La furgo

La furgo, de Martín Tognola y Ramón Pardina. Ediciones La Cúpula, 2018. 16,50€
@magapola

Un tipo de 40 años, padre de una niña de unos cuatro años y solterón divorciado, esconde a su exmujer que hace trabajillos chapuceros para poder comer. Mientras, ella no hace más que llamarle reclamándole los atrasos en la pensión que le pasa a la hija. Desde que le desahuciaron vive en una furgoneta (eso también se lo esconde a su ex) con la que ronda por Barcelona para evitar que la policía le pille. Toma cervezas con sus colegas en el bar viendo el fútbol y ayuda a un amigo a sacarse un dinerillo extra transportando a turistas de forma clandestina en la furgo. Todo el mundo le dice lo que tiene que hacer: ¡Búscate pareja! ¡Encuentra un empleo! ¡Busca una casa! ¡Educa a tu hija!

Esa es la vida de Oso.
Deprimente.
El cómic, en cambio, es una maravilla.

Enmarcado dentro de lo que es el cómic de denuncia social, La furgo es un repaso a la situación politico social de la Ciudad Condal a través de la experiencia vital de su protagonista. Marcado por una infancia en la que nunca recibió los elogios de su padre, Oso llega al pico de los cuarenta cayendo en bajada libre la montaña que hasta ese momento había podido subir a duras penas cuesta arriba. Desahucios, marginalidad, gentrificación, pobreza, explotación turística. Con la excusa de las desventuras de Oso, Ramón Pardina dibuja un panorama por los sinsabores que caen como una lluvia fina sobre Barcelona, a la que retrata como una ciudad de espaldas a sus ciudadanos, escondiendo con las porras policiales lo que no quiere que vean sus turistas.

No obstante, también es un cómic sobre las relaciones humanas donde la imaginación juega un papel muy importante y que viene de la mano de la hija de Oso, su único consuelo de verdad. La vecina con sus quejas, el hermano recordándole su pasado o la novia fabricando esperanzas son personajes que irán apareciendo a lo largo de este cómic de más de 170 páginas, hasta terminar no exactamente como habíamos imaginado… ¿O sí?

Por último, es destacable la maestría con la que Martín Tognolo ilustra la narración con cada viñeta, un dibujo para nada limpio, con líneas gruesas y marcadas, que sin embargo es capaz de visualizarnos los momentos más dulces. Espectaculares perspectivas nos transportan directamente dentro del claustrofóbico ambiente de la furgoneta en el que vive Oso, un hombre corpulento como su apodo indica.

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