12 (0000) años de esclavitud

Por Juan Luis Marín. Da igual que creciéramos con las desgracias de Kunta Kinte en Raíces. Los cristianos de Ben – Hur. O los judíos de Wishenthal. Da igual lo que sufrió Espartaco. Los indios de La selva esmeralda. O que La lista de Schindler no tuviese más de 1200 nombres. No importa haber sido testigo de cómo Arde Misisipi. Seguir El sendero de la traición. O haber descubierto La zona gris

Porque la esclavitud nos ha acompañado toda la vida. Y no solo en la literatura, el cine, la televisión o la historia… sino en el día a día. Y lo seguirá haciendo (porque no aprendemos) hasta que el hombre deje de ser hombre. O seamos víctimas de ella.

Hace un par de semanas compré un libro que describe las torturas de las SS. Después vi 12 años de esclavitud. Y solo entonces, después de todo lo visto, leído y aprendido con el paso de los años, encontré una respuesta a la pregunta que SIEMPRE me había hecho: «¿por qué no se defendieron?» Eran mil veces más que ellos. Y SIEMPRE pensaba lo mismo: «por cobardía».

Porque nunca fui más allá del dolor físico. Cuando el paso previo era la completa y absoluta anulación del ser humano. De su voluntad. Para convertirlo en un animal que, como un perro, es incapaz de rebelarse contra su «amo» por mucho que lo maltrate. Un tipo de violencia que va mucho más allá de las inhumanas prácticas que leí en ese libro de las SS y que me confirmaron que el ser humano tiene, efectivamente, una imaginación desbordante. Tanta como falta de escrúpulos. Porque no imagino a otro animal capaz de encerrar a alguien de su especie en un barril de agua en algún lugar de Siberia… y abrirlo a la mañana siguiente para disfrutar con la inevitable, y «material», congelación de un ser vivo.

Para eso usamos nuestra supuesta inteligencia. Para odiar a quienes creemos diferentes a nosotros y convertirlos en nuestros perros. Atándolos con correas de terror y sumisión.

La vida de Solomon en 12 años de esclavitud no es la primera… ni será la última. Y no importa si eres negro, amarillo, café con leche… O blanco. Tienes las mismas papeletas para que algún día te ocurra algo parecido.

Como tu vecino.

Como yo.

Como cualquiera.

Algunas personas a quienes he recomendado la película me han dicho que prefieren no verla. Porque no quieren sufrir.

Y lo entiendo.

Si pagas una entrada hay que echarle un par de huevos para salirte del cine si no te gusta lo que estás viendo. Que no está la cosa para tirar el dinero…

Todo lo contrario que en la vida. Que es gratis. Y no pasa nada si miras a otro lado para no ver cómo a otros se les va la vida…

Intentando vivirla.

Como haces tú.

Como hago yo.

Como hacemos TODOS.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *