'Fractura', de Andrés Neuman

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Fractura

Andrés Neuman

Alfaguara
Madrid, 2018
491 páginas
 

Uno de los escritores que más hemos querido, en el sentido en el que se quiere a un buen amigo, Bohumil Hrabal, falleció mientras intentaba dar de comer a las palomas. Al parecer, dado su estado de salud, estaba ingresado en una planta alta de un hospital y se asomó demasiado a la ventana. Con intención de que a las palomas no les faltara el pan, perdió el equilibrio. La caída fue mortal. En nuestra conciencia, preferimos dejarla como inconsolable, antes que figurar otra intención. De Primo Levi, sin embargo, no nos cabe duda. Su suicidio se debió a la irresoluble cuestión, emocional, de los motivos por los que él había sobrevivido. Su condena, hasta más allá de los noventa años, fue la de seguir respirando sin entender nada. Entre Hrabal y Levi se encuentra el protagonista de esta hermosa novela de amor o de amor plural. Un niño japonés sobrevive al atentado de Hiroshima y hasta al de Nagasaki. Solo él sobrevive de entre toda su familia y todos sus compañeros de juegos. El vínculo del personaje deja de ser con los seres humanos y pasa a ser con la extinción. Pero es imposible, a no ser que uno sea un psicópata, dejar de amar, al tiempo que es imposible haber aprendido a amar.

Tierno, sensible, camaleónico, inteligente, nómada y japonés, una combinación casi irreal. Pero lo que sí es real, por desgracias, es el desastre nuclear de Fukushima. Las alertas saltan en sus resortes sentimentales y casi automáticamente se pone en marcha hacia el lugar del desastre. Su intención parece la de morir allí, en un lugar casi idéntico a aquel en que debería haber fallecido. Pero el camino es muy largo, lo bastante como para recorrer toda una vida con la memoria. Dado que un hombre en esas condiciones está vacío, sin que el vacío suponga vértigo, sino una paz no del todo confortable, serán las mujeres de su vida quienes tomen la palabra. Un periodista argentino pretende escribir una biografía sobre él y se entrevista con ellas: la japonesa universitaria, la neoyorkina, la argentina madura y el otoñal último amor en Madrid. El libro atraviesa el siglo XX desde que empezó a ser tal: el 6 de agosto de 1945. El paso por la etapa bohemia, tras la experiencia infantil de la férula del imperio japonés, y el descubrimiento de las sensaciones. El recuerdo de la primera felicidad, vinculado a los años de amor universal y movimientos contra el armamento nuclear; el paisaje de Nueva York, que se ha ido imponiendo como el segundo paisaje en las vidas de todos los que pisamos la Tierra, desde las diferentes ambiciones hasta el Harlem afroamericano, con los vientos del cambio sobrevolando la ofensiva pacífica contra guerras como la de Vietnam. Y luego, a medida que crece, a medida que crecemos, como se va imponiendo nuestro pequeño mundo. Salvarlo es salvar el universo.

El universo, sí, está fracturado. Pero en Japón existe un arte que se llama kintsugi, que consiste en la recomposición de las obras mostrando las fracturas. Para ello se utiliza polvo de oro. La reparación embellecerá lo que una vez rompimos. Ese es el espíritu con que afronta sus días el protagonista, alguien que no cesa de subir en la escala económica a medida que asciende la empresa tecnológica en la que trabaja. Lo cual es también la historia desde 1945 hasta que el sistema del mercado se rompe, a favor del financiero. Y entonces resulta ya imposible reconocer lo único que le quedaba seguro, lo último que tenía a que agarrarse, aquello que podía dominar con la razón, con el estudio, con el trabajo. Junto a él, nosotros también no vamos fracturando, en una novela en la que Neuman demuestra su habilidad para las simetrías y su facilidad para la escritura fluida. Nos queda la historia de la frustración, pero también una buena novela.

 
 

A favor de la luz

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