Gloriosos Marta Poveda y Rafa Castejón en una imponente Dama duende

Por Horacio Otheguy Riveira

Gloriosos Marta Poveda-Rafa Castejón en una versión de La dama duende que es, a todas luces, un formidable vodevil de una sola puerta ante la que, por momentos, la acción se frena para dar paso a una música de raro lirismo o una danza vitalista, de las de dar y tomar felicidad en el Madrid dieciochesco de la representación, y en el de ahora mismo, congraciados los espectadores con toda la compañía, donde incluso brillan con luz propia los intérpretes con menos papel.

Lo primero que se me ocurre tras la función es imaginar la sonrisa de dos grandes del teatro, ya fallecidos, dos hombres entrañables, maestros de muy diferente estilo que montaron este clásico: José Luis Alonso (CNTC, 1990) y Miguel Narros (en 2013). Ambos siempre insatisfechos, conocedores de sus límites, amantísimos de los intérpretes que dirigían, incansables buscadores de perlas. Aquí y ahora, ante esta nueva maravilla pergeñada por Helena Pimenta, sonreirían emocionados al advertir la evolución de aquello que ellos dejaron bien plantado.

Este espectáculo con texto de Calderón de la Barca y versión reconfortante de Álvaro Tato rinde tributo al delicioso vértigo de la búsqueda del amor bien enlazado con los carnales placeres, de suspiro en suspiro en un ambiente de prohibiciones, con una joven viuda atrapada sin salida por sus estrictos hermanos, hasta que con ayuda de criada y prima encuentra despliegue de excitantes vericuetos, pasajes temerarios, locuras de enredos divertidos capaces de hacer de la tragedia de una mujer sin vida propia posible, una criatura ávida de besos y consagración de cuantas delicias pueda encontrar en su camino.

La comedia desopilante de dos que se buscan con avidez, sin apenas conocerse, se vuelve sublime en una puesta en escena en tres planos bien definidos, que no sólo nunca chocan entre sí, sino que permiten disfrutar de una fantástica unidad: intérpretes/texto, intérpretes-bailarines, banda sonora de notable lirismo.

Helena Pimenta compone la función a base de dúos milagrosos que enriquecen el trayecto y sorprenden como cuadros musicales de repentina belleza y profundidad poética.

Excepto David Boceta, el galán de galanes solitario, de frustración en frustración con una hidalguía a prueba de chubascos, los demás personajes tienen su alter ego, su infatigable compañera de viaje en el caso de Cecilia Solaguren y Marta Poveda, mientras la primera es la criada que todo lo puede con tal de ayudar, afianzar, mimar a su señora, con tiempo incluso para hacer guiños al público, la Poveda deslumbra con sus temores, fascina con su candor, divierte con su audaz manera de romper las barreras impuestas, excita con su sensualidad. Sus feroces hermanos, Boceta-Notario son dos pobres tipos de un machismo recalcitrante, salvo cuando aparezca servido un marido ideal. También ellos funcionan como dos que se necesitan, que se pican, alían a menudo, y traicionan si hay faldas de por medio, así se llega al mágico romanticismo entre Joaquín Notario y Nuria Gallardo, cuya escena de amor resulta encantadora, y a la vez de tal densidad dramática que da lugar a una ovación a telón abierto.

Rafa Castejón y Álvaro de Juan: señor pericompuesto, en exceso formal tolerando al criado supersticioso que hace las veces del cómico pertinaz con su dosis de ignorancia y suma de temblores. Pero qué grandeza la de Castejón enamorado en pos de un duende que quiere ser dama a cualquier precio, qué miradas, qué angustias, cuánta ingenuidad deliciosa, suficientemente apasionada para que Marta Poveda se salte las normas, inquietante de negro, femme fatale de rojo pasión,  de blanco saltarina, exhibiendo piernas y pies desnudos con la ligereza de una niña que descubre su sexualidad. El tierno acoso de Castejón consigue que Poveda haga de su dama duende una mujer entera capaz de declarar su amor en una escena de antológica belleza, como la que posee la propia actriz que, tras el extraordinario Perro del hortelano, vuelve a sacar partido de sus correrías, siempre seguida de cerca por un actor tan disciplinado que ni siquiera se permite reír en los saludos finales. La una y el otro, gloriosos Poveda-Castejón, en una versión que es, a todas luces, un formidable vodevil de una sola puerta ante la que, por momentos, la acción se frena para dar paso a una música de raro lirismo o una danza vitalista, de las de dar y tomar felicidad en el Madrid dieciochesco de la representación, y en el de ahora mismo, congraciados los espectadores con toda la compañía, donde incluso brillan con luz propia los intérpretes con menos papel pero igual entereza y simpatía: Rosa Zaragoza y Paco Rojas.

Marta Poveda (Foto: Javier Naval).

LA DAMA DUENDE

Autor:  Calderón de la Barca

VERSIÓN: Álvaro Tato
DIRECCIÓN: Helena Pimenta

INTÉRPRETES (por orden de intervención): Rafa Castejón, Álvaro de Juan, Marta Poveda, David Boceta, Paco Rojas, Joaquín Notario, Nuria Gallardo, Cecilia Solaguren, Rosa Zaragoza

VIDEO ESCENA: Álvaro Luna
MAESTRO DE ARMAS: Jesús Esperanza
ASESOR DE VERSO: Vicente Fuentes
COREOGRAFÍA: Nuria CastejónSELECCIÓN Y ADAPTACIÓN MUSICAL: Ignacio García
VESTUARIO: Gabriela Salaverri
ILUMINACIÓN: Juan Gómez-Cornejo
ESCENOGRAFÍA: Esmeralda Díaz
VERSIÓN: Álvaro Tato
DIRECCIÓN: Helena Pimenta
PRODUCCIÓN: Compañía Nacional de Teatro Clásico
Teatro de la Comedia. Del 5 de octubre al 10 de diciembre de 2017

 

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