"Fahrenheit 451" contra "La guerra de las galaxias"

 
Por Gaspar Jover Polo.
Las películas de ciencia ficción más interesantes son las que nos plantean una visión del futuro, en parte o del todo, distinta a la vida que nosotros, hombres del siglo XXI, tenemos o podemos imaginar. Por el mismo motivo, las películas de este género que no llaman tanto la atención son las que, aunque estén adornadas con todo el aparato tecnológico que suele caracterizar al género, nos ofrecen una forma de vida futura y un pensamiento iguales o muy similares a los que disfrutamos en el presente.
No hace falta, por otro lado, un gran despliegue de medios técnicos, de efectos especiales, para dar impresión de futuro, que es lo menos que se puede esperar de una película de ciencia ficción. Una película como Fahrenheit 451, por poner un ejemplo, apenas incluye en todo su metraje tres o cuatro novedades tecnológicas -un tren que circula por raíles elevados sobre el nivel del suelo, una televisión que es a la vez emisor y receptor y unos policías volando gracias a una especie de mochila autopropulsada-, y sin embargo, nos sorprende con unas descripciones psicológicas y unas relaciones interpersonales llenas de elementos originales, acercando el futuro o dando pistas de lo que puede venir a partir del desarrollo de algunos síntomas ya presentes en nuestra sociedad. Con tan poco arsenal de innovaciones tecnológicas, nos mete de lleno en otro tiempo porque lo que estamos viendo responde a una concepción del hombre y de la vida social realmente novedosa. Los efectos especiales y el alto presupuesto tecnológico son útiles pero no imprescindibles en este género cinematográfico. Es más, suele suceder que, en los proyectos en los que se carece de suficiente presupuesto, se agudiza más la creatividad.
La ciencia ficción en cine y en literatura es siempre una puerta abierta a la libertad creativa. Nadie puede asegurar lo que va a ocurrir dentro de cincuenta, cien años, y por eso mismo, el creador de este tipo de obras tiene las manos más libres que otros autores; dispone de la posibilidad de dar vida artística a temas y acontecimientos que difícilmente se admitirían en una obra ambientada en el tiempo presente o en el tiempo pasado. Una libertad con límites, pues el autor no puede elucubrar completamente a su aire, ni desarrollar argumentos descabellados; pues este género debe tener en cuenta a la ciencia aunque sea de forma puramente especulativa. El director y su equipo de ayudantes asesores deben conocer los últimos descubrimientos acerca del tema que piensa abordar, y a partir de esa base, suponer e imaginar que nos puede deparar el porvenir. Puesto que el género lo permite, el autor debe aportar su imaginación para ofrecernos algo auténticamente novedoso, pero algo que, al mismo tiempo, resulte verosímil desde el punto de vista físico, filosófico y sociológico. Lo que sí deben hacer las películas que mejor se adecuan a este género es especular sobre qué sucederá en el futuro, teniendo en cuenta las líneas de investigación sociológicas y físicas que, en el presente, se están desarrollando. Esa es la gran dificultad y el gran mérito de las mejores obras de ciencia ficción; la libertad del creador es, en este género, mayor que en otros campos de la narrativa pero no es absoluta.
Ya que, al principio, he puesto un ejemplo del cine que me interesa, voy a redondear la argumentación con un ejemplo de las películas de ciencia ficción que no me producen particular interés, de un cine que entretiene a la mayoría pero que carece de originalidad y hondura de pensamiento. Hablaremos de La guerra de las galaxias y más concretamente de las películas de su primer ciclo. En los tres capítulos más antiguos, como en otras muchas películas de este género y de gran éxito en las salas, nos encontramos con esquemas de comportamiento muy similares a los del cine de aventuras tradicional, con un malo y un bueno en una lucha encarnizada, y con el triunfo del héroe como desenlace. En el caso de La guerra de las galaxias, el malo es un nefasto emperador galáctico, y los buenos forman parte de una sublevación contra el tiránico poder del emperador. Además, entre los protagonistas buenos, nada nuevo se puede destacar, sino más bien lo contrario. El grupo de los rebeldes está compuesto por una princesa, por una especie de vaquero y por un joven sacerdote o mago que reúne en sí la fuerza y el saber. Son personajes más bien simples, convencionales, no demasiado futuristas. Los malos son únicamente malos, y los buenos son, además, muy valientes. Y además, en los momentos de las peleas y de las batallas, los dos bandos contrincantes siguen utilizando disparos y cañonazos, con la única innovación de sustituir las balas por rayos de colorines y otros artificios de luz, más propios de una pirotecnia avanzada que de una auténtica revolución en el arte de matar. Por ninguna parte, a pesar de los cientos de años que nos separan del supuesto conflicto armado, asoma una auténtica novedad, ni en el comportamiento de los personajes ni en la trama, que sigue el esquema del cuento apegado a la tradición. Se trata de la peripecia de siempre recubierta por las galas de la más poderosa ingeniería audiovisual. La realidad social y filosófica es fundamentalmente la misma y el conflicto básico en el género de aventuras permanece inalterado.
Este tipo de cine de ciencia ficción me interesa mucho menos porque se supone que, en un futuro lejano, los comportamientos y modos de ser serán en gran parte distintos, también las guerras, y como no es así, la película no responde a lo que se espera del género, o no utiliza todas las posibilidades que este género ofrece a la creatividad. Para toparnos con unos comportamientos y conflictos tan habituales en la ficción de hoy en día, que hoy en día ya se pueden clasificar de tópicos, no hace falta desplazarse a muchos años luz en el espacio, ni a tantos cientos de años cronológicos en busca de un supuesto porvenir.

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