Los peces de la amargura de Fernando Aramburu

Los peces de la amargura
Fernando Aramburu
Tusquets
Cuentos

Por Juliano Ortiz
Como el muñeco de un ventrílocuo terrible, el terrorismo vasco ha sembrado su acción mediante, casi tanto, el temor de su presencia en las sombras. Y, por supuesto, las consecuencias de ese accionar, quedó y queda todavía latente en los cientos de miles de personas anónimas que vivieron esos años.
Aramburu se sirve de esas personas anónimas para reflejar la intimidad del daño, la sencillez de la barbarie, la lenta pero permanente herida que no cierra y se amontona como polvo en los rincones del alma humana. En cada cuento hay tristeza, infinita congoja, adherida a la piel sin esa mano que pueda sacarla y tirarla a la basura. En las palabras simples de cada personaje está impregnada la amargura, con diferentes formas, con variadas voces (merece destacarse la calidad narrativa del autor utilizando un costumbrismo lingüístico de real excelencia en cada historia), desde el niño que ve morir a su padre de un balazo en la cabeza, pasando por el adolescente que cuando tuvo lugar el atentado estaba en el vientre materno y se salvó, o el guardia civil asesinado por no querer dejar su ciudad y que su viuda recuerda, o el ciudadano de a pie envuelto en el momento menos indicado, hasta esas madres que recorren España para ir a ver a sus hijos presos, o ese preso etarra que se da cuenta de la estupidez de lo hecho y la miseria de encontrarse en la cárcel.
La violencia social está tatuada en cada relato, así, como hemos dicho desde el punto de las víctimas, como tanto de las otras “víctimas” de su accionar, o sea los ligados al terrorismo que, deambulan como almas en pena luego de la brutalidad. Aramburu, busca deshacerse de los mensajes positivos, motivadores, alentadores. Narra para que duela. Narra con las manos llenas de sangre. Pero, y acá quizás sea otro de sus mayores méritos, lo hace sin bajezas, sin golpes bajos, sin el recurso banal de la muerte por la muerte misma, de la desgracia usada como pretexto del relato. Solo un gran escritor como Aramburu puede hacerlo.
Cada historia parece sacada de un libro de memorias de cada personaje, del diario secreto escondido bajo siete llaves, pero que en definitiva quiere, desea mostrarse. Por eso es que estos cuentos tiene un valor intrínseco, y ese no es otro que las futuras generaciones puedan conocer con precisión cómo se vivía en esa sociedad determinada por la violencia. En lo minúsculo, en lo escrito en letra chiquita, lejos de las enciclopedias y de las hemerotecas, y que sin embargo guarda la naturaleza verdadera de una época.
Pudo haber caído de bruces contra el asfalto del tremendismo y haberse regodeado en la fácil simpleza de lo salvaje y sangriento, con armas efectistas y procaces, pero no, el autor no da moralejas, ni se sube a un taburete pata proclamar una posición política. Sin duda, supera esos escollos y su resultado es un libro maduro, de gran vuelo literario.
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), considerado ya como uno de los narradores más destacados en lengua española, es autor de las novelas Fuegos con limón (1996), Los ojos vacíos (2000, Premio Euskadi), que junto con Bami sin sombra (2005) y La gran Marivián (2013) conforman la «Trilogía de Antíbula», El trompetista del Utopía (2003), Viaje con Clara por Alemania (2010), Años lentos (2012, VII Premio Tusquets Editores de Novela y Premio de los Libreros de Madrid) y Ávidas pretensiones (Premio Biblioteca Breve 2014). Como cuentista ha publicado asimismo los volúmenes Los peces de la amargura (2006, XI Premio Mario Vargas Llosa NH, IV Premio Dulce Chacón y Premio Real Academia Española 2008), El vigilante del fiordo (2011) y Patria (Premio Nacional de Narrativa, Premio Nacional de la Crítica, Premio Euskadi de Literatura, entre otros).
 

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