Historia del Zoo, emocionante montaje de la obra maestra de Edward Albee

Por Horacio Otheguy Riveira

Dos hombres. Culturas distintas. Posición social y económica diferente. Uno de ellos, vestido con esmero, impoluto, el otro sudoroso, desarrapado, en bullente estado de ansiedad. Dos excelentes actores dirigidos por uno de los mayores maestros españoles, José Carlos Plaza, ofrecen un espectáculo imprescindible para todo amante del teatro. Una atmósfera característica del autor estadounidense en la que se funden elementos de teatro psicológico con una dinámica delirante propia del teatro del absurdo, de allí que los desconocidos intimen en profundidad, se rechacen con vehemencia y hasta luchen verbal y físicamente, aunque de pronto el delirio les alcance y anuncien que «… los periquitos preparan la cena y los gatos ponen la mesa».

 

Sentado: Javier Ruiz de Alegría. De pie: Carlos Martínez Abarca. Misteriosa unión, brutal enfrentamiento. (Fotografía, gentileza de Antonio Castro).

 

JERRY No, me refiero a si no será  triste que jamás esté con ellas más de una vez.  Nunca he sido capaz de follar  … , perdón , ¿cómo se dice? ¡Ah, sí! , hacer el amor con alguien   más de una vez . ¡Eh , espere….!  Durante una semana y media , cuando tenía quince años… y bajo la cara de vergüenza porque la pubertad me llegase tan tarde … Fui homosexual, quiero decir marica… (Muy rápido)   marica, marica , marica… con las campanas repicando y las banderas desplegadas al viento. Y durante esos once días me encontré  al menos dos veces al día con el hijo del guarda del parque … un muchacho griego  que cumplía años el mismo día que yo, pero él un año más. Creo que estuve muy enamorado… o quizá solo fuese sexo. Pero aquello era bailar a un ritmo  muy especial. Y ahora, ¿que si me gustan las tías?  Las adoro. Una hora y basta.
PETER Bueno, entonces me parece que la solución es bien sencilla….
JERRY (Enfadado) ¡Oiga, ¿no irá a decirme que me case y tenga periquitos?!
PETER (Enfadado también) ¡Olvídese de los periquitos  de una vez! Y siga soltero si le gusta. ¡A mi qué me importa¡ Además, yo no empecé esta conversación…
JERRY Está bien, está bien.  Vale, perdone.  ¿No está enfadado?
PETER (Riendo) No, no estoy enfadado.
JERRY (Aliviado) Está bien. (Volviendo al tono anterior) Es interesante que me haya preguntado por los marcos vacíos. Habría jurado  que me preguntaría por la revista pornográfica.
 

Emocionante recuperación de la primera obra maestra de Edward Albee (1928-2016), en plan de menos es más, porque se trata de su función más breve, 75 minutos en una trayectoria de piezas de dos horas. Esta es la más concisa, la que con más facilidad se puede representar en cualquier parte, pues solo se necesita un banco en el Central Park de Nueva York, y dos hombres. Escrita en 1958, se estrenó junto a un monólogo de Samuel Beckett, para alcanzar las dos horas entonces reglamentarias.

Pocos elementos y una ciudad que funcionan como perfecto símbolo del infierno de la soledad en medio del bullicio atronador. Pero no una soledad lastimosa, de las que generan compasión porque las cosas han salido mal, sino una soledad rabiosa que se mueve con desesperación en busca de una libertad absoluta que permita cambiar radicalmente el estado de las cosas de vivir.

El maestro José Carlos Plaza —que nos ha emocionado con tantísimos trabajos fabulosos, con poco o numeroso reparto, en grandes teatros o salas al margen del circuito comercial— nos brinda una lección de conmovedor dominio del arte escénico en muy pequeño formato, y el resultado no puede ser mejor.

Momento a momento, asombra e inquieta el progresivo drama generado por un miserable y solitario Jimmy, que viene del Zoo camino de la zona norte de la ciudad, y abruma al pacífico Peter, padre de familia en buena posición que había decidido, como todos los domingos, sentarse a leer en el parque. Todo lo que transcurre desde entonces avanza con gran intensidad dramática. Si bien una parte considerable se apoya en el monólogo del «visitante», es un texto con mucha acción, cuyas descripciones y conceptos trasuntan un movimiento interior-exterior muy profundo. En cualquier caso estamos allí, con los desconocidos, y sobre todo con el nervioso Jimmy en su atronador relato, recorriendo su miserable vivienda, y le acompañamos en su dolor, su trágico devenir con sus extraños vecinos: todos ellos cuesta abajo hacia la misma ruindad en que él permanece inquieto, como, por ejemplo, «un marica negro que nunca está acompañado ni molesta, pero que deja la puerta abierta para que le veamos depilarse las cejas…».

Peter y Jimmy avanzan hacia un final de potente dramatismo. Uno de los dos parece haber planificado cuanto sucede, pero no es seguro, puede que todo sea una mera improvisación sobre palpitaciones oscuras que encuentran la luz sin proponérselo. Los contrastes conforman un pieza teatral de creciente suspense, a través de palabras y silencios, y de acciones inesperadas en la recta final.

Historia del Zoo (estrenada en Madrid en 1971 con dirección de William Layton) necesita dos intérpretes con una riqueza de matices sobresaliente, tanto en los momentos de verborrea, como en el denso silencio o en la propia interpretación del descontrol físico, algo tan difícil en el teatro cuando los actores están librados a su talento, con el público encima y sin el menor apoyo en la escenografía, la música o varios personajes. El resultado es óptimo: Javier Ruiz de Alegría como el pacífico y atildado caballero al que nunca parece haberle sucedido nada grave. En su actitud corporal y en sus silencios transmite un mundo interior reprimido, en severo conflicto inconfeso, que al desarticularse en una escena clave le permite transformarse con impresionante cambio de registro.

Carlos Martínez Abarca tiene una flexibilidad corporal en la que aúna con aparente facilidad la ironía sobre la catástrofe de su vida, y la desolación absoluta. Interpreta de tal modo al feroz Jimmy, que parece escalar una montaña hacia una cima donde quizás ni él sepa exactamente para qué, o tal vez lo haya ensayado muchas veces y nos sorprenda con una bocanada de terror final.

 

Una representación cargada de significados en torno a un animal que acecha por los pasillos de la vivienda deteriorada: «El perro, creo que ya se lo dije, es un pedazo de bestia negro: con una cabeza enorme, orejas pequeñitas, muy pequeñitas y ojos… sangrientos, infectados quizás y con la piel pegada a las costillas». (Fotografía, gentileza de Antonio Castro).

 
Teatro Lara. Sala Lola Membrives. Del 24 de enero al 4 de abril, miércoles 20,15
REPOSICIÓN Del 3 de julio al 27 de septiembre 2018.
 

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