"Tiempo de silencio": extraordinaria versión teatral suizoaustriaca en castellano

Por Horacio Otheguy Riveira

En la miseria de labores de investigación científica sin medios, un hombre se lanza con brío juvenil e ingenua bondad en busca de las posibilidades de consolidar su necesidad de salvar a la humanidad resolviendo escollos para la curación del cáncer. Su mirada limpia, sus generosas actitudes y su apuesto cuerpo, muy apetecible para las mujeres con las que se encuentra, le llevarán a conocer una miseria moral y social que le convertirá en víctima de circunstancias demoledoras.

“Tiempo de silencio”, escrita por un español en forma de novela, ahora adaptada, traducida y dirigida por creadores de Centroeuropa, llega al Teatro de La Abadía en un espectáculo sobrecogedor con excelentes intérpretes españoles.


 

La novela de Luis Martín Santos de 1962 es adaptada al teatro por el austriaco Eberhard Petschinka con tal capacidad de síntesis dramática que enriquece en mucho el original, respetándolo en lo esencial. Este texto lo pone en escena un suizo con firme trayectoria en su país, y que con esta obra debuta en Madrid. Se llama Rafael Sánchez, de familia asturiana. Germano parlante, se expresa con un castellano necesitado de intérprete. Petschinka y Sánchez son responsables de un espectáculo de extraordinario vigor puesto en pie con un reparto fabuloso, en el que también hay que destacar la valiosa traducción del texto, escrito en alemán, por parte del también dramaturgo holandés Ronald Brouwer, sin cuyo refinado dominio de ambas lenguas no podría disfrutarse del caudal lingüístico que se nos ofrece en escena.

Así, Tiempo de silencio, una novela que impactó en su época, se convierte en un testimonio del Madrid de posguerra que trasciende los tiempos para confabularse en la trágica peripecia actual de un antihéroe, un joven médico que lucha por investigar las posibilidades curativas del cáncer en un mundo hostil, y con un Estado que le ignora o abomina, en medio de una pobreza económica y social que aún permanece.

Teatro del bueno, del grande, con actores de ambos sexos de amplia experiencia, y entre ellos un joven sobresaliente: Sergio Adillo, que asume a Pedro, el médico protagonista, en un crescendo dramático alucinado. Su evolución desde la inocencia inicial hasta el desgarrador final adquiere una trascendencia impresionante. Claro está, muy bien arropado por compañeros que se desdoblan constantemente con una versatilidad que ya les conocíamos, pero que aquí se desenvuelven con inéditos matices, en un contexto de notable ritmo que podría haber sido frenético pero que sin embargo logra su tono justo, preciso; nunca desconciertan sus cambios de tono, pues siempre encuentran el hueco, la caricia, el golpe… adecuados al entorno, meciéndose en un asombroso lenguaje verbal y físico, se conozca o no la novela, se tengan o no conocimientos previos.

Lidia Otón y Lola Casamayor. Detrás, Carmen Valverde y Sergio Adillo en una secuencia que ejemplifica la impactante puesta en escena, donde con la creatividad de los actores se sitúan en numerosos ambientes. Aquí un tiro al blanco de un parque de atracciones.

 

José Luis Gómez —director artístico de La Abadía—, con una formación inicial en plena juventud en el teatro alemán, sigue manteniendo con el idioma y la cultura germanos un romance que exhibe con sensible emoción. Gusto da cuando en medio de una conversación va y viene con sus palabras en busca de la versión autóctona, aderezando los detalles de su memoria con anécdotas del pasado felizmente unidas con el presente. En este viaje en el tiempo se cruzó con el director suizo alemán Rafael Sánchez y le sugirió Tiempo de silencio, una obra publicada en 1962 y traducida a la lengua de Goethe como Silencio en Madrid, vivamente conectada a las miserias de la posguerra franquista. También traducida al francés, entre otros idiomas, es precisamente en la “nueva literatura francesa” de aquellos años donde encuentra mayor cobijo esta antinovela que descompone página a página el realista andamiaje de su protagonista, un joven bienintencionado atrapado por la sordidez de un estado social que le va carcomiendo.

Nathalie Sarraute, Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet, Michel Butor y Claude Simon fueron los adalides de aquel movimiento que se introdujeron en la conducta de sus personajes a través de una escritura abierta, aparentemente desordenada, manipulando imágenes y conceptos nuevos, descomponiendo los paradigmas psicológicos, y en todo caso rompiendo las férreas estructuras de la narrativa consolidadas con los geniales escritores galos del siglo XIX (Victor Hugo, Emile Zola, Honoré de Balzac, Guy de Mauppasant…, cuyos mayores exponentes españoles fueron Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas…). A diferencia de los autores coetáneos franceses de Martín Santos éste no pudo desarrollar su talento, ya que murió en un accidente automovilístico a la edad de 39 años cuando estaba escribiendo la segunda parte, Tiempo de destrucción. Hoy su primera novela es más un testimonio de lo que pudo haber sido, pues sin aquel contexto en que surgió sus novedades resultan ensombrecidas por la evolución novelística mundial, y la carga social y emocional de sus personajes se queda en un quiero y no puedo de escaso desarrollo testimonial.

