Rossy de Palma: “De mayor me gustaría ser muy niña”

Por Álex Ander

Rossy de Palma (Palma de Mallorca, 1964) es atractiva por fuera y por dentro. A lo largo de varias décadas, esta actriz mallorquina se ha granjeado el cariño de la gente gracias a su carisma y su arrolladora personalidad. Y es una diva, aunque tenga poco de vanidosa. Es decir, se parece bien poco al personaje que interpreta estos días en el Teatro de la Zarzuela, dirigido por Daniel Bianco, la opereta El cantor de México. En esa obra, Rossy se mete en la piel de Eva Marshall, una mala actriz bastante sobreactuada que, para más inri, es una diva insoportable.

No es la primera vez que la artista da vida a este personaje. Ya interpretó a Marshall, con gran éxito y un montaje espectacular, en el Teatro del Châtelet de París en 2006. “El Châtelet es uno de los teatros con más fondo de Europa y no pudimos hacer gira porque la escenografía no nos cabía en ningún otro lado. Son montajes que dan mucha pena luego cuando los ves fuera y no puedes disfrutarlos aquí, con los amigos y la familia”, dice su protagonista.

Por todo ello celebra que Bianco haya logrado estrenar, por primera vez y en castellano, la opereta en España, con parte del equipo anterior. Una obra cuya trama se sitúa en el rodaje de una película de cine. Un espectáculo bastante kitsch y colorista, repleto de buena música y donde las referencias a México son constantes. “Es un espectáculo que da mucha alegría ya al que lo hace. Ayer, por ejemplo, yo estaba agotada antes de la función y después estaba como unas castañuelas. Y la gente que la ve sale entusiasmada”, explica Rossy.

Aunque muchos lo desconozcan, esta ‘chica Almodóvar’ lleva casi cuatro décadas en esto del showbusiness. Empezó su carrera en 1984, cantando. En ese momento se convirtió en vocalista de Peor Impossible, un grupo de pop punk que formó en su tierra natal junto a varios amigos. Con la banda grabó, el mismo año que empezaron, un minielepé con una discográfica independiente, y el elepé Passión, un año más tarde, con una multinacional. “No eran épocas de Instagram ni de redes sociales. Nadie buscaba ni la notoriedad, ni la celebridad ni el dinero. Era, más que nada, un mundo de artistas deseando compartir y expresar lo que sentían. Había mucha intuición, no se funcionaba con ninguna estrategia. Y yo sigo un poco así, no he cambiado mucho mi modus operandi”, recuerda la actriz.

Lo curioso es que, aunque la banda no logró vender demasiado, sí consiguieron actuar en distintos lugares de España y que su tema Susurrando trascendiera al paso del tiempo. Como cabía esperar, Mallorca se le quedó pequeña a Rossy rápidamente. Por eso, se mudó, a finales de los ochenta, a Madrid, donde se vivía la última etapa de la Movida. “Empecé a trabajar en un bar para complementar lo poco que ganaba con la música”, apunta. Allí tuvo la oportunidad de seguir actuando con su banda y codearse con otros artistas que, como ella, no pensaban en hacerse famosos, sino más bien en hacer lo que realmente les gustaba y dar rienda suelta a su creatividad. Por eso, actuaron bastante hasta que, en 1989, decidieron separarse.

Existe una leyenda (urbana) en torno a la forma en que el cineasta manchego Pedro Almodóvar se cruzó en el camino de Rossy. Lo cierto es que cuando la actriz y su grupo llegaron a Madrid, Almodóvar era ya bastante conocido en la escena underground. Ya había rodado la irreverente comedia Entre tinieblas (1983) y preparaba La ley del deseo (1987), protagonizada por Carmen Maura. El director era asiduo a la noche madrileña, y solía acudir a un bar de Malasaña donde Peor Impossible actuaba a menudo. La mallorquina cuenta que Pedro se quedó prendado de su estilo y de la ropa que ella misma confeccionaba para sus actuaciones, y un día le preguntó si quería salir en su nueva película. Como pueden imaginar, la respuesta fue afirmativa. Y ahí comenzó la colaboración entre Almodóvar y una de sus grandes musas. Después de esa primera incursión, Rossy realizó otras seis películas junto al manchego. “Yo con Pedro me divierto muchísimo. Es muy lúdico y siempre ha habido una sintonía y he trabajado muy relajada con él. Donde me quiere llevar, yo me abandono y nos lo pasamos muy bien”, explica.

