7 fascinantes reglas sobre la creatividad

Ser creativo no es lo mismo que ser experto en algo. El lugar común que dice que para ser experto en algún dominio de la ciencia o el arte basta con practicar cotidianamente una técnica es en parte cierto, pero sólo funciona para adquirir dicha técnica; los artistas y científicos más innovadores suelen ser los que llevan más lejos esa técnica. Es decir, los que se vuelven expertos en cosas que no existían antes de ellos.
En un fascinante artículo de Scott Barry Kaufman, la creatividad se define como algo “original, significativo y sorprendente”:
Original en el sentido de que el creador es recompensado por trascender la pericia, e ir más allá del repertorio estándar. Significativo en el sentido de que el creador debe satisfacer alguna función útil, u ofrecer una nueva interpretación. (…) Finalmente, los productos creativos deben ser sorprendentes en cuanto que el producto creativo original y significativo debe ser sorprendente no sólo para uno mismo, sino para todos. Así es exactamente como la Oficina de Patentes de Estados Unidos evalúa las nuevas solicitudes. Las ideas originales y significativas que pudieron ser creadas por cualquier experto en el campo se consideran “obvias”, y por tanto no son patentables. Los productos creativos, como los descubrimientos de Galileo y Leeuwenhoek, son sorprendentes para todos, tanto novatos como expertos.
He aquí algunos puntos sobre por qué la creatividad y la pericia no son lo mismo, aunque pueden complementarse:
 

1) Hay que contar con la incertidumbre

No todas las actividades creativas son cuantificables –y muchas veces ni siquiera es posible saber a priori cómo se verá nuestra creación cuando esté terminada. Además, dependiendo de lo que se trate, rara vez podemos saber cómo será recibido nuestro trabajo antes de que salga al mercado o sea recibido por un público. Incluso es posible que una gran obra de arte pase ignorada si no se le hace suficiente publicidad, o al revés, que la publicidad engrandezca obras mediocres (o, digamos, “poco creativas”).
 

2) La creación no es acumulativa

A una obra maravillosa puede seguir una de menor calidad, a pesar de que el artista siga aprendiendo del proceso. Pensemos en bandas de música con un primer disco espectacular: es un truísmo que rara vez logran mantener la calidad a lo largo de sus siguientes producciones (aunque en honor a la verdad también puede deberse a cambios en el mercado o los gustos del público). Un crítico conservador podría decir que el período cubista de Picasso es caótico con respecto a su período figurativo, pero los procesos subjetivos de la producción artística no siempre son contemporáneos a los de la crítica.
 

3) ¿Vale más el talento o la práctica?

Existen casos donde efectivamente la práctica hace al maestro; si nos esforzamos por cocinar un solo platillo a la perfección seguramente lo lograremos, pero si somos chefs que deben crear un plato nuevo cada semana (¡o cada día!) la exigencia aumentará mucho más, al igual que la presión. El talento, en ese sentido, no es más que aprender rápido y absorber nuevas experiencias a medida que surgen; es por eso que el talento, a menudo demeritado como valor romántico, puede entenderse como un acercamiento fresco a cada momento, no importa si se trata de ciencia, arte o gastronomía.
 

4) El contexto influye

Por fortuna o por desgracia vivimos en un mundo de 7 mil millones de personas, y aunque la tecnología nos pone más cerca del mundo que a nuestros coterráneos del siglo pasado, seguimos viviendo en un contexto local. Y desde un punto de vista más amplio, el contexto puede incluir la vida en un país en guerra, lo cual puede determinar la posterior trayectoria creativa de una persona: Charles Simic salió de Serbia cuando niño y escapó de los horrores de la guerra, pero Walter Benjamin no tuvo tanta suerte durante la Segunda Guerra Mundial. Existen contextos más dolorosos, como el hecho de ser mujer, que limitó el alcance de plumas como las de Jane Austen o Emily Dickinson, aunque su calidad artística se haya comprobado con los años.
 

5) Nunca perder la curiosidad

Cuando conocemos a alguien con muchos talentos e intereses decimos que es un “renacentista”, por ejemplo, si escribe, pinta, tiene conocimientos de óptica y medicina, además de coleccionar juguetes antiguos. Pero no tiene nada que ver con el hecho de que hace 5 siglos la gente tuviera más tiempo libre, sino tal vez con la profundidad con la que mentes como la de Leonardo da Vinci o Galileo exploraron y dieron rienda suelta a su curiosidad. De este último se dice, por ejemplo, que fue su conocimiento del claroscuro lo que le permitió realizar novedosas interpretaciones al observar los cielos, pues su formación artística pudo ponerse al servicio de la ciencia. Todo, al final, está conectado.
 

6) La suerte de principiante es más que suerte

El problema de convertirse en un experto es que puedes caer en la tentación de creer que conoces todas las respuestas. Es posible que la así llamada “suerte de principiante” no sea producto del azar, sino de una atención potenciada por el hecho de hallarse en un contexto nuevo e impredecible o en un campo que no se conoce ni domina. Otro refrán dice que hasta al mejor cazador se le va la liebre, y es cierto si el cazador olvida que cada liebre y cada bala son distintas y a su modo, únicas. El cazador inexperto, aún con las manos temblorosas, puede poner un poco más de atención y no confiarse de sus trofeos previos.
 

7) La creatividad crea sus propias reglas

La creatividad es un tema de moda y seguramente leerás libros y acercamientos diversos que la tratan como un problema a resolver. Pero lo que aprendemos de la gente creativa, provenga del arte, la ciencia, o cualquier otro campo de actividad humana, es que fueron capaces de producir algo que no existía antes de ellos: puede tratarse de un invento, una conexión, una interpretación, una fórmula o una obra de arte, para lo cual probablemente tuvieron que romper los paradigmas considerados como “ley” hasta ese momento (creando e instaurando otros). Desconfiar de los caminos demasiado transitados, arriesgarse al error ahí donde muchos fallaron y efectivamente, fallar y fallar de nuevo: ese es el riesgo gozoso de entregarse ciegamente a la propia capacidad creadora, eso que llaman creatividad.

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