COPI y el travestismo de vanguardia, 30 años después

Por Horacio Otheguy Riveira

Recientemente el teatro Español rindió homenaje —sólo tres funciones de un doble programa en la sala principal— al franco-argentino COPI (Raúl Damonte Botana), fallecido en París en 1987 con 48 años. Un tipo anárquico de formación exquisita, hijo de Raúl Damonte Taborda, periodista y político argentino combatiente contra el peronismo que imperó entre 1943 y 1955, y después también se enfrentó a los militares que derrocaron a Perón, apoyando en los años 60 a Arturo Frondizi, fundador de la Unión Cívica Radical Intransigente, quien llegó a la presidencia pero también cayó por un golpe de estado militar. En ese ínterin, el único hijo del periodista se marchó a París, forjándose en muchas disciplinas: novelista, actor, dramaturgo, dibujante, humorista, perfectamente integrado en el Movimiento Pánico que lideraban Fernando Arrabal, Jodorowsky, Roland Topor, y por tanto, muy alejado de las preocupaciones políticas paterno filiales.

Trabajó para medios periodísticos y editoriales de prestigio. A partir de su muerte en pleno tratamiento de una grave enfermedad, su nombre se hizo más conocido y empezó a ser representado en diversos países, así como publicadas sus obras narrativas y reproducidos sus dibujos.

Una compañía de actores argentinos llegó a Madrid directamente de Buenos Aires con dos funciones estrenadas allá por vez primera, y como aquí, el evento sucedió en un teatro señorial, de alcurnia, en aquel caso fundado por la actriz española María Guerrero, el hermoso teatro Cervantes: una aparición de gala para un autor desechado por las grandes salas y despreciada en Argentina su versión de Eva Perón, una parodia salvaje que transcurre mientras, con sólo 33 años, Eva Duarte esposa del general Perón moría de cáncer. En su obra, COPI consigue divertir con lo más negro de la experiencia vital del personaje (aún hoy idolatrado por millones de personas), al mismo tiempo que logra componer un perfil especialmente interesante al ser interpretado por un hombre en cuyo cuerpo la manía de grandeza de la mujer y su desesperación ante sus momentos finales se ve aderezada por brotes histéricos. Una caricatura, tal y como los enemigos del régimen la visualizaban, entre estúpida e histérica; tan pobre visión de un personaje, cuando menos merecedor de muchos matices, logra indudables aciertos en manos de un hombre de torso desnudo, vozarrón masculino, vestido de blanco; los mejores momentos se dan en los choques con su madre interpretada admirablemente por otro hombre, pues convence desde el primer momento en ademanes y tonos. Dos estupendos actores que navegan en algo que interesa mucho al autor: la mofa del exacerbado melodrama argentino, muy presente en numerosas películas.

Antes que Eva Perón se representó El homosexual o la dificultad de expresarse: un delirante homenaje al travestismo como expresión de un mundo imposible en el que aparece deformado el perfil femenino y el masculino también. Los dos actores vestidos de mujer con voces muy masculinas, solamente a ratos afeminadas, conforman una explosión de tragicomedia con una joven polisexual que acaba cortándose la lengua. La incomunicación, la sangre, la violencia y, otra vez, la desesperación por no pertenecer a ninguna parte, resultan los elementos más valiosos de la obra.

Entre ambas, un entreacto largo protagonizado por otro travesti, un hombre fuerte, musculoso y voz aguardentosa que, vestido de mujer de cabaret, lanza una defensa de la homosexualidad, «algo con que se nace», entre chascarrillos que se supone pronunció COPI. Brillante, de pronto interpreta en playback el célebre bolero del cubano Osvaldo Farrés, «Quizás, quizás, quizás» interpretado por Sara Montiel, quien estaría de lo más feliz y hasta orgullosa viendo una vez más a un hombretón dichoso de convertirse en ella durante unos instantes (en los 80, Madrid y Barcelona contaban con varias salas de fiesta con travestis que hacían de Saritísima).

Hoy día el travestismo de COPI sigue teniendo un aire revolucionario que provoca rechazos en bastante gente que aprovecha el entreacto para desaparecer; sigue siendo un gesto rebelde, tragicómico en la recreación de una constancia en la dispersión de sentimientos y la coexistencia de cierta temeridad al permitirse ser otro/otra sin riesgo de masacre: con amor, tal vez el amor que al escritor se le brindó incondicionalmente después de su muerte, víctima del sida que por entonces, finales de los ochenta, hacía estragos.


 

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