Dos de esas pelis almodovarianas —Kika (1994) y La flor de mi secreto (1996) — le valieron a Rossy la nominación al Premio Goya como mejor actriz femenina de reparto. A pesar de ello, no hubo suerte y no pudo llevárselos. Hay quien considera que la intérprete ha estado algo desaprovechada en España y que, de alguna forma, este país le debe aún algo. Ella prefiere quedarse con lo que sí le han dado y no recrearse en las oportunidades perdidas.  “Estoy muy orgullosa de un premio en concreto que tengo, que gané con una película francesa, Hors jeu (1990), de Karim Dridi, en la que era protagonista. No teníamos derecho a leer el guión y se rodaba cronológicamente, improvisando”. Una cinta que no llegó a distribuirse en España y que fue “dura de hacer”, pero que le valió el premio de interpretación del prestigioso festival suizo de Locarno.

Rossy no cree en las fronteras. En España es un icono, sí, pero también lo es en otros países como Francia e Italia. En el país galo, de hecho, ha vivido varios años y fue condecorada con la medalla de oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. “En Francia, en líneas generales, hay un respeto por el cine y los actores, y por los artistas en general. Tanto es así, que para ellos Picasso es francés. Si les gusta alguien, les gusta tanto que se lo quedan. Hay mucho proteccionismo hacia el artista”, comenta, sin querer caer demasiado en las siempre injustas generalizaciones.

Define la profesión de actor como una carrera de obstáculos y reconoce que es muy difícil dedicarse únicamente a ello. “En el cine no tengo ningún prejuicio en decir que he hecho películas buenísimas, regularísimas y malísimas”, confiesa. Pero si de algo se vanagloria la actriz, es de haber trabajado siempre en teatro en producciones bastante cuidadas y que eran de su interés. Es más, reconoce que sería incapaz de hacer teatro si no le gustase mucho la obra en la que va a participar. “En teatro he hecho cosas que me han llenado el alma y el corazón. He sido muy sibarita en el mundo de las artes escénicas”, apunta.

Hay algo de terapéutico en eso de la actuación para la mallorquina. De ello hablaba en Resilienza d’Amore, un monólogo totalmente creado por ella que estrenó en el Teatro Español a finales de 2015 y que fue un encargo del Piccolo Teatro Grassi de Milán. “Explica cómo el arte nos ayuda a hacer una resiliencia. Y lo importante que han sido en mi vida la poesía, la música y todas las artes. Me han salvado de la locura. La realidad es muy hardcore, no puedo con ella. Menos mal que tenemos todo este mundo del arte para taparnos”, apostilla.

Ser considerada un icono le parece un chollo: “Los iconos no tenemos edad, somos eternos”. Rossy se muestra intuitiva e inteligente, y ha decidido tocar muchos palos desde que empezó. Ha trabajado como actriz, cantante, modelo y diseñadora. Ha sido musa de grandes fotógrafos y también de diseñadores como Andrés Sardá, Jean-Paul Gaultier o Thierry Mugler. Incluso acaba de diseñar una colección de maquillaje para la prestigiosa línea de cosméticos MAC. Un proyecto en el que le han dejado “total libertad creativa” y donde propone, a través de colores muy vivos, la celebración de la existencia y de cada parte del cuerpo. “No es tanto valorar su estética como celebrar que los ojos ven, que la nariz huele y que la lengua puede ir a cualquier lado”, señala.

Como es un culo inquieto, siempre tiene proyectos entre manos. De hecho, acaba de estrenar la película Toc Toc, donde interpreta a una beata maníatica del orden que sufre un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) de verificación. Otro personaje con el que comparte bien poco: “No tengo muchas manías yo. Solo pido a San Cucufato… que ya sabes cómo sigue. Él es en quien más creo”, bromea.

Asegura que la juventud consiste en no perder la curiosidad. Viendo la pasión y el entusiasmo que proyecta en su trabajo, no puedo evitar cerrar la entrevista con una pregunta sobre sus planes de futuro.

¿Qué le gustaría ser de mayor?

De mayor me gustaría ser muy niña. Cada vez voy más conectada con la niña pequeña que vive dentro de cada uno de nosotros. Estoy orgullosa de que, con tantas vivencias como se pueden tener con 53 años, no me siento maleada, ni de vuelta de nada. De sentirme fresca y, como el primer día, con ilusión, entusiasmo y mucha curiosidad. Porque yo creo que el cinismo envejece muchísimo [risas].

Aashta Martínez

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