Las frases más tristes de la literatura universal

Podría enunciar las experiencias más tristes de mi existencia. Diría la amé, se fue, lloré. Y aún así no los conmoveré como lo harán estos grandes escritores. En lugar de mal escribir un remedo de quebranto citaré un fragmento del cuento ‘Tan triste como ella’ de Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo de amplio corazón. Después dejaré que el oleaje oscuro inunde sus corazones con las 25 frases más tristes de la literatura.
«Querida tan triste:
Comprendo, a pesar de ligaduras indecibles e innumerables, que llegó el momento de agradecernos la intimidad de los últimos meses y decirnos adiós. Todas las ventajas serán tuyas. Creo que nunca nos entendimos de veras; acepto mi culpa, la responsabilidad y el fracaso. Intento excusarme –sólo para nosotros, claro– invocando la dificultad que impone navegar entre dos aguas durante X páginas. Acepto también, como merecidos, los momentos dichosos. En todo caso, perdón. Nunca miré de frente tu cara, nunca te mostré la mía».
frases tristes 1

«Había contraído contigo compromisos imprudentes y la vida se encargó de protestar: te pido perdón, lo más humildemente posible, no por dejarte, sino por haberme quedado tanto tiempo».
Marguerite Yourcenar, «Alexis o el tratado del inútil combate» (1929).
«El amor siempre ocurre después, en retrospectiva. El amor es siempre una reflexión».
Cristina Rivera Garza, «Lo anterior» (2012).
«Nada extraordinario llega a la vida de los mortales separado de la desgracia».
Sófocles, «Antígona» (443 a. C.).
«La mano de la enamorada del viento acaricia la cara del ausente. La alucinada con su ‘maleta de piel de pájaro’ huye de sí misma con un cuchillo en la memoria. La que fue devorada por el espejo entra en un cofre de cenizas y apacigua a las bestias del olvido».
Alejandra Pizarnik, «Árbol de Diana» (1962).
«Ella era el tipo de novia que Dios te da de joven; así sabes qué es la pérdida el resto de tu vida».
Junot Díaz, «Así es como la pierdes» (2012)
«Si perecieran todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si, en cambio, todo lo demás permaneciere y él fuera aniquilado, el mundo se me volvería totalmente extraña y no me parecería formar parte de él».
Emily Brontë, «Cumbres Borrascosas» (1847).
«Como suele suceder, tardaron un tiempo en acordarse de que, cuando alguien muere, a los demás les corresponden vivir también por ellos –y no hay nada más que resulte adecuado».
Virgina Woolf, «Las olas» (1931).
«No es amor el amor que se transforma con el cambio o se aleja con la distancia. ¡Oh, no! Es un faro siempre firme que desafía las tempestades sin estremecerse».
William Shakespeare, «Soneto 116».
«Vivían la lenta  e invisible compenetración de sus respectivos universos, eran como dos astros que gravitasen alrededor del mismo eje en órbitas cada vez más próximas y cuyo destino era colisionar en algún punto del espacio y el tiempo».
Paolo Giordano, «La soledad de los números primos» (2008).
«La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza».
George Orwell, «1984» (1949).
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«Algún día te morirás por besarme».
Markus Zusak, «La ladrona de los libros» (2005).
«Escribo, triste, en mi cuarto quieto, solo, como siempre he sido, solo como siempre seré».
Fernando Pessoa, «Libro del desasosiego» (1984).
«Lo odio por hacerme sentir así. Por darme esperanzas y luego tirar todo por la borda».
Jojo Moyes, «Yo antes de ti» (2016).
«Tiene frío porque está sola: ningún contacto enciende el fuego que late en su interior. Está enferma, porque aparta lejos de usted el mejor de los sentimientos, el más dulce y elevado. Y es tonta, porque, sufriendo como sufre, no deja que se le acerque, ni da un paso para acercarse al lugar donde éste la espera».
Charlotte Bronte, «Jane Eyre» (1847).
«Yo era demasiado joven para saber amarla».
Antoine Saint-Exupery, «El principito» (1943).

«No soy ni lo suficientemente rico para amarla como quisiera ni lo suficientemente pobre para amarla como usted quiere».
Alexandre Dumas, «La dama de las camelias» (1848).
«Sólo estamos la cocina y yo. Pero creo que es mejor que pensar que en este mundo estoy yo sola».
Banana Yoshimoto, «Kitchen» (1988).
«Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso».
Pablo Neruda, «Veinte poemas de amor y una canción desesperada» (1924).
«El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno».
Gabriel García Márquez, «El amor en los tiempos del cólera» (1985).
«No he sido yo quien ha roto tu corazón, te lo has rota ti misma y al hacerlo has destrozado de paso el mío».
Emily Brontë, «Cumbres Borrascosas» (1847).
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«¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en mi vida! ¡Porque miento y firmo mentiras con mi nombre! ¡Porque no valgo la tierra en los pies de quienes cuelgan ahorcados! ¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Os he dado mi alma; dejadme mi nombre!».
Arthur Miller, «Las brujas de Salem» (1953).
«No quería flores, sólo quería yacer con las palmas vueltas hacia arriba y hallarme totalmente vacía».
Sylvia Plath, «Ariel» (1965).
«¿Qué es eso? ¿Una copa en su mano? Algún veneno ha acabado con él. Oh, avaro. ¿no has dejado ni una sola gota para mí? Pues te besaré: en tus labios quizá quede veneno que, como un bálsamo, me haga morir».
William Shakespeare, «Romeo y Julieta» (1597).
«A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no me decías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos de volvernos ya de citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche».
José Carlos Becerra, «El otoño recorre las islas» (1973).

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