Primer amor: extraña versión teatral de un relato de Samuel Beckett

Por Horacio Otheguy Riveira

Decepcionante reaparición de uno de los mayores dramaturgos del siglo XX, a través de un montaje artificioso, falto de lo más preciado del poeta irlandés: una creatividad escalofriante para enfrentarnos a nuestros espejos deformantes. Pena grande que al frente del invento esté un actor como Pere Arquillué, garantía de calidad y compromiso.

Primer amor es una novela breve de Samuel Beckett, escrita en 1946, los años de su apogeo creativo, tanto en el teatro como en lo que entonces se dio a llamar «la antinovela». Narrativa: 1937-1967. Teatro: 1952-1967. Años prolíficos para quien había integrado las filas de la resistencia de la ocupación alemana en París: un irlandés silencioso pero muy activo que en tiempos había ejercido el papel de secretario de James Joyce «con quien aprendí a estar en silencio mucho tiempo sin la menor alteración».

El Premio Nobel de 1969 (es decir, cuando ya había dejado de producir obras, y que así sería hasta su muerte veinte años después), creó un estilo propio que, para comodidad de sus estudiosos, se fundió con el Teatro del absurdo fundado en 1950 por Eugene Ionesco, quien tampoco estuvo de acuerdo con esa nomenclatura: «No estoy de acuerdo en nada. Lo que se denomina absurdo de la vida cotidiana, es puro realismo, y lo que causa tanta gracia es una tragedia».

Lo beckettiano se revela siempre al margen de cualquier coordenada física, espiritual y psicológica de lo que conocemos como mundo tangible o real, ya que sus personajes ahondan en su miseria desestructurándose bajo un emblema: «Nada es más divertido que la desdicha». Así Vladimir y Estragón viven inmóviles Esperando a Godot (1952), como dos clowns suspendidos en la nada, y Winnie monologa sus Días felices (1961-1963) hundida en un montículo de tierra calcinada hasta la cintura, y luego dejando sólo la cabeza parlanchina en libertad. Sus palabras enfocan una vida cotidiana aparentemente muy corriente y optimista, con Willy a sus pies, un ser reptante. O en Cómo es, composición en prosa de 1961, su obra más radical en la que la desintegración fluye con enorme carga poética sin la menor puntuación: «La lengua se ensucia de barro también para eso sólo un remedio entonces meterla y darle vueltas en la boca el barro tragarlo o escupirlo cuestión de si es nutritivo».

A través del teatro, donde también se coronó de gloria con obras breves sin palabras, Beckett fue desarrollando una narrativa muy libre con textos breves y relatos largos que transcurren con un alto dominio del lenguaje entre seres descompuestos, dados vuelta como un abrigo de invierno, denso, pesado, capaz de resistir las mayores nevadas, pero deshilachado y del revés, sin rostro siquiera, aunque, eso sí, con una catarata de emociones entregadas al lector de tal manera que le invitan a compartir mesa y mantel con gente que jamás sería invitada a ningún ágape oficial. Todo tan bien expuesto en su odio, su ternura o su desamparo en un mundo hostil al que le dan la espalda «naturalmente», que el lector o el espectador no tienen más remedio que huir de la quema o empatizar, despojándose de cuanto les distrae en su propia vida cotidiana, para unirse a sus personajes identificados con su miseria última, y entablar así una gran comunicación, pues todos son restos de cadáveres vivientes de una existencia en franco, definitivo deterioro, reflejo del dolor y la miseria que grotescamente surge de nuestra civilización.

 

En suma, la desesperanza que puede sentirse en estos textos “elaborados para nada, para no ir a ninguna parte”, saturados de imágenes poéticas puras e impuras, reiteraciones y líneas abstractas, es el aspecto dominante en Beckett que se ha empeñado en expresar lo inexpresable asocial, a través de hombres que siguen existiendo sólo porque su cuerpo sigue funcionando, «impotente e ignorante».

Primer amor pasa ahora de novela breve o cuento largo (47 páginas) a obra teatral, a través de varios creadores que seguramente hallaron en el texto original un lugar de encuentro más interesante que en cualquiera de los formidables textos escritos para la escena, largos o breves.

