El hilo invisible (2017), de Paul Thomas Anderson

 
Por Jordi Campeny.
No suele ocurrir que en el transcurso de una semana uno acuda tres veces al cine y que tropiece con tres películas memorables. Cierto es que en el primer trimestre del año se concentran trabajos mayúsculos que están finalizando su andadura por los festivales para desembocar en el anhelado mar de los Oscar. Y el espectador que ama el cine suele acumular más de una experiencia cinéfila vibrante e imperecedera durante los primeros meses del año que empieza. La primera de ellas fue Call Me By Your Name, de Luca Guadagnino, auténtico fenómeno de la temporada; hermosísima, luminosa y finalmente triste historia de amor que culmina en un plano final para el recuerdo. Un homenaje a los sentidos y a la piel, que sabe conmover y tocar fibras muy íntimas; una película que se queda dentro. De la luz y el verano del norte de Italia pasamos a las tinieblas y al ahogo del frío invierno ruso de Sin amor, de Andrey Zvyagintsev, una obra desoladora, turbadora y formidable sobre la soledad de los niños, los más desamparados, que acaba erigiéndose en una simbólica y despiadada disección de nuestro mundo. A estas dos grandes películas se le suma, y sobresale, la última obra maestra del infalible director norteamericano Paul Thomas Anderson, El hilo invisible.
La talla y solvencia de su director ya quedaron marcadas a fuego con, entre otras, películas como Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), Pozos de ambición (2007) o la soberbia The Master (2012). En 2014 nos ofreció la adaptación de una novela de Thomas Phynchon, Puro vicio y, casi cuatro años después, uno no ha conseguido dilucidar si la película era una brillante tomadura de pelo o una psicodélica obra maestra. Probablemente las dos cosas a la vez. Con El hilo invisible no hay dudas, ni el más mínimo atisbo: nos hallamos ante una película aparentemente fría pero volcánica por dentro, arrebatada, elegantísima, capciosa, compleja y finalmente extraordinaria.
Tomando como referente al prestigioso diseñador español Cristóbal Balenciaga, uno de los creadores más importantes de la alta costura, el director construye una obra muy artesanal, perversa, exquisita y sofisticada, cuyo proceso de elaboración se asemeja al obsesivo trabajo de su protagonista, dejando ambos –diseñador y director– elementos y piezas entre las costuras de sus criaturas. Vestidos y película cosidos con hilos de oro, elegancia y precisión maniática. Alta costura cinematográfica.
La película se sitúa en el Londres de la posguerra, 1950. El famoso modisto Reynolds Woodcock y su hermana Cyril están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza, a estrellas de cine y a las mujeres más elegantes de la época. Un día el soltero Reynolds, auténtico lisiado emocional, conoce a Alma, una camarera que se convierte en su musa y amante. El amor irrumpe inesperadamente en su espinoso y edípico carácter, transformándolo por completo.
Como es habitual en su director, en el centro del relato se sitúa un hombre déspota y dictatorial alrededor del cual gira absolutamente todo. Daniel Day-Lewis es el encargado de dar vida a este ser profundamente herido y atormentado, megalómano y enfermizamente entregado a su trabajo. El actor ha manifestado que abandona la interpretación. Si fuera eso cierto, culminaría su apasionante carrera con el que muy probablemente sea su trabajo más excelso y memorable.
Con estos mimbres: Londres años 50, el mundo aparentemente superficial y hermético de la alta costura y el intento por parte del protagonista de salvar y someter a la camarera de la que se enamora, cabría esperar una película fría, plagada de clichés machistas y estereotipos de distinta índole. Nada más lejos de la realidad. El maestro que está detrás de todo ello es Paul Thomas Anderson. Los personajes acumulan matices y contradicciones y la película, llena de capas, acaba virando hacia un inesperado tour de force con reconfortante halo rompedor y feminista. Y es que, junto a Day-Lewis, las interpretaciones de las dos mujeres, Vicky Krieps y Lesley Manville, son, directamente, para enmarcar.
Dejamos para el final los dos detalles más importantes de esta fundamental película que combina melodrama romántico, comedia negra e incluso suspense hitchcockiano: los silencios y las miradas. Pocas veces en el cine uno ha tenido la oportunidad de ver a sus criaturas mirarse de ese modo. Qué elocuente todo lo que se dicen los personajes de El hilo invisible –preciso y revelador título– sin decirse absolutamente nada. La clave, claro está, reside en la mirada de Paul Thomas Anderson, uno de los directores más imprescindibles del momento, capaz de crear una de las escenas más climáticas del cine reciente con una combinación perfecta de silencio y banda sonora, una tortilla y las miradas de dos criaturas enamoradas en el límite del abismo y la destrucción.

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