Este Tiempo de silencio desarrollado en un amplio espacio de evidente rigor teatral a cargo de las capacidades actorales, sin objetos ni decorados de tipo realista, consigue forjar una historia que crece con mayor fuerza que la novela, despeja la verborrea de sus páginas y va al corazón del asunto, dando brillo a los mejores momentos literarios cuando los intérpretes abandonan a sus personajes y se convierten en narradores. Aportan una narración preciosa, interesante siempre, en un lenguaje castellano también sorprendente. Y cuando los actores regresan a sus personajes lo hacen inmersos en situaciones de exquisita precisión, volcados de lleno en una tensión que nunca se desdibuja, y que por el contrario nos invita a sentir una experiencia emocional teatral y literariamente muy profundas. Desde luego, la feliz sincronización de todo el conjunto cuenta con profesionales admirables en la iluminación de Carlos Marquerie y escenografía y vestuario de Ikerne Giménez.

Al tratarse de un elenco tan bien conjugado, de recursos tan bien expuestos, lo mejor es invitar a disfrutar de su trabajo colectivo con momentos individuales muy bien logrados, sin destacar ninguno, aparte del joven protagonista; sí me parece justo recordar al menos dos de los trabajos de cada uno, un juego ligero de memoria como signo de admiración continuada: Lola Casamayor (Doña Perfecta, Edith Piaf, taxidermia de un gorrión…), Fernando Soto (como actor: Yo soy Don Quijote de la Mancha…; como director: Edith Piaf, taxidermia... y La casa del lago), Roberto Mori (Vida de Galileo, Transitus...), Julio Cortázar (La paz perpetua, A secreto agravio, secreta venganza…), Carmen Valverde (La necesidad del náufrago; Dos nuevos entremeses nunca antes representados…), Lidia Otón (El castigo sin venganza, La nieta del dictador), y Sergio Adillo, a quien veo por primera vez, del que aquí dejo su currículum, avalado por Javier Vallejo: Sergio Adillo dará que hablar tarde o temprano.

 

Don Pedro: (…) ¿Por qué no estoy más desesperado?
¿Por qué me estoy dejando capar?
¿Por qué ni siquiera grito mientras me capan?

Cuando castraban los turcos
a sus esclavos
en las playas de Anatolia
para fabricar eunucos de serrallo,
se les dejaba enterrados en la arena de la playa
y a muchas millas de distancia
los navegantes en alta mar
podían oír
ininterrumpidamente,
tanto de día como de noche, 
sus gritos de dolor o más bien quizá
gritos de protesta o despedida de su virilidad.
Pero ahora…
¿Acaso oyes algún grito?
Estamos en el tiempo de la anestesia,
en un tiempo
en que las cosas hacen poco ruido.
Vivimos en un tiempo de silencio.
Es cómodo ser eunuco, es tranquilo
estar desprovisto de testículos.
Es agradable, a pesar de estar castrado,
tomar el aire y el sol
mientras uno se amojama en silencio.
 

De izquierda a derecha: Lola Casamayor, Rafael Sánchez, Lidia Otón, Julio Cortázar, Fernando Soto, Roberto Mori, Carmen Valverde, Sergio Adillo. Jóvenes y veteranos abocados a una recreación teatral muy generosa, que navega por estilos diversos en un lenguaje escénico de impecable factura.

 
Lecturas recomendadas:
Tiempo de silencio, novela, editorial Austral
Vidas y muertes de Luis Martín Santos, de José Lázaro (XXI Premio Comillas de Historia, 2009), Tusquets.  
 

TIEMPO DE SILENCIO

Novela de Luis Martín Santos (Marruecos, 1924-España, 1964)
Versión Eberhard Petschinka
Traducción Ronald Brouwer
Dirección Rafael Sánchez
Intérpretes con algunos cambios en el reparto original: Sergio Adillo, Marina Andina (en lugar de Lola Casamayor), Julio Cortázar, Lino Ferreira (en lugar de Fernando Soto), Roberto Mori, Lidia Otón, Carmen Valverde
Ayudante de dirección  Andrea Delicado
Escenografía y vestuario Ikerne Giménez (AAPEE)
Ayudante de escenografía y vestuario Vanessa Actif
Iluminación   Carlos Marquerie

Espacio sonoro   Nilo Gallego 
Con la colaboración de los músicos Pelayo Arrizabalaga, Julián Mayorga y Luz Prado

Fotos Sergio Parra
Teatro de La Abadía. Desde el 26 de abril al 3 de junio 2018
Teatro de La Abadía. Desde el 28 de febrero al 17 de marzo 2019 
 

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