Por lo que se ve en escena les ha fascinado su juego antirromántico, su baño de humor negro corrosivo, subrayando situaciones que la profunda belleza del texto no necesita en absoluto. Al comienzo la oscarizada música de Maurice Jarre para Doctor Zhivago, un modelo de partitura sentimental para una novela que se convirtió en modelo de romanticismo en medio de una frustrante revolución bolchevique. Este contraste se hace muy evidente cuando el actor Pere Arquillué abandona el lecho mortuorio, más bien de una morgue, y lanza su perorata describiendo entre sarcasmos, burlas directas y pobreza moral integral su desgraciada experiencia de vida. Lo hace de una manera artificiosa, poniendo tonos, marcando acentos, moviéndose como una marioneta o un convaleciente que vuelve a moverse después de mucho tiempo de inactividad. Su trabajo va acompañado de un maquinista en escena que sube y baja una plancha de luz y que también le viste y desviste, como para no estar los sesenta minutos de duración íntegramente en calzoncillos.

Mientras Primer amor suscita diversas emociones y, sobre todo, resulta un conmovedor discurso transgresor de quien se ve a sí mismo desmoronarse interiormente, sin el menor atisbo de frenar su autodestrucción, en esta experiencia teatral cuanto sucede resulta desagradable, arbitrario y muy pesado, a pesar de la brevedad.

La capacidad histriónica del intérprete, dentro de la especie de cápsula artificial en que habita el personaje. es sin duda encomiable, pero demasiado plana, sin matices. En el programa de mano lo primero que se lee es una pregunta: «¿Debemos reír o llorar ante la monstruosa descripción del primer (y único) amor del protagonista de esta pieza?». Lo cierto es que ni lo uno ni lo otro, pues el humor trágico del autor, muy presente en el texto, en esta teatralización me deja frío por completo. También disgustado al comprobar que muchas manos se han unido para hacer del peculiar talento de Beckett un monodrama anodino. Necesito recomponerme y resulta muy sencillo, basta con volverle a leer en su prosa, en una sobresaliente traducción, y recorrer a su lado la vivencia última de quien desprecia todo lo humano en un viaje inmóvil por una nostalgia maldita, por él mismo maldecida; texto, por otra parte también presente en la versión teatral de Sanchis Sinisterra estrenada en los años 90, y que aquí se vuelve a tener en cuenta en esta puesta en escena extraña, con una falta absoluta de empatía con el personaje:

(…) En lo personal no tengo nada en contra de los panteones, puedo respirar el aire fresco ahí a mis anchas, tal vez con más ganas que en ningún otro lado, cuando de tomar el aire fresco se trata. El olor de los cadáveres, claramente perceptible bajo los olores del pasto y del humus mezclados, no me resulta desagradable, es demasiado dulce tal vez, un poco impetuoso, pero infinitamente mejor que el que emiten los vivos, sus pies, sus dientes, sus sobacos, sus frentes pegajosas y sus óvulos frustrados. Y cuando los restos de mi padre son parte, aunque humilde, de estos dulces olores, casi podría derramar lágrimas. Los vivos se lavan en vano, en vano se perfuman, apestan. No cabe duda, si de elegir un lugar se trata, digo, si he de salir de todos modos, denme mis panteones y ustedes quédense —sí— con sus parques públicos y bellos panoramas. Un sándwich, un plátano, me saben más dulces cuando me siento en una lápida, y cuando es hora de orinar de nuevo, como suele suceder, lo hago ahí mismo. (…)

Extracto tomado de una edición de la Universidad Nacional Autónoma de México. Coordinación de Difusión Cultural. Dirección de literatura. México, 2008. Selección, traducción y nota de Pura López Colomé

PRIMER AMOR

De Samuel Beckett
Versión: José Sanchis Sinisterra
Creación: Miquel Górriz y Àlex Ollé
(A partir de una idea original de Moisés Maicas y Pere Arquillué)
Intérprete: Pere Arquillué
Traducción: Anna Soler
Iluminación: Jaume Ventura
Espacio sonoro: Josep Sanou
Movimiento: Eva Roig
Maquinista en escena: Sam Quiles
Fotos: David Ruano
Teatro Valle Inclán. Hasta el 25 de marzo 2018.

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