Los peores poemas de Carlos Edmundo de Ory

GASPAR JOVER POLO.

Los peores poemas de Carlos Edmundo de Ory son aquellos en los que se maltrata a sí mismo y a su entorno, hasta el punto de no encontrar algo digno de aprecio o de interés. “¡Vedme tan sólo por el ojo de la cerradura! / Y que ninguna mujer se asome”, dice en uno de sus poemas más áridos y monotemáticos. Estos peores poemas de Ory resultan pobres porque sólo utiliza una línea de argumentación, la de la crítica más negativa, y sólo un sentimiento, el del dolor, que se impone y dura a lo largo de todo el poema. De forma que algunos de sus textos resultan en cierto modo desesperantes, apenas aparecen los matices y, por supuesto, tampoco la paradoja o la antítesis, artificios que tanto enriquecen el producto literario; por lo que no cabe en ellos más que una interpretación. Quizás su dolor es más importante que el propio poema, lo abarca todo y no deja suficiente espacio para la literatura. En los peores poemas de Ory, las metáforas le salen tan disparatadas como en sus mejores textos, pero el disparate no alcanza la genialidad. Aunque la genialidad necesita el disparate contra la lógica, con respecto a la lógica más corriente al menos, no todo disparate ni todo lo que parece absurdo alcanzan la misma categoría literaria. Podemos descubrir siempre en Ory el constante trabajo por alcanzar la ruptura, por dar con la expresión menos usada, pero su esfuerzo resulta en algunos casos poco más que un esfuerzo valiente.

Esta advertencia sirve para concienciar al lector juvenil y al público en general de que no desespere si por casualidad tropieza con uno o varios de esos poemas menos afortunados. Pero acabo de caer en la cuenta de que no estamos hablando de un autor conocido por el público, por lo que quizás tendría que haber empezado hablando de sus mejores textos, de los más numerosos y de los que mejor lo caracterizan. Habríamos tenido que comenzar por lo de que Ory es uno de los mejores poetas de la corriente experimental que ha dado la segunda mitad del siglo XX, o puede que el XX en general. Es el poeta en quien los ideales del vanguardismo literario español se han hecho realidad con más consistencia y en una obra más dilatada. Teníamos que haber empezado diciendo que sus poemas se elevan sobre la media cuando combina varios ingredientes: el dolor y la tristeza con el juego, las formas clásicas con la ruptura genial y a veces violenta, la desesperación con la rebeldía. Y sobre todo con el amor, el amor con el erotismo más encarnizado y salvaje. Sus poemas más complejos y mejores, más densos y entretenidos son los que te ofrecen todo eso al mismo tiempo. Al principio sólo te golpean, te desconciertan o te sacan de quicio, de la cómoda posición a la que el lector pasivo se acostumbra. Sus mejores textos son los que presentan la necesaria implicación de los más diversos componentes, el difícil punto justo entre experimentación y emotividad.

Hay que reconocer que, en los casos en que Ory da rienda suelta por encima de todo a su dolor, el poema puede parecer exagerado y que su originalidad se sale a menudo de madre, con una  notable falta de sentido racional e irracional. Y sin embargo, incluso estos perores poemas contienen también momentos de plenitud, alguno de esos aciertos que distinguen al artista de genio del escritor que solamente es metódico y disciplinado. Por allí, en esos fallidos poemas, destacan de forma aislada versos tan sorprendentes como “mi esposa llena de cucharas limpias”; o “ [mis muñecas] No son hierros que sostienen/ una vida demasiado superfina”; hallazgos más extensos como “Qué muchacha misteriosa odiosa abre/ su armario de luna y saca sus pechos de verdad/ y de mentira y me entrega uno y a ti otro”; e incluso alguna estrofa completa que escapa de la monotonía por su profundo dramatismo:

En esta noche de oro en este invierno

En esta noche dura y fría pongo

mis manos de diamante y mis piernas

en la almohada y en la colcha

llamo llamo

No al sueño ni a la eterna oscuridad

Sino a la puerta en que mi madre muere

Los peores poemas de Ory proporcionan ejemplos que pueden darnos idea aproximada de la calidad de este poeta, y, a través de los cuales, podemos deducir lo que pueden dar de sí sus poemas más llamativos. Son poemas en los que tantea en busca de la eficacia superior, la que sí alcanza en títulos como “La casa muerta”, “Denise”, “El niño psíquico”, “Sonido del miedo” y otros muchos ejemplos sobresalientes. No debemos, por tanto, desanimarnos si al principio topamos con alguno de los peores poemas de Ory; pues, en ediciones tan completas como la de Cátedra (Madrid, 1990), encontraremos también varios textos que nos conmoverán por su bellísima alucinación.

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