lectura y pasas las hojas te conviertes en cómplice de las reflexiones de Vlad, que halla en esa cita forzada con la muerte el manifiesto vital que tanto ansiamos los humanos y que tantas veces olvidamos.  Pero, y a pesar de todo lo citado anteriormente, la verdadera heroicidad es la de hacer que nos sintamos tremendamente identificados con el protagonista de la historia. A fin de cuentas a todos se nos atraganto el café aquella mañana frente al televisor. 

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