Pirenaica

Pirenaica

Catorce crónicas de la cordillera

Ander Izagirre

Editorial: GeoPlaneta
288 páginas
Apasionante crónica de una ruta en bicicleta por los Pirineos de costa a costa narrada con humor, inteligencia y emoción.
Montañas medio mágicas y hombres medio osos, un pueblo de pescadores chiflados y un Tour sin un solo cuerdo, una aldea cubista y un viento surrealista, osos eslovenos y peregrinos coreanos, una guerra que empezó por una señal de Stop y otra que acabó por tres vacas, monstruos tímidos y camareros gruñones, un país enano entre montañas gigantes, emperadores enamorados y condesas pelirrojas, héroes de mentira y esclavos de verdad. Y un zorro.
Ander Izagirre (San Sebastián, 1976) quiso ser ciclista y se quedó en escritor. Ha publicado reportajes sobre los porteadores de las montañas de Karakórum, los supervivientes de Chernóbil o el campesino que ordeñó las nubes en la isla de El Hierro, y recibió el Premio Europeo de Prensa del 2015 por un reportaje sobre crímenes militares en Colombia. También es autor de libros viajeros como Cansasuelos, libros ciclistas como Plomo en los bolsillos y libros de crónica como Potosí, por el que recibió el Premio Euskadi de Literatura del 2017. En Twitter: @anderiza
Son las mejores carreteras para andar en bici: solitarias, serpenteantes,
asomadas al mar, sumergidas en bosques, montaña arriba,
montaña abajo, construidas por esclavos.
De hecho, son las mejores carreteras de mi tierra para andar
en bici precisamente porque las construyeron esclavos.
Jaizkibel, Erlaitz, Arkale, Aritxulegi, Agina, Artesiaga.
Las construyeron entre 1939 y 1945. Las construyeron en Guipúzcoa
y Navarra, cerca de la frontera con Francia, porque las
autoridades franquistas temían invasiones. Las construyeron para
que sus tropas pasaran de un valle a otro, para subir a las fortificaciones
de las montañas, para comunicar puestos remotos. Son
carreteras con lógica militar —con una lógica militar antigua—,
sin ninguna lógica civil. Y por eso son tan buenas para andar en
bici, porque dan rodeos, porque suben y bajan, porque son tan
enrevesadas que a casi nadie se le ocurre ir en coche por ellas.
¿Quién va a recorrer estas carreteras comarcales, estrechas y
reviradas, por un trayecto más largo que el de las carreteras nacionales?
Pues nosotros, los ciclistas, los amantes de las carreteras
inútiles.
Los amantes felices, ignorantes, de las carreteras inútiles.
—A mí me empujaron con un fusil y me dijeron tira p’alante. Ese
fue todo el contrato que me hicieron —dice Luis Ortiz Alfau, bilbaíno
de 101 años, republicano, perdedor de la guerra, uno de los
quince mil esclavos que construyeron estas carreteras.

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