«Familia Camino», tragicomedia escrita, protagonizada y dirigida por César Camino

Por Horacio Otheguy Riveira

César Camino apuesta con singular audacia por una comedia negra con rasgos autobiográficos presentes en el propio título que lleva su apellido: Familia Camino. Con elementos de una comedia popular un tanto antigua, bien provista de rasgos de clásicos sainetes, la propuesta se abre por senderos de duro humor negro con ramalazos escatológicos, revestidos de una extraña ternura. Con estos elementos, a priori difíciles de aunar, deambula por una cuerda muy delicada de temas de gran actualidad: joven pareja en crisis, dificultades económicas para mantener un negocio, una madre de familia con la enfermedad de Parkinson —eso sí, en versión muy dulce—, una cuidadora chispeante como las antiguas servidoras, pero con un punto de macarrismo incomparable… y un padre cabroncete, amargo, simpático a pesar de sí mismo… Tras esta descripción digamos ambiental se desarrolla una serie de encuentros y desencuentros de los personajes, que incluye a uno de ellos ausente, en otro país, pero muy presente: “es el otro hijo, uno mejor”.

El mayor logro radica en el bien aplicado despliegue humorístico entre asuntos tan duros, con el fervor vitalista de un modo de encarar las peores cosas que puedan sucedernos. En todo el enfoque escénico está muy presente el arte actoral del autor-director-hijo vapuleado de esta familia. En efecto, el estilo de César Camino en numerosas funciones (de una comedia francesa como Una semana… nada más, un clásico del siglo de oro como El vergonzoso en palacio, y ahora mismo en la reposición de Sueños de un seductor) le permite una gran versatilidad, dueño de una expresión corporal muy flexible, todo el cuerpo acompaña adecuadamente su histrionismo facial, y a la vez cuenta con suficiente disciplina como pararlo y no acelerar cual polichinela sobreactuado. Muy cómico o muy serio, reúne recursos que están perfectamente plasmados en esta Familia Camino que, entre la tragedia y la comicidad encuentra sitio para dos sorpresas de última hora: una secuencia poética entre los protagonistas mayores acompañados por la voz quebrada, siempre envolvente, de Luz Casal, interpretando uno de sus temas más emotivos, Te sigo soñando (Depedro y Luz Casal):

Si alguna vez hui de mi vida contigo
Perdóname cariño, estaba distraída
No veía color
Que en esta marea
Había mucho calor en la frontera
Me sigues gustando
Y sigo soñando
Es esta la forma que tengo cariño de demostrarlo
Me sigues gustando
Te sigo soñando
Es esta la forma que tengo cariño de demostrarlo
Y poco después de ese cuadro, ciertamente insólito en el traqueteo del espectáculo, un golpe de efecto final, quizás excesivo en cuanto da vuelta, repentinamente, todo lo representado ante los ojos de los espectadores, pero muy interesante, pues produce un giro reconfortante, algo así como si tras los golpes bajos interiores-exteriores de la existencia de un grupo de familia de clase media típicamente española, se escondiera el mullido animal de la felicidad para visitarles cuando menos se lo esperan. Un final que no puedo adelantar para no romper el hechizo de la obra, pero sí puedo comentar que su significado último recuerda al poeta portugués Fernando Pessoa, en una de sus frases más señaladas: «Para ser feliz es preciso no saberlo».
El formidable cuarteto de intérpretes: Eloy Arenas (en la frontera del melodrama y un desgarrado realismo), Tina Sainz (humor y ternura, incluso con Parkinson, entre notables sutilezas). Carmen Flores Sandoval, recreación divertida de una cuidadora de ancianos muy suya, y las diversas emociones de César Camino, también autor y director de un función abiertamente confesional. (Fotos de la producción).

Una escena de la representación. (Foto, gentileza de Antonio Castro).

 

FAMILIA CAMINO

dramaturgia y dirección César Camino

escenografía Marta Guedan
iluminación Carlos Alzueta
vestuario Mario Pinilla

productor Gabriel Olivares

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