'La responsabilidad del artista', de Jean Clair

Por Ricardo Martínez.
No sólo por lo que cada artista aporta desde el lado de la práctica material, desde la inteligencia y la imaginación, podría decirse que el mismo acepta implícitamente un grado de responsabilidad (social, político, religioso, cultural…) ante el potencial público al que se dirige, sino que, como tal discurso público (entendido este término en sentido amplio) el artista adquiere un grado de significación, de didáctica colectiva que le hacen distinto y, en ello, sujeto de responsabilidades.

Esto es algo que no han ignorado históricamente los distintos poderes (políticos, religiosos…), y ello es lo que se resalta en las primeras líneas de este libro lleno de reflexiones socio-culturales que merece la pena tener a mano. Ya en el Prólogo leemos: “La cuestión se ha replanteado a la vez en sus aspectos históricos y de actualidad. Las relaciones del arte con el poder nunca han sido fáciles. Del Antiguo Egipto al Segundo Imperio, se le ha utilizado desde sus mismos orígenes para afirmar el Estado e ilustrarlo” Ahora bien, concluye muy significativamente: “La fe en las utopías políticas de derecha o de izquierda, del bolchevismo al nazismo, que la vanguardia artística no solo ha compartido sino además provisto de algunos de sus artículos principales, se ha desplomado. Desde ese momento la estética vanguardista está en el aire. Tanto más fanática e intolerante por deber predicar a partir de ahora en el vacío” Un argumento, en verdad, demoledor.

Es decir, como quiera que históricamente el arte ha sido símbolo de libertad, una esperanza había de quedar, y pienso que también acertadamente la señala el autor como punto de partida: “Con todo, no deja de ser cierto que tras la guerra, por lo mismo que no era posible poner en tela de juicio al movimiento moderno en arquitectura, se obró de manera que le fuera devuelta a las vanguardias la pureza ideológica que habían perdido. ¿No se trataba de recuperar a Nolde y Kirchner, Schllemmer y Kandinsky, Gropius y Mies van der Rohe, tal como los norteamericanos habían recuperado a Oberth y von Braun, para que pudiera reinciarse, pareja a la carrera del espacio, la carrera a la modernidad?

Y así ha sido, a sabiendas que, bajo la misma bandera que la libertad otorga (o exige) al arte, el devenir será desigual, contradictorio; en fin, eternamente vivo. “Gott is Form, escribió una vez el poeta Gottfried Benn en una fulgurante intuición. No Gott ist eine forme ni tampoco Gott ist die forme; ni definido ni indefinido, sino Dios es Forma. Es la única respuesta posible, a mi parecer, al sarcasmo de un arte contemporáneo que ha olvidado del todo sus deberes pero también sus poderes”.

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